El misionero de Urubichá

Hace 20 años, surgió un festival de música renacentista y barroca americana que se convirtió en la vitrina de una orquesta de indígenas guarayos. Aquella agrupación, impulsada por dos religiosos franciscanos, fue el semillero de un movimiento musical sin precedentes en el oriente boliviano.por Rocío Lloret CéspedesEn el convento donde ahora vive el padre Walter Neuwirth, la secretaria me mira con extrañeza cuando pregunto por él sin dar su apellido, como si no hubiera ninguna persona con ese nombre en el lugar. “El padre Walter, el que impulsó la formación de la orquesta de música de Urubichá. Me gustaría hacerle una entrevista”, insisto. Entonces hace una llamada y pide que lo espere afuera.El pequeño patio de la parroquia San Antonio, al sur de Santa Cruz de la Sierra, es un sitio apacible con corredores amplios y un jardín bien cuidado en el centro. Aquí no hay nadie pero en las oficinas que están al costado izquierdo de la reja de ingreso se nota una actividad intensa de un día ordinario de trabajo. En la esquina derecha, donde una puerta abierta da hacia el “Convento”, según reza el letrero, se ve un pasillo oscuro que conduce a otro patio. Al fondo, la imagen de un santo que no llega a distinguirse.Es un jueves de abril y, aunque ya es otoño, el calor bochornoso se impregna en la piel. Mientras espero sentada en una de las bancas largas dispersas por el lugar, pienso que esta es la paz de la que hablan los creyentes. De pronto unos pasos lentos, pesados y muy cortos se oyen cerca. El padre Walter –pequeño, de 82 años, ojos claros, rostro níveo y unos pocos cabellos blancos– aparece en el umbral del “Convento” para ver quién lo busca.

 Parroquia San Antonio, en cuyoconvento vive el padre Walter Neuwirth.fotos: rocío Lloret y APAC

Tras explicarle sobre la entrevista, con un hilo de voz aguda, casi imperceptible, dice que no puede hablar debido a la enfermedad que padece. Cuando creo que se dará la vuelta para marcharse, en silencio avanza lento hacia la banca y se sienta con dificultad, derecho como un pequeño roble.En un momento más, comenzará a contar muy quedito, casi para sí mismo, cómo fue que allá por la década de los 90, él y otra religiosa de la orden franciscana impulsaron la primera orquesta conformada por indígenas guarayos, en plena selva cruceña, en una de las cabeceras del río Amazonas. En un momento más, quedará conmovido sin poder evitar el llanto.***“Mirá. La cosa fue así. El padre Walter (Alemania) y la hermana Luzmila Wolf  (Austria) crearon este proyecto por falta de músicos en la iglesia. Al principio, la idea no era tener una orquesta sino conformar un grupo de niños y jóvenes que acompañen la misa porque los músicos estaban desapareciendo; la mayoría había fallecido. Entonces el padre invitó al maestro Rubén Darío Suárez Arana Mercado para que se encargue de la enseñanza. Él y la hermana buscaron instrumentos, financiamiento,  infraestructura, prácticamente todo”, dice Juan Carlos Aguape Orepocanga (36 años).

 Una nueva generación de músicos, junto a otros de antaño (San Ana, Chiq uitania)

Desde 2010, Juan Carlos es rector del hoy Instituto de Formación Integral Coro y Orquesta de Urubichá. De estatura mediana, tez cobriza y una sonrisa amplia, hace más de 20 años era un adolescente entusiasmado por aprender a tocar el violoncello. Junto a otros 59 hombres y mujeres, ahora es parte de la primera generación de músicos guarayos formados en una escuela.En 1996 y recién comenzando, aquella orquesta fue una de las más aplaudidas durante el primer Festival Internacional de Música Renacentista y Barroca Americana. Su participación, como su nacimiento, fue algo circunstancial.Juan Carlos recuerda que los entonces gestores de los conciertos –Marcelo Araúz, Alcides Parejas Moreno y Cecilia Kenning, entre otros–  buscaban un grupo autóctono de la Chiquitania para que interpretara algunas de las partituras estudiadas en los años 90 por el musicólogo polaco Piotr Nawrot, también sacerdote. Los documentos hallados durante la restauración de los templos jesuíticos, que comenzó en 1972, eran melodías sacras escritas entre los siglos XVII y XVIII por compositores europeos e indígenas de la zona.Los organizadores recorrieron las cinco provincias cruceñas que conforman la región mencionada, sin éxito. Entonces llegaron a Urubichá (provincia Guarayos), situada a más de 360 kilómetros de la capital cruceña. Una población que fue evangelizada por otra orden religiosa: los franciscanos. Ahí escucharon al recién formado coro y orquesta, así que los invitaron.La participación de los chicos y chicas fue impactante. Rápidamente autoridades nacionales y departamentales que presenciaron el concierto decidieron apoyar el proyecto. Así, en 2002 la escuela recibió una resolución administrativa del Ministerio de Educación para convertirse en un instituto.



