Historias de sobrevivientes

Frente a la muerte una mujer y dos varones cuentan sus experiencias y cómo les cambió la vida



Luego de tres incidentes aéreos de los que Eglin Muñoz salió ilesa, decidió dejar su carrera como azafata y vivir cada día como si fuera el último

Milagro. Así llaman Eglin, Gonzalo y Minor a la experiencia que vivieron hace ya algunos años en la que se enfrentaron a la muerte, pero que, gracias a Dios y a la valentía de cada uno de ellos, hoy pueden contar su historia. 

El grupo de personas que consiguen salvar sus vidas en accidentes aéreos es demasiado reducido. Se puede decir que son pocos en todo el mundo y, por eso, son considerados prodigios.
Eso fue precisamente lo que sucedió en el trágico accidente del avión de la aerolínea Lamia, que se estrelló el pasado 28 de noviembre, en el que de 81 pasajeros solo seis lograron salvar su vida, entre ellos los bolivianos Ximena Suárez y Erwin  Tumiri.

Les contamos las excepcionales historias de Eglin Núñez, que sigue con vida después de tres accidentes aéreos y uno acuático; de Gonzalo Álvarez, que sobrevivió dos días a un naufragio en medio de las frías aguas del lago Titicaca, y de Minor Vidal, el único sobreviviente del accidente de Aerocon, quien luego de tres días en medio de la selva boliviana, sin tener qué comer ni qué beber, fue encontrado con vida.

Los tres coinciden en señalar que los accidentes que sufrieron marcaron un antes y un después en su existencia viviendo un día a la vez sin preocuparse demasiado por el futuro. 
Consideran que luego de las tragedías que les tocó ser protagonistas su fe aumentó y gracias a ella se mantuvieron en pie.

 Aprendieron a no quejarse de lo que les falta y a valorar hasta las más pequeñas cosas de la vida, pero, sobre todo, a disfrutar más de su familia y a tener siempre la mente positiva. Ahora dicen que viven a plenitud y sin preocuparse por las cosas materiales 

Eglin Muñoz  
Experimentó tres accidentes aéreos y un naufragio

Más vidas que un gato
Esta joven azafata ha pasado por momentos muy duros en su vida. No obstante, asegura que esas situaciones le han ayudado a crecer y a ser una mejor persona. 

Con su pareja. Hace poco más de tres años está en una 
relación con el periodista John Arandia.

Diana Eglin Núñez Moldes (32) narra su historia con una sonrisa en los labios porque está viva, pero también entre lágrimas al recordar los momentos difíciles que vivió en dos accidentes aéreos y otro en medio del lago Titicaca.

Eglin nació en 1984 en la capital de Bolivia. En 2006 se graduó como azafata y desde 2007 cumplió su sueño de niña, que era volar para conocer todo el mundo. Nunca se le pasó por la mente que podría sufrir algún accidente en el ejercicio de sus funciones. Es más, como piensa que sucede uno en un millón de vuelos, jamás pensó que a ella le iban a tocar tres.

El primero sucedió el 1 de febrero de 2008, en un vuelo del desaparecido Lloyd Aéreo Boliviano (LAB) a cinco kilómetros de Trinidad. Había mal tiempo y por motivos de visibilidad intentaron aterrizar dos veces en el aeropuerto de Cobija, pero el piloto no lo consiguió y tuvo que irse al alterno  de Trinidad. El avión empezó a perder combustible y se estrelló.

“Fue terrible, tuvimos que hacer todos los protocolos, reorganizar la nave, informar a la gente y ponernos en la posición de impacto. Todos en pánico y a gritos. Tras que sentí el fuerte impacto, reaccioné y pregunté si había alguien vivo, y al saber que todos estaban con vida comenzamos a evacuar el avión porque corría el riesgo de explotar. Gracias a Dios salimos todos ilesos, solo unos perritos que iban en la sección de carga murieron”, recuerda Eglin.

El otro accidente aéreo sucedió ese mismo año, el 3 de julio. A los 14 minutos de despegar del aeropuerto de Guarujá, se escucha una fuerte explosión porque reventó un motor y la hélice abrió un boquete en la aeronave, cortando cuatro dedos y la pierna de una pasajera. Eglin corrió a ayudar y casi es absorbida por el hoyo formado en el avión.
“Sentimos el impacto en medio de los árboles. Gracias a Dios estábamos todos vivos y apenas reaccionamos comenzamos a evacuar. Volví a la aeronave para ver que no hubiera nadie y me encontré con un bebé al que pude rescatar”, rememora.

