El día que castigaron a Charles Manson sin natillas

El famoso criminal ha muerto a los 83 años. El periodista David López, autor de la única entrevista concedida por Manson a un medio español, recuerda sus impresiones sobre el diabólico personaje.

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Hace seis años, a medianoche, recibí una llamada desde California. “Le han abierto una investigación a Charlie. De momento le han quitado los privilegios de cantina. ¿Puedes hacer algo?”. Me hablaba Gray Wolf, lobo gris, el apodo con el que Charles Manson había bautizado al sexagenario de frondosa barba cana, ojos apagados, calva prominente y voz profunda que me telefoneaba. Era Craig Hammond, su mejor amigo fuera de la cárcel de Corcoran, en California, un plácido pueblo sólo conocido por ser la sede de una de las prisiones más mediáticas del país. El hombre que se había mudado allí para estar cerca de él, del viejo Charlie, como lo llamaba. Quien le visitaba asiduamente hasta que dos años después se le prohibieron las visitas porque le pillaron tratando de entregarle un teléfono móvil. No era la primera vez que sucedía. Al preso, según me confirmaron después desde el departamento de prisiones del Estado, ya se le había incautado previamente otro teléfono escondido bajo el colchón.Aquella primavera Manson concedió a Vanity Fair la única entrevista que ha realizado a un medio español. Tardamos un año y medio en conseguirla; en lograr que, por teléfono –no se nos autorizó a visitarlo–, Manson respondiese a nuestras preguntas. “Me criaron los gánsteres y los tipos viejos de la cárcel. Yo nunca tuve un fuera en mi cabeza”, me dijo, haciendo referencia a una vida pasada entre rejas de los correccionales de su adolescencia hasta los casi 50 años que lleva en Corcoran condenado a cadena perpetua por ser el instigador de los famosos crímenes que sacudieron Beverly Hills y el mundo el verano de 1969, cuando un grupo de hippies con cuchillos, su Familia, como se hicieron llamar, mataron a siete personas, entre ellas Sharon Tate, la esposa entonces del director Roman Polanski, que estaba embarazada. Aquellos crímenes forman parte ya no sólo de la crónica más negra de Estados Unidos, sino de la cultura popular, recordados cada año, cada aniversario, o cada vez que Manson, por unas cosas o por otras, ha asomado el hocico fuera de sus barrotes. Hasta hoy, el día de su muerte a los 83 años y tras pasar toda su vida encerrado.Durante aquella entrevista, Manson nos repitió algunas de las consignas y desvaríos que lleva décadas repitiendo. “Yo soy todo lo malo”, dijo. ¿Cómo querría ser recordado?, le pregunté. “Parece que no lo entiendes”, me respondió. “¡No va a quedar nadie! Todo se está muriendo. No habrá aire para respirar así que no tendréis cerebro para recordar nada. ¿Lo entiendes? ¿Puedes encajar eso en tú, como la llamas, sociedad?”. Pero aparte de eso Manson también habló de Obama, entonces presidente de Estados Unidos. “Es un idiota. Un esclavo de Wall Sreet”, aseguró. Y aquellas palabras, repetidas por los medios estadounidenses, provocaron aquella investigación y ese castigo. Charlie se quedó sin natillas por bocazas, vamos.Lo curioso no es que lo fuese. Sino la atracción y el impacto que sus palabras y sus noticias han generado siempre. Porque en realidad la historia de Manson terminó aquel mes de abril de 1971 en que lo condenaron. Ahí debería haber muerto el personaje, el criminal. Pero precisamente ahí empezó a construirse el mito. Dicen los expertos que la atracción por el crimen, la fascinación pública que genera, comenzó con los asesinatos de Jack el Destripador en el Londres de finales del siglo XIX y los titulares de los tabloides. Hoy Manson vuelve a ser trending topic en Twitter. Como el año pasado. Como en abril de 2012 con la última vista de condicional que tuvo. Como dos años después cuando se supo que había pedido