Carta desde Roma: sobre loros prolíficos y gaviotas agresivas

Con su gran número de parques y villas históricas, Roma se ha convertido en la ciudad de las aves invasoras. La periodista Megan Williams nos ofrece una mirada muy personal de la llegada de estos “nuevos” habitantes.

Una pareja de cotorras de Kramer.

La cotorra de Kramer no emigró a Roma, sino que fue liberada tras el cierre de un centro comercial, donde se utilizaba como atracción.



De todas las cosas que he hecho con buena intención, y que luego han resultado contraproducentes, hay una historia que ha calado hondo en mi memoria. Tiene que ver  con el hijo de una amiga, y con un loro.

Mi amiga, que vivió en el mismo complejo de apartamentos en Roma que yo, murió el año anterior al incidente, después de una larga enfermedad. Todos estábamos aun sufriendo su pérdida cuando un día le sugerí a su hijo, entonces de 13 años de edad, que trajera a la mascota de la familia, un pájaro enjaulado, a nuestra terraza para que tomara un poco de aire fresco y de sol. Siempre me ha parecido terrible enjaular a los animales y Shaulin, como se llamaba el pájaro, me parecía especialmente triste, colocado en un rincón oscuro del apartamento.

Giovanni y yo colocamos su jaula fuera, sobre una mesa a la sombra. El pájaro revivió al instante, revoloteando por la jaula y estallando a cantar. Sentí un gran alivio.

Pero solo, hasta que Shaulin saltó a la puerta de la jaula, la abrió con su pico y salió aleteando hasta posarse en la copa de una palmera de nuestro patio. Durante unos minutos, esperé que volviera, pero el pájaro se alejó volando.

Fue un momento horrible. Por entrometida, había logrado causar un daño más a un muchacho ya dolorido por la pérdida de su madre. Me disculpé repetidamente y traté de suavizar el golpe sugiriendo que Shaulin podría ser más feliz en libertad, a lo que Giovanni simplemente respondió: «Las gaviotas se lo comerán”.

Justo en ese momento, gritó una enorme gaviota, posada como un centinela en el tejado del edificio contiguo, como queriendo respaldar su opinión. (Enlace: 18648345)

Una cotorra monje anidando en Roma.

Originaria de Sudamérica, la cotorra monje se ha hecho un hogar en Roma.

Roma: atracción para turistas y especies invasoras

Unos meses más tarde, mientras hablaba con Francesco Messina, jefe de mantenimiento de árboles de la Ciudad de Roma, alivió un poco mi tropiezo con Shaulin.

Estábamos de pie en un pequeño parque histórico llamado Villa Lazzaroni, donde las palmeras estaban muriendo. Un escarabajo de color cobre originario de Asia, el picudo o gorgojo rojo (Rhynchophorus ferrgineus), había llegado a Italia en 2004 y devastado las palmeras de la capital.

Mientras hablábamos, por encima de nosotros revoloteaban decenas de pájaros verdes: loros gritando y precipitándose de un árbol a otro. Tras preguntarle a Messina si las gaviotas comían a los loros, cosa que no hacen, me explicó que, al igual que el gorgojo rojo de la palma, los loros son una especie invasora (enlace: 18816852). Esta especie ha proliferado en los parques de Roma después de que las personas, que los habían mantenido como mascotas, los pusieran en libertad.

Según Messina, con el calentamiento global y las crecientes temperaturas invernales, miles de aves viven ahora cómodamente aquí. No obstante, el mayor experto en aves de la ciudad, el biólogo Bruno Cignini, director del Museo de Zoología de Roma, aclara que es algo más complejo que el calentamiento global y algunos loros sueltos.

«Lo que hay que entender sobre Roma es que, si la comparamos con la mayoría de grandes ciudades europeas, tiene una enorme cantidad de villas históricas y parques naturales, que la convierten en una ciudad ideal para el asentamiento de especies invasivas”, explica en su oficina adyacente al zoológico Bioparco de Roma.

