El poder no cambia a las personas

Esteban Farfán Romero“Porque no nos ha dado Dios el espíritu de temor, sino el de fortaleza, y de amor, y de templanza”. 2 Timoteo 1:7 (Pablo a su joven discípulo Timoteo)»La arrogancia atrae el odio y la envidia. La elegancia despierta el respeto y el amor.” Paulo CoelhoLos síntomas son muy claros. Tienen un sesgo altamente egocéntrico, denotan una confianza desmedida en sí mismos, son impulsivos e imprudentes, se sienten superiores a los demás, le otorgan una desmedida importancia a su imagen, ostentan sus lujos, son excéntricos; se preocupan porque sus rivales sean vencidos a costa de cualquier precio, no escuchan a los demás, son monotemáticos (todo ronda en torno suyo); producto de la paranoia, son inseguros, deleznables, inestables. Se sienten iluminados/predestinados y aunque fallan, no lo reconocen.Estaba pensando qué escribir antes de que este año se vaya como mi última columna 2016, y de tanto pensar en temas relacionados a la coyuntura, un día un buen amigo me pregunta, (a manera de evaluación anual), cuál fue la experiencia o lección más impactante de este año. En qué área, le pedí precisión. La que quieras. Pensé un rato, y le dije que ‘una gran y muy dolorosa decepción’.He leído muchas veces esa trilladas frases de que el poder envanece, que el poder cambia a las personas, que el poder te hace abusivo, insoportable, etc., y siempre las tomaba como frases simples. Pero este año tuve una experiencia en carne viva sobre lo que es el poder por dentro y sus miserias, que le dieron vida a estas frases, y me enseñaron una gran lección, sobre lo miserable que somos los humanos cuando tenemos un poquito de poder.Estos últimos meses enclaustrado en casa, me puse a investigar sobre el poder, y me metí en una maraña de la que me ha costado salir con aire. He paseado por Maquiavelo, Kant, Nietzsche, Weber, Kelsen, Freud Foucault. Me encariñe mucho de este último, y me parece que es el que más precisión desentraña los vericuetos del poder con su Panóptico, castigar y vigilar. Nuevas formas de control social.Salí con más preguntas que respuestas. La ciencia que se usa para conocer estas cosas, es la filosofía pues la considero la madre de toda emancipación.Me ha tocado ver de muy cerca cómo el poder cambia totalmente a las personas. Ahora comprendo que en realidad las personas no cambian con el poder, simplemente se muestran tal como son de verdad, como dice Mujica; «El poder no cambia a las personas, sólo revela quiénes verdaderamente son».Un experto en comunicación, profesor de comunicación política, un día me dijo que un buen político debe mentir pero nunca engañar, tomando en cuenta que todos mentimos de varias maneras, pero que los nuestros se han convertido en expertos en mentir y engañar.Me pueden acusar de ingenuo, pero a veces hay personas en las que uno cree porque aparentar ser virtuosas, porque uno ‘cree’ que no están contaminadas con la política criolla de bajo talante tan de moda en nuestro tiempo.Entonces se cree, se sueña, se trazan horizontes, perspectivas, pero pronto se hacen añicos estos sueños, cuando la realidad brota, y se impone la esencia de la que están hechos.Es mucho más doloroso el golpe cuando este tipo de circunstancia lo encuentran a uno desprevenido, porque se sabe que los políticos tradicionales usan cualquier recurso con tal de hacerse del poder, y obtener provecho personal.¿No hay esperanza de cambio verdadero con personas que predican buenos principios y valores?Lo políticos tradicionales se han desgastado y desprestigiado por su voraz e insaciable hambre por el dinero. Usan el poder para enriquecerse. Ese es su objetivo. La sociedad les ha perdido credibilidad, hasta respeto por esa conducta.Pero el poder parece un virus que cuando es inoculado en alguien, cambia totalmente.He conocido personas que buenos principios, que aparentemente tenían enraizados normas de conductas que expresan madurez, dominio propio y estabilidad que la academia y la vida misma fraguan, pero que una vez que probaron un pedacito de poder, es como si una máscara se hubiera caído. Un cambio kafkiano.De pronto se convirtieron en arrogantes, soberbios, altivos, altaneros, abusivos, y se volvieron Rambo en Vietnam que disparan y fulminan a todo lo que se mueve.De pronto el pedacito de poder que creen poseer, ha hecho que pierdan el sentido de la realidad, prescindiendo de las normas de conductas de respeto y consideración a los demás, actúan sin filtros, sin frenos; como si un demonio los hubiera poseído.La ciencia ha estudiado estos casos y ha determinado como Esquizofrenia y trastornos esquizofreniformes. Los expertos llaman esquizofrenia hebefrénica.Los griegos (antigua Grecia) han estudiado este problema y le han puesto un nombre, síndrome de Hybris (La enfermedad de los que piensan que lo saben todo). Hybris, era la diosa de la insolencia y falta de mesura, sobriedad, moderación e instinto. Con este término los griegos hacían alusión al intento de transgresión de los límites impuestos.Los helenos creían que este síndrome era un castigo de los dioses porque era un desprecio temerario hacia el espacio personal ajeno unido a la falta de control sobre los propios impulsos, siendo un sentimiento violento inspirado por las pasiones exageradas, consideradas enfermedades por su carácter irracional y desequilibrado, y más concretamente por la diosa Ate (la furia o el orgullo). Había un proverbio que hacía alusión a esto: “Aquel a quién los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco”.La prudencia/cordura/sensatez son las