 Las orquestas de los pueblos misionales están conformadas por niños y jóvenes, principalmente.

“Pero fue gracias al padre Walter y a la hermana Luzmila que se dio todo esto. Si ellos no se preocupaban, no buscaban financiamiento extranjero, no iba a haber grupo, y si no había grupo no iba a haber festival. Sólo cuando se retiraron porque enfermaron y ya eran de edad (ella volvió a Austria), dejaron de trabajar por Urubichá. Cuando el padre se despidió, en 2011, me dijo: ‘que este proyecto perdure 50 años después de mi muerte’”.***— No soy el fundador.Sentado en la banca, el padre Walter pronuncia con claridad la frase y luego las palabras se pierden.Con la mirada al frente, habla del hallazgo de unos violines y cómo en ese momento la gente no entendía “una música tan hermosa”. Dice “Rubén”. Dice “procesión”. Dice “encontrar muchachos músicos” y empieza a llorar.Por el relato que logro captar del grabador, entiendo que para invitar a los chicos que quisieran estudiar música se tocó la campana de la iglesia después de una procesión. Intuyo que varios, de todas las edades, llegaron y se les dio instrumentos, muchos de ellos (violines) construidos por gente del lugar que aprendió a hacerlos por instinto. Sé también que el maestro Rubén Darío Suárez Arana, calificado por el religioso franciscano como “inteligente y maravilloso”, se encargó de la enseñanza de los muchachos.El padre Walter, aquel al que muchos de los urubicheños recuerdan como el hombre que caminaba entre pantanos junto a ellos cargando los instrumentos para llegar a las presentaciones, ahora derrama lágrimas sin consuelo. Esta mañana luce una raída camiseta gris estilo polo, unos pantalones de vestir sujetados por un cinturón y unas sandalias de cuero.Al verlo sollozar, pienso que en cualquier momento terminará la entrevista y se perderá en el pasillo oscuro por el que apareció, pero él permanece en el lugar. “Con ella (la orquesta) nos fuimos a San Javier con 73 personas. Era diciembre, (tocamos para) la anunciación del ángel a María y la adoración de los Reyes (Magos). Cuando esos chicos tocaban, era muy hermoso”.En los 90, la época a la que se refiere el religioso, se tardaba hasta un día en llegar de Urubichá a Ascensión de Guarayos, la capital de la provincia del mismo nombre. La distancia no supera los 40 kilómetros pero había que atravesarla a pie, cruzando ríos y lagunas, porque no había carretera.Cuando llovía, era imposible arribar.Lo escucho y sus ojos claros vuelven a llenarse de lágrimas. Las gotas se derraman una tras otra, sólo atino a alcanzarle un pañuelo de papel. Por algunas palabras, interpreto que un alemán grabó uno de los conciertos en un disco compacto, el mismo que le fue entregado a Marcelo Araúz quien entonces era uno de los gestores del Festival de Música Barroca y Renacentista. Así supo de Urubichá. “Prepararon música guaraya y una obra que el padre Piotr entregó: la misa de San Javier.Tocaron en Concepción. Esos músicos indígenas emitían unos sonidos muy lindos. Conseguimos ítems (de maestros) del Estado y en 2002 vino el vicepresidente Carlos Mesa”.A ratos se calma y habla del ahora instituto de nivel superior, del entusiasmo de los urubicheños y de cómo se daban tiempo para cultivar la tierra, hacer otros trabajos para ayudar a su familia, estudiar e ir a sus ensayos. “No soy el fundador –vuelve a sollozar–, solamente apoyé a estos chicos, era lo que me interesaba. Ahora hay músicos de Urubichá, están en varios lugares. Pero yo no fundé nada, yo sólo quería colaborar, ayudar, ser una ayuda para el reino de Dios”, insiste en un español con dejos de su lengua materna, el alemán.***Los guarayos son músicos por naturaleza. Cuenta la leyenda que cuando uno de ellos muere, debe pasar un río montado en el lomo de un caimán para reencontrarse con sus abuelos. Si quiere llegar a destino, necesita tocar algún instrumento porque, de lo contrario, se cae en el trayecto y desaparece.Pascual Abapucu Cuarembi (40) tiene las manos grandes, morenas, y cuando habla las mueve con frenesí. Esta calurosa tarde de abril está en la parroquia San Roque de la capital cruceña, un templo largo, con poca luz y un relieve de fondo. Es el ensayo del coro de Urubichá que acompañará a Juilliart 415, el conservatorio de música más prestigioso de Estados Unidos, durante el XII Festival Internacional de Música Renacentista y Barroca Americana (abril, 2018). Él es barítono y uno de los tres integrantes que quedan de la primera generación formada en la década de los 90.