Cignini tiene cierta experiencia con aves molestas. En la década de 1990, enormes bandadas de estorninos invadieron los árboles a lo largo del río Tíber de Roma. Sus excrementos resbaladizos causaban regularmente accidentes de coche y de moto. Para reducir la plaga, se les ocurrió grabar y reproducir las llamadas de advertencia de los pájaros para obligarles a salir del centro de la ciudad.

Loros amigables

Cignini cuenta que en las últimas dos décadas han proliferado dos especies muy similares de loros: la cotorra monje (Myiopsitta monachus) de América del Sur, y la cotorra de Kramer (Psittacula kramer) de Asia Menor.

Bruno Cignini

Según el biólogo Bruno Cignini Roma ofrece las condiciones ideales para el asentamiento de especies invasivas.

El biólogo explica que es posible que la cotorra asiática emigrara hasta aquí. Sin embargo, la monje, que vive principalmente en los árboles de cedro del Parque Caffarella, en la antigua carretera Appia Antica al sur de Roma, apareció de una forma no convencional en la ciudad.

«Hubo una vez un centro comercial «outlet” de ropa cerca de Caffarella, que tenía una enorme jaula con decenas de loros”, cuenta Cignini. «Cuando el centro cerró por quiebra, soltaron a los pájaros y su población ha proliferado en el parque”, explica.

Según Cignini, los loros no son una amenaza directa para otras especies de aves locales y son asombrosamente adaptables y sociables. (Enlace: 17455024) Tienen hábitos gregarios de tomar árboles enteros para establecer nidos, ya sea dentro de los agujeros del tronco, como hace la cotorra de Kramer, o en complejas estructuras (parecidas a las colmenas) en las ramas, construidas por la cotorra monje. Pero sí suponen una presión indirecta para especies locales, como los gorriones, que por su culpa encuentran menos espacio y comida.

No obstante, los loros son bastante benignos en la ciudad de las aves. Las gaviotas son mucho más desagradables y ahora también forma parte del paisaje de la ciudad.

Gaviotas en contenedores de basura en Roma.

La abundante basura doméstica de Roma es una fuente inagotable de comida para gaviotas y otras especies de aves invasoras.

Gaviotas combativas

La llegada de las gaviotas a Roma se remonta a las buenas intenciones fallidas del fundador del Foro Mundial para la Naturaleza (WWF, del inglés World Wildlife Fund) de Italia, el reconocido ecologista Fulco Pratesi.

En 1971, un amigo le entregó una gaviota hembra herida en una caja de zapatos. Pratesi obtuvo permiso de la dirección del zoológico de Roma para dejar el pájaro allí para su recuperación. En la siguiente primavera, una gaviota macho que pasaba por ahí la divisó.

«Se convirtieron en pareja y construyeron un nido de pañuelos de papel, trapos sucios y otros escombros sobre rocas de hormigón”, explica Pratesi. «Sus descendientes siguieron reproduciéndose, y gradualmente se expandieron al centro histórico”, cuenta.

Ahora hay cientos de gaviotas encaramadas en las cúpulas de las iglesias y en los tejados de los apartamentos de toda Roma, a unos 20 kilómetros de distancia de su hábitat natural en la costa mediterránea.

«Son aves extremadamente agresivas”, dice Cignini. «Una vez que una gaviota pone un huevo en su terraza, será casi imposible sacarla de ahí. Si lo intenta, los pájaros lanzarán un grito de guerra y más tarde un grupo de gaviotas le atacarán, una tras otra”, explica.

Según explica, diversos grupos ecologistas bloquearon una iniciativa para reducir su número agujereando los huevos de las aves. Asimismo, la legislación italiana prohíbe matarlas.

Si se le añade el problema de recolecta de basura de Roma, los pájaros tienen un buffet de comida podrida amontonada en las calles para festejar cada noche, sus gemidos chirriantes perforan el sosiego antes del atardecer.

De hecho, donde una vez había una gaviota sobre el tejado, ahora hay tres. Y no es el único cambio que observo desde la terraza de mi apartamento. ¿Qué hay de la palmera del patio sobre el que Shaulin, el querido loro de Giovanni, aterrizó después de su huida? El picudo rojo de la palma la infectó y dos años más tarde murió.

 

Autor: Megan Williams

Editor:  Enrique López

 

Fuente: www.dw.com