Las tentaciones de Tiger Woods: sexo, sexo, sexo

Este lunes detuvieron al golfista en Florida por conducir ebrio. Pero el alcohol no es (ni de lejos) el peor vicio del famoso deportista.

Tiger Woods.

Mindy Lawton, la camarera de 34 años que mantuvo un idilio de 14 meses con Tiger Woods, me espera en Windermere, un exclusivo barrio de Orlando, Florida. Esta es la pequeña burbuja en la que habita Woods. Su impresionante mansión de 17,6 millones de euros se encuentra en la urbanización privada de Isleworth. Su oficina, en un edificio cercano y, al otro lado de la calle, el Perkins Restaurant & Bakery, donde el golfista solía tomar el desayuno con su esposa, antes de que su doble vida saltara a la luz. La existencia de Lawton comenzó a girar en torno a él en el año 2006.Es una joven dulce, esbelta y con buen tipo, con piel color marfil y largo cabello rizado. Me explica que durante meses sirvió el desayuno a Tiger y a Elin Nordegren, su mujer, una sueca majestuosa y glacial que apenas hablaba con él mientras comían. “Uno de los dos leía el periódico, era todo muy frío —comenta Lawton—. No percibí ninguna muestra de afecto. Me imaginé que se encontraba atrapado en una relación sin amor”.Una mañana, mientras Lawton recogía las mesas, notó que él la miraba fijamente. Un compañero de trabajo se burló de ella y le dijo que no se hiciera ilusiones. Sin embargo, poco después, sonó el teléfono de su mostrador.—¡Hola! Gracias por llamar a Perkins. Mindy al aparato.—Hola, soy Ti —dijo alguien al otro lado de la línea.—¿Quién?—Tiger. Voy a ir con un par de amigos esta noche al Blue Martini y me preguntaba si te gustaría unirte a nosotros.“Me quedé con la boca abierta y pensé: ‘¡Guau!’. Contesté: ‘¡Pues claro!”. Aquella noche Mindy se llevó a su hermana Bobbi al Blue Martini, un lujoso bar decorado como si fuera una isla en el centro comercial más caro de Orlando. Woods estaba con unos colegas en la sala VIP, y le hizo un gesto al guardia de seguridad para que levantara el cordón de terciopelo y dejara entrar a las dos mujeres. “El corazón me latía a toda velocidad —recuerda Lawton—. Pensaba: ‘Esto no puede ser real”. Salió a la pista de baile para sacudirse los nervios y, cuando volvió, Tiger le dijo: “Estás muy buena. ¿Qué vas a hacer después?”.A las tres de la mañana quedó con él en su casa. Tiger la guió hasta un sofá en lo que ella supuso que era su estudio, e inmediatamente empezó a besarla. Todo sucedió demasiado deprisa como para que pudiera pensar con claridad o siquiera pedirle que se pusiera un condón, algo que, según me dice, nunca hizo. “Acabamos haciéndolo allí mismo —recuerda—. Él era muy apasionado y muy bestia. Eso me gusta”. Le tiró del pelo, la azotó en el trasero y le susurró cosas como: “Te gusta así, ¿verdad? ¿Quieres más marcha?”. Se terminó en cuestión de minutos: la necesitada e incontrolable liberación para un hombre que, tal y como Lawton imaginó, “tenía un voraz apetito sexual que no conseguía calmar en casa”. Terminaron desnudos en la cocina. “Tienes un cuerpo perfecto”, le dijo él. Ella le cogió el pene con una mano y exclamó: “¡Guau!”. Cuando me cuenta la historia, afirma: “Era el más grande que había visto en mi vida”.