 En las distintas poblaciones de la Chiquitania, sedes del Festival, los conciertos son gratuitos.

“Yo tenía 14 años cuando aprendí a hacer música; mis papás decidieron apoyarme porque veían que me daba tiempo para ensayar sin perjudicar mis labores”, dice, y de fondo se oye una melodía dulce.Actualmente trabaja como maestro y, como varios de sus compañeros, asegura que su vida cambió cuando siendo aún adolescente decidió acudir al llamado del padre Walter para formar parte del coro y la orquesta.Gracias a ello visitó varios países de América Latina, Europa y Estados Unidos. Como él, María Alicia Baubaza Cuñapiri (38) –pequeña, de rostro redondo y frente amplia– se enorgullece de ser parte de este grupo que hoy está formado en su mayoría por niños, jóvenes y adultos; no hay límite de edad.“Yo soy maestra de música, también catequista y madre de dos chicos. Me doy tiempo para todo: cocinar, ir a los ensayos, hacer artesanías, dar clases de religión a los niños. Mi esposo entiende perfectamente mis actividades y mis viajes porque él también es músico y profesor”, dice.En el caso de las mujeres –cuenta el rector Juan Carlos Aguape–, su inclusión fue muy importante porque antiguamente sólo los varones podían interpretar esta música. En la actualidad, en la institución que dirige hay 639 estudiantes, casi la mitad de ellos son mujeres. Todos los egresados consiguen trabajo en distintos puntos del país porque, además de la fama, se trata de la única institución que puede emitir un certificado para que el Ministerio lo titule como profesional en música.

 El padre Piotr Nawrt.

Para ingresar, sólo se necesita tener más de ocho años y no se paga un centavo. También hay formación en artesanía, con lo cual la calidad de vida de los guarayos ha cambiado de sobremanera en 20 años. De no tener agua corriente ni luz eléctrica, ahora cuentan con una carretera que une Urubichá con Ascensión en 45 minutos, y Ascensión con Santa Cruz de la Sierra en cinco horas.Todo ello, sin embargo, no se hubiera logrado sin el festival ni el esfuerzo de benefactores nacionales e internacionales que, mediante gestiones de los padres Walter y Luzmila, se encargaron de donar instrumentos, dar becas a los estudiantes más talentosos, llevar al grupo en giras nacionales e internacionales y mostrar al mundo este movimiento musical sin precedentes en el oriente boliviano.“Alguna vez incluso se gestionó la entrega de alimentos básicos a las familias para que sus hijos puedan seguir ensayando”, recuerda Simón Aguape (28), violinista virtuoso que se especializó como solista en la Universidad Justus Liebig Giessen, de Frankfurt (Alemania), tras ganar una beca.***— Disculpen que me sirvan un café, es para mantenerme con vida.

 Órgano en la iglesia de Santa Ana.