El tercer percance aéreo sucedió en 2010 en la República Checa, donde una de las llantas del avión se reventó y gracias a la destreza de la tripulación no se lamentó la pérdida de vidas humanas, pero ese fue el que la hizo pensar que ya no debía seguir con su carrera. “Sentí como una llamada de atención y colgué las alas. Ahora solo vuelo, como una pasajera más”, dice esta joven, que fue Señorita Chuquisaca en 2002 y que viene de una familia de misses, puesto que dos de sus hermanas, Patricia (2008) y Aleza (2011), también obtuvieron otros reinados.

El último accidente que sufrió Eglin fue el 27 de noviembre de 2012 en un paseo en lancha por el lago Titicaca. Estaba con una amiga y dos personas más camino a la Isla del Sol cuando una fuerte ola volcó el bote y cayeron al agua helada en medio de las algas que sentía que la jalaban. Pasaron largos minutos hasta que fueron rescatadas.

“Estas experiencias me cambiaron. Ahora vivo a plenitud el día a día, porque quizá puede ser el último. Sé que Dios es quien me ha cuidado siempre y él decidirá cuando sea mi hora”, indica.


Gonzalo Álvarez 
Las frías aguas del Lago Titicaca no lo vencieron

No se dejó y peleó por su vida
Salió en un crucero con un grupo de amigos. Su lancha se volcó, su amigo murió y él estuvo durante dos días esperando ser rescatado, sin ningún tipo de alimento. 

 

Una pareja muy unida Hace cuatro años Rosario Giménez y Gonzalo Álvarez se vinieron a Santa Cruz y viven en la zona del Urubó.

Lo que más disfrutaba Gonzalo Álvarez Chávez (70) era navegar. Siempre fue su pasión. Al país que viajaba, llegaba a visitar sus puertos y navegar. 

Gonzalo era socio del Yacht Club Boliviano, que tiene su sede en Huatajata, y el feriado del 2 de noviembre de 1987 organizaron un crucero hacia Puno (Perú), con  10 embarcaciones de diferentes tamaños. Salieron el 1 de noviembre. Luego de dos días se organizó el retorno en etapas y emprendieron el regreso por la noche. 

A pesar de que llovió y el lago estaba muy agitado, la navegación nocturna fue normal. Al amanecer la embarcación que acompañaba a la de Gonzalo solicitó permiso para adelantarse. Al quedar solos, dos veces se apagaron los motores. Trataron de solucionar la falla, pero entró agua al bote y quedó a merced de las olas.

“Al ver que no se podía hacer nada nos pusimos los chalecos salvavidas. Pedí auxilio por radio, mandé un SOS de que el Ispi se estaba hundiendo. Al parecer no nos escucharon. Volcamos el bote y quedamos flotando al lado. Subíamos a la quilla pero de tanto en tanto caíamos. Esperábamos que nos alcanzaran los que venían atrás. No sucedió”, recuerda.

Así pasó el día. En la oscuridad de la noche y ante un lago embravecido, su compañero, con signos de hipotermia, cayó al agua y falleció. Gonzalo se aferró a la quilla como pudo, llorando y pensando que en cualquier momento le iba a tocar. Solo quedaba orar y pedirle a Dios que lo salvara porque su esposa, Rosario Giménez, con quien hacía poco se había casado y estaba esperando una hija, lo necesitaban.
Al amanecer el lago quedó tranquilo.

Logró desanclar el bote, amarrar los cabos hacia arriba y así pasó el día tratando de sobrevivir. Veía aviones sobrevolando la costa, pero no lograban verlo. Se preparó para pasar una segunda noche. Se amarró con la soga para tratar de dormir y no caer al agua. Al amanecer escuchó a un perro ladrar y entonces comenzó a gritar pidiendo auxilio.

