Las bestias del terror

José Luis Bolívar Aparicio* 

Mi primera y afortunadamente única experiencia con un acto de terrorismo tuvo lugar el 6 de diciembre de 1988 y dejó en mi mente una imagen imborrable, tanto de la frialdad a la que pueden llegar algunos seres humanos cuando cometen crímenes por pasión política como de la incapacidad que tienen otros de reaccionar ante escenarios que lo dejan a uno prácticamente petrificado.

Desde que el 17 de mayo de 1980, un grupo armado asaltó y quemó las urnas de votación para las elecciones presidenciales en Chuschi, el Partido Comunista del Perú – Sedero Luminoso, inició una guerra subversiva terrorista que alcanzaría su zénit 12 años después. Esta guerra contra el Estado cobró más de 31.000 vidas certificadas por la Comisión de la Verdad.



Desde el origen de la insurrección en las sierras de Ayacucho, hasta el día de hoy inclusive en otros puntos del Perú, los terroristas diseminaron su actuar destrozando la voluntad del pueblo y creando una zozobra tal, que en determinado momento, la gente tenía miedo hasta de salir a la puerta de su casa.

Poco antes de la captura de su líder, Abimael Guzmán Reynoso, el 12 de septiembre de 1992, sendos atentados con explosivos en pleno centro de Lima como los de la calle Tarara o el peor de todos en Miraflores, estuvieron a punto de poner de rodillas al gobierno y lograr su cometido.

Lo cierto es que mientras duró la lucha armada en el patria de Chabuca Granda, la estrategia de sembrar el terror a través de actos lo más crueles y aparatosos posible, era una táctica que se hizo casi costumbre en el Perú, pero el actuar de los subversivos no se cerró en sus fronteras ya que con diferentes intenciones, emisarios de esta agrupación se trasladaron a otros países, especialmente los limítrofes, ya sea para conseguir recursos mediante hechos delincuenciales como para asestar golpes de mano contra objetivos políticos y militares, que por lo general habían escapado de su país justamente para evitar un ajuste de cuentas, o el Estado los había enviado lejos de su patria para preservar sus vidas.

Bolivia no fue la excepción, no por nada tenemos una enorme frontera y comulgamos las mismas características de población y territorio, en especial las de la que era su zona de mayor influencia, el departamento de Ayacucho. Varias incursiones en el altiplano boliviano dieron fe de su permanente accionar en suelo boliviano, la mayor de ellas, una incursión en la población de Sorata.Pero el episodio de mayor connotación donde el terror no estuvo ausente tuvo lugar en la ciudad de La Paz y quien le escribe fue testigo directo y presencial de ese episodio que dejó en mí una muy ingrata experiencia.Resulta que ​en 1987, el Capitán de Navío Juan Carlos Vega Llona fue nombrado agregado naval en la Embajada del Perú en Bolivia. Un año después, el 6 de diciembre de 1988, el militar recorría la Av. 6 de Agosto, en dirección a su embajada, la que tenía y tiene hasta ahora sus oficinas en esa arteria haciendo esquina con la calle Fernando Guachalla.Una cuadra hacia el norte, en la conjunción de la 6 de Agosto y Agustin Aspiazu, tenía lugar casi siempre una situación especial. En ese entonces no había en La Paz los hoy en día angustiantes minibuses, y los únicos medios de transporte masivo eran los micros. Justamente en esta esquina, el de la línea número 2, hace un giro rumbo a Sopocachi, por lo que tanto quienes bajaban como los que subían a este transporte, se aglomeraban y provocaban un tumulto desordenado que impedía el paso de quien estuviera subiendo o bajando por la acera oeste de la ya mencionada avenida.Yo subía las gradas que conectan la 6 de Agosto con la Av. Arce y que dan directamente con la intersección mencionada cuando partió el micro girando de rumbo y a medida que se despejaba de alguna manera la gente, de ese grupo de gente que se esparcía, emergió una mujer vestida de negro, con cola de caballo y lentes negros empuñando una Uzi que apuntaba al cielo, gritando consignas que no llegué a entender más que la palabra Perú, bajando el arma apuntando de frente a un militar que vestía uniforme negro. El hombre rápidamente se dio la vuelta para escapar de la amenaza, pero le hicieron frente dos hombres que lo confrontaron y uno de ellos disparó una pistola en tres oportunidades, dos de los tiros hirieron al oficial y uno le dio una señora que desafortunadamente estaba pasando por su lado.En el piso, el Capitán trató de sacar su arma reglamentaria, pero no le alcanzó el tiempo, el tercer integrante de la célula terrorista se le paró encima y gritando “viva la guerra popular, muerte a los perros traidores”, a quema ropa disparó en la cabeza de la víctima terminando con su vida. No sé exactamente cuánto tiempo había transcurrido pero hasta el momento en que vi a la mujer tomar la Aspiazu a toda velocidad, al que disparó el último tiro correr por la 6 de Agosto hacia arriba y el tercero venir directo hacia donde yo estaba y pasar como una exhalación por mi lado para desparecer bajando la Av. Arce hacia el Hotel Sheraton de aquel entonces, para mí fue un largometraje en el que no me pude mover ni un solo centímetro.Los gritos y descontrol de la gente empezaron en esos instantes, vi gente auxiliando a la señora caída en el plena acera, la vendedora del kiosko de la esquina estaba bañada en sangre y blanca como un papel, pero nadie logró reaccionar como para poder ir tras los delincuentes o algo similar.No recuerdo si llegó primero el barita que estaba en la JJ Pérez o los de la seguridad de la Embajada, lo que si tengo muy presente, es que tanto yo como muchas personas quedamos petrificados ante semejante episodio y que el acto había sembrado adecuadamente su simiente en nosotros, nos infundió un profundo terror.Es muy difícil estar preparados para ese tipo de situaciones, honestamente si volviera a vivir un episodio similar, estoy seguro que ahora estoy preparado para asumir otra reacción y tener un actuar más efectivo, quizás ahora empujaría al hombre que viene a toda velocidad para que ruede las gradas, aunque probablemente me vuelva a asustar y cuidando mi vida no actúe, es muy difícil en honor a la verdad vaticinar lo que podría hacer.De lo que sí estoy seguro, es que no voy a permitir ni ahora ni nunca, que el terror me gane la moral, que me derrote, que logre su objetivo en mí o los míos y voy a llevar permanentemente un mensaje esperanzador para que la gente de bien no caiga nunca en el objetivo que tienen estos malditos cobardes que sólo quieren vencernos en base al pánico y la confusión.Luego del trágico episodio de este jueves en Barcelona donde inadaptados del ISIS  dieron fin a muchas vidas e hirieron otras tantas, tenemos que hacer un acto de conciencia y prepararnos, pues es notorio que este tipo de actos fanáticos están muy lejos de terminar y más cerca de intensificarse.No debemos ceder, no nos pueden vencer, somos más fuertes que la cobardía y con Dios de escudo debemos repudiarlos y enfrentarlos con moral, fe, esperanza y alegría, que es lo que más odian y ante lo que se rinden las bestias del terror. *Es paceño, stronguista y liberal