El último Reporte de Competitividad Global del Foro Económico Mundial (WEF por su sigla en inglés) sitúa a Bolivia como “subcampeona” internacional en corrupción, sólo superada por Venezuela.
El régimen de Evo Morales puso el grito al cielo ante esta nueva “conjura imperialista” e intentó descalificar al citado organismo, pero lo cierto es que el estudio del WEF coincide con una encuesta realizada a los bolivianos por Latinobarómetro poco tiempo atrás, donde la corrupción aparecía como la principal preocupación de los ciudadanos.
No es casual que Bolivia y Venezuela sean los países situados en el top ranking de las cleptocracias, toda vez que ambas naciones comparten un mismo modelo político antidemocrático, tendiente a la concentración total del poder en el gobierno central y más precisamente en el Poder Ejecutivo.
En ese contexto hegemonista desaparecen los balances y controles independientes que hacen a una república, y que restringen la discrecionalidad de los gobernantes de turno para el manejo de los recursos públicos.
Adjudicaciones directas multimillonarias en vez de licitaciones, contralorías obsecuentes y tribunales teledirigidos son parte de la fórmula populista para la hiper-corrupción…
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