La camarera Mindy Lawton. Reportaje

La relación entre ambos se convirtió en una rutina: se encontraban en la esquina de la farmacia, ella le seguía en coche hasta su casa y practicaban sexo. Se estaba enamorando y pensaba que él también sentía algo por ella. Nunca hablaba de su matrimonio, y Lawton se convenció de que la relación marital pronto terminaría. Pero Tiger un día dejó de llamarla. Ella pensó que se debía al nacimiento de su primera hija, Sam. “Imaginé que había vuelto con su esposa”, comenta.Entonces, el 27 de noviembre de 2009, cerca de las 2:30 de la mañana, Woods estrelló su Cadillac Escalade contra una boca de incendios a la salida de su casa y desapareció negándose a explicar qué había sucedido. Su silencio atrajo un desfile asombroso de mujeres —de las cuales, Lawton era la única del vecindario— contando toda clase de historietas sexuales que hicieron añicos la imagen del mejor golfista del mundo y su perfecta vida familiar.Millones de fans se sintieron estafados. Había conseguido fama y fortuna gracias al apoyo de un público que lo adoraba y ahora traicionaba su confianza por una colección de mujeres —camareras, chicas de alterne, señoritas de compañía y actrices porno—, algunas de las cuales, como Lawton, estaban convencidas de que eran las únicas con las que había engañado a su esposa. Ahora, todas contaban su historia. Aunque Tiger no hablara —aparte de la remilgada disculpa pública que leyó el 19 de febrero—, pronto quedó claro que ellas sí lo harían.Tiger Woods ha sido un ser excepcional casi desde el momento en el que nació. Su padre, Earl —mezcla de afroamericano, nativo americano, caucásico y chino— era teniente coronel de los boinas verdes en Vietnam cuando conoció a Kultida Punwasad, una joven tailandesa que trabajaba como secretaria en Bangkok. Al regresar a Estados Unidos le comunicó a su mujer, a través de un amigo abogado, que la iba a dejar, a ella y a sus tres hijos, y que se iba a vivir a San Francisco. “Lo que nadie me contó fue la razón: allí estaba esperándolo esa mujer oriental”, escribió en sus memorias Barbara Woods Gary, su primera esposa.La nueva pareja puso Eldrick a su hijo, aunque lo llamaban Tiger, como uno de los compañeros de Earl durante la guerra de Vietnam. Wood padre fue el primer jugador de béisbol negro en la Universidad Estatal de Kansas, pero cuando iban de viaje lo separaban de sus compañeros de equipo y le obligaban a alojarse en hoteles para negros. A Tiger, el único negro de su clase de preescolar en Cypress, California, unos niños de sexto curso lo ataron a un árbol el primer día de colegio. Le tiraron piedras y le pintaron por encima con spray la palabra “negrata”.Earl estuvo toda la vida convencido de que su hijo llegaría muy lejos. Cuando el muchacho tenía menos de un año, le regaló un palo de golf. A los dos, Tiger hizo una demostración con Bob Hope en el programa The Mike Douglas show; a los cinco, apareció en That’s incredible!; a los 13, recibió la primera carta donde le ofrecían ingresar en la Universidad de Stanford; a los 14 había ganado cinco títulos en campeonatos mundiales. Su padre siempre estaba a su lado.

La empresaria Michelle Braun. Reportaje

En 1996 pasó a ser profesional y ese año consiguió el primer contrato publicitario importante de su carrera: Nike le pagaría 29,4 millones de euros durante cinco años. Para entonces, Earl Woods ya se había hecho famoso por derecho propio, aunque de un modo muy diferente al de su hijo. “Sólo quiero contarte una anécdota —me dice alguien del entorno del Equipo Tiger, nombre que recibe su cohorte de asesores—.Estábamos en un complejo turístico, y Earl iba a recoger el premio al Padre del Año de no recuerdo qué organización. Se sentó a mi izquierda; [el golfista] Sam Snead estaba a mi derecha. Todo el mundo iba vestido de traje y chaqueta, mientras que Earl aparecía embutido en unos minúsculos pantalones cortos y una camisa de golf, con un enorme vaso de vodka en la mano y un cigarrillo encendido colgado de los labios, profundamente dormido, borracho como una cuba. Entonces, el presentador anunció: ‘Señoras y caballeros, ¡Earl Woods!’. Se puso en pie de un salto, se tiró la bebida por encima de la camisa, fue hasta el estrado y comenzó a soltar un discurso lleno de verborrea psicológica”.Sobre el desastre que se avecinaba, John Merchant, un abogado que conoce a Tiger desde principios de los noventa, me cuenta enfadado: “Creo que si yo hubiera estado allí, todas estas cosas no habrían sucedido. ¡Porque a mí me importa un carajo el dinero de Tiger! Me importa Tiger como persona. ¡Todos los que lo rodean están preocupadísimos por cobrar sus sueldos! ¡Y yo sí que quería a ese chico!”.Se detiene un instante para recuperar la compostura. “Nunca tendría que haber sucedido —dice de la lamentable secuencia de amantes, titulares en la prensa amarilla, bromas en Internet, tratamientos contra la adicción al sexo, confesiones y vergüenza—. Él es mejor que todo eso. O, por lo menos, alguien tendría que haberle conducido a algo mejor que eso”.Dentro de la operación de marketing creada en torno a Tiger Woods, Elin Nordegren (Estocolmo, 1980) fue otra de las piezas importantes. “Formaba parte de su campaña de relaciones públicas”, comenta Merchant. Su gente le dijo a Tiger: “No puedes estar en la posición en la que nosotros te estamos colocando a menos que tengas mujer e hijos”. Con la llegada de la gélida Nordegren, con quien Woods se casó en octubre de 2004, llegó la perdición.Elin Nordegren era una de las escandinavas más rubias y con los ojos más azules que uno pueda imaginar, un espécimen perfecto de belleza nórdica. De buena familia —su madre es una destacada política sueca y su padre un famoso periodista radiofónico— Elin, que tiene una hermana gemela idéntica, estudiaba psicología infantil en la Universidad de Lund. Tras su primer año, consiguió trabajo en Champagne, una boutique de ropa de Estocolmo, donde conoció a Mia Parnevik, la esposa del golfista sueco Jesper Parnevik, que siempre estaba buscando niñeras que atendieran a los cuatro hijos de la pareja. Como todos los que conocían a Elin, Mia Parnevik quedó fascinada con ella.Los jugadores del circuito de golf babeaban con la niñera de los Parnevik. Pero fue Tiger Woods el primero al que le presentaron en el British Open de 2001 y quien, después de meses llamándola, consiguió conquistarla.Elin Nordegren empezó a ser conocida como la Greta Garbo del circuito de golf, una espectacular esfinge cuya única muestra pública de vulnerabilidad tuvo lugar en 2003, cuando se desmayó en un torneo de golf en Orlando por deshidratación a causa de una intoxicación alimentaria. “Le dije que sería mejor que se quedara en casa hoy, pero es muy cabezona”, les explicó Woods a los reporteros. En octubre de 2004 celebraron una boda que costó aproximadamente 1,1 millones de euros en el complejo turístico Sandy Lane, en Barbados. Todo parecía perfecto.