permiso para casarse con Afton Elaine Burton. Star (Estrella), como él la bautizó, era una joven de 27 años, aspecto frágil y voz cándida que se trasladó desde Illinois a California, cuando cumplió 18 para estar cerca suyo.Charles Manson se ha convertido en estas décadas en un icono. Maldito, sí. Pero un icono de una época como lo fueron otros personajes, desde Marilyn a Elvis. De ahí esa fascinación, de ahí esa atracción que nosotros, los periodistas y los medios, no hemos dejado de alimentar. Si por Manson exclusivamente fuese, habría desaparecido hace tiempo. No tiene poder ni capacidad de hacer nada para mantener vivo ese fuego. Salvo que cuente con ayuda para echarle gasolina. Salvo que lo convirtamos en noticia y engordemos esa bestia del mito oscuro.Así, por ejemplo, ha logrado atraer aún a gente a su entorno. A Gray Wolf y Star, que se mueven entre la precariedad de vida y medios y la notoriedad con contactos en sitios fuertes como la CNN para generar noticias e incluso con un hombre que les ayuda como agente de prensa desde Nueva York. O previamente con otros que estuvieron cerca de él, como George Stimson, en los noventa, su mejor amigo entonces, quien recientemente me contaba que a él siempre le fascinó la positividad que Charlie tenía, a pesar de su situación, y cómo era “consciente de todo y sabía ver las motivaciones detrás de cada persona”. Hablaba así de las cientos de personas que desde los años setenta han tratado de acercarse a él. Desde espabilados en busca de dinero fácil, de los que saben que aún hoy se pueden vender por Internet el envoltorio de una chocolatina que se haya comido por 750 dólares, papel higiénico garabateado por 500 o incluso cartas por 1.000. Porque Manson es el rey, el más cotizado de los criminales, de un mercado que se conoce en Estados Unidos como murderabilia, la fusión de las palabras murder y memorabilia. Pero también ha habido acólitos convencidos de su mensaje, sobre todo de sus soflamas ecologistas, las que ha repetido con eslóganes como “put the green back!”, devolver el verde a la Tierra, o los más metafísicos que dicen que el aire que respiramos es Dios y que no estamos quedando sin él.Tanto le han creído que han llegado a fundar una organización ecologista ––ATWA (acrónimo de las palabras en inglés aire, tierra, agua y animales)–– y a inscribirla incluso en 2012 en el Registro de Organizaciones Caritativas de California, a cuya documentación he tenido acceso, y donde, con Hammond y Burton como su presidente y secretaria, respectivamente, se presentan como “una corporación destinada a educar al público en asuntos ecológicos y medioambientales”. Otros se han aferrado a él y a las teorías paralelas, a los huecos que podía dejar el argumentarlo que estableció el fiscal sobre aquellos crímenes y a las grietas que generaban las dudas. Teorías paralelas a aquella oficial hay muchas. Todo está en Internet. Demostradas, ninguna.Y por supuesto, muchos desquiciados, gente difícil de etiquetar y definir que buscaba el contacto con Manson por esa fascinación desbordada. Así es Rose, por ejemplo, de Texas, una de sus groupies, que me contó cuando hablé con ella que tras fallecer su madre nada le había producido tanto alivio como escuchar por teléfono a Charlie. Rose grababa sus conversaciones con él y me dejó escucharlas. En una de ellas se oía la voz agrietada de Manson diciendo “¿que qué pasará con mi cuerpo cuando muera. ¡Yo soy sólo una polla!”.Y así, gracias a todos estos personajes, que poco a poco han contribuido a convertir a Charles Milles Manson en Charlie y a los medios que hemos ayudado a transformar a Charlie en el temible Manson, hemos llegado hasta el día de su muerte. Aunque eso poco importará. Su historia se volverá a contar. Como él mismo me dijo en español cuando hablé con él: “La hierba mala no muere”. Aunque sí la castigan sin postre.Fuente: revistavanityfair.es