Lectura de una masacre

Es muy difícil hacer una lectura positiva de la desarticulación de una peligrosa banda de atracadores cuando se tiene como saldo cinco vidas humanas perdidas y un macabro espectáculo presenciado en vivo y directo como algunas de las más sangrientas películas de acción.

 



Es difícil aplaudir el accionar de las fuerzas del orden cuando se ve morir a una joven en la plenitud de la vida en una escena que quizás pudo ser evitada.

 

Es difícil celebrar que hayan sido acribillados tres delincuentes, pues se trata de vidas humanas; al igual que duele la muerte de un oficial que acudió al llamado del deber e intentaba proteger a los transeúntes que, dicho sea de paso, se veía que circulaban en sus vehículos prácticamente en medio de las balas.

 

Es difícil no sentir amedrentamiento y desprotección ante la evidencia de la presencia de peligrosas bandas de delincuentes relacionadas con lo peor de la mafia organizada de la región.

 

 Las palabras de las autoridades -Ministro de Gobierno y viceministro de Seguridad Ciudadana- no convencen: negar la existencia de crimen organizado en el país (especialmente en Santa Cruz y las extensas fronteras con Brasil) es cada vez más difícil, y decir que derrotarlos y aniquilarlos cada vez que actúan con la rudeza y contundencia que hemos atestiguado  no evita que la sensación de inseguridad y peligro sea cada vez mayor. ¿Cada cuánto se registra un ajuste de cuentas, un atraco o una balacera en las calles cruceñas? ¿En qué se ha convertido Santa Cruz?

 

Si estas acciones sentaran un precedente para futuros atracos y crímenes -como sostienen nuestras autoridades-, la gente podría respirar algo de tranquilidad, pero es poco probable que así sea. 

 

La ciudad de Santa Cruz iguala su pujanza y modernidad con el crecimiento de la inseguridad ciudadana y el crimen; y no estamos hablando de carteristas y ladrones de bicicletas, sino de peligrosos sicarios fuertemente armados y sin respeto por la vida humana.

 

De hecho, hay que aplaudir que la Policía haya actuado y se debe reconocer el valor de sus efectivos, que arriesgaron su vida para ello. Pero debemos ser más reflexivos y autocríticos sobre lo que esto representa para una sociedad como la cruceña y la boliviana.

 

Si bien ha crecido el consumo interno, no deja de sorprender la información de que una misma joyería sufrió dos atracos armados en menos de dos años. En el primero de ellos, el botín fue de un millón y medio de dólares. ¿Tan cuantioso patrimonio no debiera ser sujeto de medidas de seguridad? ¿Cuáles o cuántos bolivianos pueden ser clientes de joyas y relojes de tan alto valor?

 

La sociedad cruceña no puede menos que intentar buscar respuestas por sí misma. El discurso de las autoridades se reduce a la expresión de la fuerza; una fuerza y violencia que, por lo demás, no condice con el desamparo en que vive a diario la ciudad por falta de recursos  humanos y materiales de seguridad. 

 

La facilidad -e irresponsabilidad- con que cundieron el jueves los rumores de otros asaltos en los cada vez más numerosos y suntuosos centros comerciales cruceños nos muestra cuánto confía realmente el ciudadano de esa urbe en las fuerzas del orden.

 

Así como en otros momentos, después de estos acontecimientos, el país, y especialmente Santa Cruz,  necesita  más que autobombo por un operativo policial. Necesita respuestas sinceras a sus interrogantes, no que se las descarte con el pretexto de que vienen de opositores o insensibles a su trabajo: No estamos bien señores, hay algo que huele mal en la ciudad más pujante y económicamente poderosa del país y hay que encararlo con algo más que balazos; aceptando que el narcotráfico, el contrabando y otros delitos no están siendo efectivamente combatidos. 

 

Finalmente, hace falta que con la misma ligereza que se frustró este atraco y se lo dio como un rotundo éxito se conozcan los informes de balística para determinar de dónde vino la bala que mató a una rehén, cuya vida debió ser preservada.

 

Es difícil aplaudir a las fuerzas del orden cuando se ve morir a una joven en la plenitud de la vida en una escena que quizás pudo ser evitada.

 

No estamos bien señores, hay algo que huele mal en la ciudad más grande y pujante  del país, y hay que encararlo con algo más que balazos.

Fuente: paginasiete.bo