“Ya no sentía mis manos ni mi pie izquierdo y fue cuando vi una canoa con dos pescadores que vinieron a mi encuentro y me comenzaron a frotar las manos, la cara y los pies. Ahí le di gracias a Dios. Fue un milagro. Apareció un aliscafo con bandera boliviana y retorné a Copacabana, donde pedí que me acompañaran al santuario a dar gracias a la Virgen porque estaba vivo. Al salir ya podía mover bien mis piernas, que estaban endurecidas y prometí ir caminando cada año desde El Alto. Así lo hizo durante más de 25 años”, relata este ingeniero industrial nacido en Sucre, hijo de los cruceños Roberto Álvarez y Hebe Chávez.

Esta vivencia cambió su vida. Aprendió a ser más prudente, a respetar siempre las normas y a valorar su familia. Dejó de navegar hace cuatro años cuando se vino a vivir a Santa Cruz, donde se dedica a la construcción. Su pasión hoy son los willys.


Minor Vidal Huerta 
Le dio la espalda a la muerte  y luchó por vivir 

Fue el único superviviente
Estuvo tres días perdido en la selva, a 20 kilómetros de Trinidad. Se vio en la necesidad de beber hasta su propio orín para no morir de sed. Esa tragedia lo marcó.

Hace cinco años. El momento en que Minor Vidal fue encontrado, luego de tres días de la tragedia de Aerocon.

Todas las condiciones estaban dadas para que Minor Vidal Huerta, que el pasado 13 de diciembre celebró sus 41 años, tuviera un trágico final luego de que el avión de Aerocon, en el que viajaba de Santa Cruz a Trinidad, se estrellara en medio de la selva boliviana, a pocos minutos de aterrizar en el aeropuerto de esa ciudad, al anochecer del martes 6 de septiembre de 2011.

Los recuerdos vienen a su mente y no puede dejar de sentir un nudo en la garganta al revivirlos. Es que asegura que no le gusta entrar en detalles, porque esa tragedia lo marcó. Pasó muchas noches sin dormir y con sobresaltos debido al accidente.

Recuerda que estaba sentado en el último asiento y que nadie avisó de alguna emergencia ni alertaron de que algo no estaba bien. Sintió que el avión descendió de golpe y en pocos segundos se precipitó a tierra. 

En ese pequeño lapso de tiempo toda su vida pasó como una película por su mente y en lo único que pensó fue en su esposa, Mariela Llanos, y en sus dos niñas, Sara (13) y Sofía (11). “Me puse en posición fetal, me agarré lo más fuerte que pude y solo imploré: ayúdame Dios mío, no quiero morir”, rememora. 

Como era de noche no podía ver a nadie. Solo escuchaba gemidos. Habló con alguien un poco, pero no supo nunca quién fue y luego comenzó a gritar pidiendo auxilio. Después los quejidos cesaron y solo quedó el silencio. Recuerda que el dolor era tan intenso porque tenía golpes en todo el cuerpo, cinco costillas rotas, tres de ellas con doble y triple fractura, además de que tenía perforado el pulmón izquierdo, y heridas en la cara y en la cabeza en las que luego le hicieron más de 70 puntos. 

Quería dormir y al mismo tiempo le invadía el temor de no volver a abrir los ojos. Sin embargo, se aferró a su fe en Dios y en todo momento le pedía no morir porque quería regresar junto a su familia. El amor por ellos le dio las fuerzas para luchar por su vida.

Esa noche, al igual que las otras dos que pasó en medio de la selva, durmió poco y con sobresaltos debido a que a medida que pasaba el tiempo, los dolores eran más fuertes y se le dificultaba la respiración. Al amanecer, quedó en shock luego de ver a los seis pasajeros y dos tripulantes muertos, pero se propuso luchar para vivir y así lo hizo. 

Se orientó por la posición del avión. Decidió no comer nada del monte porque tenía miedo de envenenarse y caminó hasta la laguna Rosendi, donde tres días después fue encontrado con vida.
“No es que antes no lo hiciera, pero luego de esta amarga experiencia aprendí a disfrutar hasta las cosas que parecen más insignificantes. Ahora le doy más importancia a la vida en familia. Aprovecho cada segundo para estar con mis hijas, mi esposa, mi madre, mis hermanos y hasta con mis amigos, con quienes salgo los fines de semana a recorrer los caminos en bicicleta”, expresa este administrador de empresas, que además ahora brinda charlas motivacionales.

Se llenó de energía positiva y mira la vida así. Aunque parezca increíble, hoy vuela más que antes. En los primeros tres viajes tuvo miedo, ahora va tranquilo. 

Fuente: eldeber.com.bo