virtudes intelectuales que dispone a comprender y ajustar la actuación a la complejidad de las circunstancias en cada momento. Las antípodas de la prudencia es lo que los clásicos griegos llamaron hybris, esa suerte de falta trágica en que incurren algunos de los principales personajes de las tragedias, tales como Agamenón, Creonte, Edipo Rey entre otros. Se podría traducir por obcecación, una especie de ceguera causada por la obstinada, jactanciosa y altanera fijación del personaje en una norma de conducta.La peor ofensa para los dioses es no «pensar humanamente» y aspirar a lo más alto. El hybris es el peor pecado de esta civilización que es castigado severamente.Este síndrome es producto de la borrachera del poder, del éxito. El principal síntoma es el comportamiento como un verdadero tirano, y no como los dioses, decían los griegos. Revisando la bibliografía de la época, la palabra tirano, para ellos era una palabra muy fea.El famoso neurólogo británico David Owen, investigó por seis años el cerebro de importantes políticos, y en su brillante libro “En el poder y en la enfermedad”, ha calificado este mal como un trastorno paranoide. “Se inicia desde una megalomanía instaurada y termina en una paranoia acentuada”, señala. De entrada, para Owen, es una enfermedad muy seria. «El poder intoxica tanto que termina afectando al juicio de los dirigentes», concluye.Owen ha estudiado a muchos políticos de la época y las conclusiones son muy aleccionadoras. Un libro de lectura obligada para todo aquel que desea dedicarse a la política.Los síntomas son muy claros. Tienen un sesgo altamente egocéntrico, denotan una confianza desmedida en sí mismos, son impulsivos e imprudentes, se sienten superiores a los demás, le otorgan una desmedida importancia a su imagen, ostentan sus lujos, son excéntricos; se preocupan porque sus rivales sean vencidos a costa de cualquier precio, no escuchan a los demás, son monotemáticos (todo ronda en torno suyo); producto de la paranoia, son inseguros, deleznables, inestables. Se sienten iluminados/predestinados y aunque fallan, no lo reconocen.Tienen complejo de inferioridad, es por ello que con la ostentación y alarde del poder buscan llenar ese vacío. Sienten agitación, son imprudentes, temerarios e impulsivos. Se rodean de funcionarios mediocres, para estar en la misma altura y no acentuar o evidenciar su chatura; y así, herir el complejo de inferioridad que padecen. No gustan de hacer equipo, sino mandar; la relación es vertical, no horizontal (como debería ser).El rival debe ser destruido a cualquier precio y con cualquier método. Construyen una red de espías para controlar a oponentes y aún a los de su propio partido o grupo. No confía en nadie, ni en sí mismo, por eso es paranoico, sospecha de todo aquel que le haga una mínima crítica, y, progresivamente se va aislando de la sociedad. No tiene amigo, solo una corte de adulones. Todo el que se opone a él o a sus ideas, es considerado un enemigo personal, y separado. Siempre terminan cayendo en la trampa de su propia política. Padece lo que psicológicamente se llama «desarrollo paranoide». Concentran mucho odio, rencor, pronto se tornan antipáticos, insoportables, aburridos, irritados, malhumorados.La pérdida de mando, poder o de popularidad los hunde en la desolación, la rabia y el rencor, y es entonces, cuando recurren a algún tipo de ayuda psiquiátrica o psicológica. Pero solo tras “dejar muchos cadáveres por el camino.”Busca rodearse de aduladores y serviles que lo aíslan, los críticos lo sacan de casilla y son separados porque aguan la fiesta, y lo fastidian, mortifican. Están seguros que el éxito es atribución propia, y de nadie más.Nada de lo que dice, hace y piensa puede ponerse en entredicho o discusión. Se siente infalible e insustituible. Y todo aquél que se le oponga será relegado al ostracismo inmediatamente o en la primera oportunidad. Estos sujetos confunden realidad con fantasía como cosa normal. Su mundo se divide entre ganadores y perdedores por lo que se asumen como ganadores a la vez que temen enormemente perder su status y se afanan a toda costa por mantenerlo ya sea mediante el fraude o la tergiversación de los hechos, sin dudar ni por un momento en adoptar actitudes amenazantes y causar a los demás que están por debajo de él, daños irreparables.Los que nunca estuvieron en política, son presas más fáciles de este tipo de enfermedad, porque no tuvieron formación previa. Estoy más convencido que nunca que el poder no cambia a las personas, sino que las desnuda.¿Hay esperanza? Cuando me invade el pesimismo, pienso en Jefferson, Lincoln, Gandhi, King, Churchill, Mandela, Teresa de Calcuta, Clinton, papa Francisco, etc. Creo que hay esperanza de hombres de buena voluntad. Hombres/mujeres revestidos de poder, amor y dominio propio, son condición sine qua non para gobernar bien, como recomendaba el apóstol Pablo a su discípulo Timoteo.Persona que no ha controlado su cerebro reptil, definitivamente no puede ser un buen gobernante. Debe aprender a controlar los instintos primitivos salvajes. Si no se controlan estos instintos, se convertirán en estúpidos, en necios, se embrutecerán, y pasaran a la historia como tales, como muchos emperadores romanos.Para terminar quiero hacer referencia a una frase propicia del papa Francisco: “Cuando vayas subiendo, saludá a todos. Son los mismos que vas a encontrar cuando vayas bajando.”Y mi abuelo me decía: “Hijo procura siempre no humillar a quién te encuentres en tu camino de subida… pues tendrás que verlos de nuevo bajando cuando vayas de bajada.”