TRAPOS SUCIOS

Sí, me follé a Tiger Woods… Mis amigas y yo hicimos una despedida de soltero para él y fue increíble”. Holly Sampson, una pechugona estrella del porno contó la historia en un vídeo de Naughty America, una página web para adultos. Fue en mayo de 2009, seis meses antes del accidente de Woods frente a su hogar.—¿Qué pasó exactamente?— le pregunta la entrevistadora.—Un amigo mío, Brent Bolthouse, era a su vez muy buen amigo de uno de los ayudantes de Tiger Woods.Durante la despedida de soltero, el golfista pudo elegir entre un surtido de mujeres, según contó Sampson.—Y entonces me eligió a mí para que le acompañara al cuarto y para que hiciéramos… pues eso. Debo decir que era realmente bueno.—Tienes cierto parecido con su mujer— comenta la entrevistadora de la página.—Lo sé. Supongo que le gustan las rubias…Casi nadie vio aquel vídeo, y menos aún se creyeron la historieta de Holly Sampson. Al menos, no entonces. Cuando se convirtió en la señora de Tiger Woods, Elin empezó a seguir religiosamente a su marido por el circuito internacional de golf, cosa que no debía de ser nada fácil, dada la congregación de groupies, strippers y prostitutas que campan en esos acontecimientos. “Esas groupies literalmente eligen a sus víctimas entre la lista de los más ricos, y Tiger debía ser el primero”, comenta Sherrie Daly, la cuarta y última ex esposa de John Daly, uno de los chicos malos del golf.

Jamie Jugers, la chica del club. Reportaje

Sherrie me cuenta escabrosas historias sobre arpías que harían cualquier cosa por meterse en la cama de una estrella del golf: una gentuza sobre la que la esposa de Tiger Woods se elevaba como si fuese un ángel. “Nadie sabe nada de su vida personal —comenta Daly—. No se apuntaba a las excursiones con las demás esposas. Siempre estaba con su gente o con él”. Sin duda, Elin pensaba que su amor era invencible, que su marido estaba cumpliendo la promesa que le había hecho tiempo atrás: se acabaron las fiestas salvajes.Tiger continuó ganando, tanto en el campo de golf, con cuatro Masters ya en 2005, como en sus contratos publicitarios que llegaron en 2008 a los 73,6 millones de euros. Él y Elin tuvieron dos hijos, Sam Alexis en 2007 y Charlie Axel en 2009. “La familia es lo primero —declaró para el programa de la CBS 60 Minutes—. Siempre he sido responsable en mi vida privada y siempre lo seré. Puede que tenga que dormir menos, pero debemos resolver las cosas en equipo”. Sin embargo, algo bullía en su interior.TRATO VIP“A Tiger le encantaría conocerte”, le dijo el organizador VIP a Jamie Jungers, una joven de 21 años que estaba de fiesta en el club nocturno Light, durante el verano de 2005, aproximadamente ocho meses después de la boda de Woods. Jungers, una delgadísima rubia embutida en unos vaqueros brillantes con tres piercing plateados adornándole el rostro, podría parecer una extraña sustituta para la fría y elegante Elin Nordegren. Era una muchacha de Kansas que se había mudado a Las Vegas con su familia. Cuando lo conoció, trabajaba en una empresa de construcción mientras hacía horas extra como modelo y crupier de blackjack.Jungers tenía un sexto sentido para detectar las tomaduras de pelo, y eso fue exactamente lo que pensó que estaba tramando el organizador VIP cuando éste mencionó a Woods. “Empezamos a charlar y se ofreció a invitarme a un cóctel”, me cuenta de pie, en una esquina de una calle de Nueva York, mientras se fuma un cigarrillo. Dice que llamó a algunas de sus amigas para que se unieran a Woods y a sus acompañantes, pero después de un par de horas de estar allí bebiendo, la eligió a ella. “A partir de ahí empezamos a salir”.“Al principio, sólo nos enrollábamos, pero después, todo se volvió muy salvaje. Diferentes posturas… Casi me daba la sensación de que me conocía desde hacía tiempo, como si ya se sintiera cómodo conmigo”, recuerda Jungers.—¿Alguna vez se puso condón? —le pregunto.Da una calada y expulsa una nube de humo.—No, y ésa fue otra de las idioteces que cometí —afirma—. Pero a esa edad, y si vienes de un sitio pequeño como Kansas y te mudas a Las Vegas, y alguien importante se fija en ti… No creo que haya mucha gente que hubiera dicho no a toda esa mierda.Jungers se marchó a la mañana siguiente, pensando “ha sido divertido” y le dejó su tarjeta de visita. Al día siguiente su móvil sonó. “¡Eh! ¡Soy Tiger! Me lo pasé genial anoche y me gustaría que nos viéramos otra vez”. “Me dio su número de teléfono y me indicó: ‘Guárdalo en la memoria de tu móvil, pero con otro nombre por si alguien lo mira. Pronto te volveré a llamar’. Y así lo hizo ese mismo día o al día siguiente, y fue entonces cuando me reservaron un vuelo para que fuera a Chicago”.El 3 de mayo de 2006, Woods perdió a su padre. Earl Woods tenía un bypass cuádruple y le habían diagnosticado cáncer. Él y su mujer residían en casas separadas. Tiger estaba en la cama con Jungers. “Estábamos en su casa de California viendo una película —recuerda Jamie—. Le llamaron por teléfono y no lo cogió. Segundos después sonó el móvil de su amigo de la infancia, Bryon Bell. Era la madre de Tiger: ‘Dile a Tiger que me llame inmediatamente”.El golfista se metió en otra habitación para telefonear. “Cuando volvió me dijo que su padre no se encontraba muy bien, y que su madre le había pedido que fuera a verle. Así que Bryon y yo nos quedamos allí y Tiger se marchó durante dos o tres horas. Después regresó a casa, me di cuenta de que estaba disgustado y nos fuimos a la cama”.Hicieron el amor, como de costumbre. “Pero eso fue antes de que se enterara de que su padre había muerto —aclara Jungers—. Hacia las tres de la mañana sonó el teléfono y supe inmediatamente que no eran buenas noticias. Su madre llamó para decir que su padre había fallecido”.La siguiente vez que habló con Woods pensó que había llegado el momento de hacer algunos cambios: se había estado acostando con un multimillonario durante 18 meses y ¿qué tenía para demostrarlo? “Siento que hemos llegado a un punto en nuestra relación en el que podrías ayudarme un poco”, le dijo por teléfono. “Él me contestó: ‘No puedo’. Al principio de verdad pensé que me estaba tomando el pelo. Y entonces le respondí: ‘Yo no puedo seguir así. Nunca has hecho nada por mí, nunca.Cuando te has ido de vacaciones, nunca me has mandado ninguna postal, ni me has enviado un ramo de flores…’. Y entonces va y me suelta: ‘¿Por qué te comportas así? No pareces tú’. Así que colgamos y 10 minutos después me llama y me dice: ‘No quiero que esto se termine así’. Le contesté: ‘Yo tampoco quiero, pero necesito que me ayudes’. Él repitió: ‘De verdad, no puedo’. Fue la última vez que hablamos”.

Fuente: revistavanityfair.es