El padre Piotr Nawrot (Polonia, 1955) bromea con la bebida caliente que acaban de traerle. Es el director artístico del festival que se realiza cada dos años. Él se encarga de llevar adelante las audiciones con grupos nacionales e internacionales, elige a los participantes y prepara el programa. El trabajo empieza con un año de anticipación y culmina en 10 jornadas intensas. Para esta versión, que comenzó el viernes 13  de abril, hubo 152 recitales en 17 ciudades y poblaciones de Santa Cruz, Tarija y Chuquisaca.Esta mañana, víspera de la inauguración, la oficina de APAC (Asociación Pro Arte y Cultura) es un hervidero de gente. Situada en el Museo de Historia Contemporánea, en pleno centro cruceño, la antigua puerta se abre y se cierra a cada instante, dejando entrar el intenso calor que hace afuera pese a que el aire acondicionado funciona en toda su potencia.En cada uno de los escritorios, la gente se mueve de un lado a otro y los papeles lucen apilados con nombres de hoteles, delegaciones, listas, pasajes, números de teléfonos. En las manos de este equipo están prácticamente los 1073 artistas que darán vida a este encuentro. Delgado como es, el padre Piotr se desliza donde lo llaman con la delicadeza de una gacela, pero ahora está sentado un momento.

 En San José de Chiquitos.

La primera vez que estuvo en Bolivia fue en 1991. Había leído sobre un manuscrito que está en Chiquitos y Moxos (Beni) y se entrevistó con Hans Roth, el arquitecto suizo que se encargó de la restauración de las Misiones Jesuíticas de la Chiquitania cruceña.Con la información recabada escribió una tesis doctoral (la primera en el mundo) y la defendió en Estados Unidos. Tres años después volvió pero se fue a La Paz a trabajar con la Coral Nova porque no encontró cómo hacerlo en Santa Cruz.De a poco, aquellas melodías en latín e idiomas nativos, que se escribieron para acompañar misas y fiestas religiosas, empezaron a conocerse y a captar la atención. Por ello, en 1996 se decidió hacer el primer festival, cuando todavía no existía APAC y no se tenía previsto organizarlo cada dos años.Desde entonces el interés por participar fue en ascenso. Si al principio era difícil convencer a las grandes orquestas internacionales para que participaran, hoy en día varias quedan fuera porque la selección es muy exigente. La idea, además, es que las piezas musicales no se repitan en ninguno de los recitales, sin contar que en cada versión se estrenan obras.

Puerta  de la parroquia San Antonio al surde la capital cruceña.

El nivel de los músicos bolivianos creció a la par (ellos pasan por tres audiciones), porque a medida que el evento se hacía conocido a nivel mundial, los municipios cruceños empezaron a invertir y a pedir apoyo para tener sus orquestas haciendo énfasis en la formación de niños y jóvenes, aunque en ninguna población hay límite de edad para participar. Actualmente, toda la Chiquitania tiene una o más de estas agrupaciones y al recorrer las calles de arena de aquellos pueblos tranquilos y con atardeceres de ensueño, uno siempre se topa con un chiquillo que lleva un violín en el hombro.“La idea desde el nacimiento era que el festival no sea de APAC, que no sea de nadie sino que Santa Cruz y las Misiones se apropien del evento. Entonces se unieron las instituciones privadas, alcaldías, gobernaciones, ministerios, hasta los presidentes. De hecho, Evo Morales es el primer presidente que no ha venido aunque tampoco está en contra porque tenemos apoyo del Ministerio (de Culturas)”, dice el sacerdote.Todo ese movimiento le cambia el rostro a las sedes de los conciertos. Nawrot explica que sólo el festival cuesta más de medio millón de dólares, aunque la cifra puede superar los 800 mil dólares porque las embajadas cubren los gastos de sus ciudadanos o dan becas a sus músicos para que puedan asistir. Asimismo, el movimiento turístico es tal, que en las poblaciones chiquitanas, donde todos los conciertos son gratuitos, las agencias de turismo bloquean los hoteles hasta con un año de anticipación. Llega gente de Chile, especialmente, pero también de Argentina, de distintos puntos de Europa e incluso Japón.Y la recompensa es grande. En esta versión del festival, por ejemplo, participó por primera vez el coro de Palmarito, una comunidad guaraní situada en el chaco cruceño. Muchos de los 63 integrantes (la mayoría niños) nunca habían estado en la ciudad, pero se emocionaron al saber que los habían elegido para interpretar una misa en latín con el Ensamble Donizetti, de Italia. El padre Piotr los escuchó el año pasado en su recorrido por las provincias y los barrios de la capital oriental durante las audiciones. “No sonaba tan bien”, sonríe, “porque muchos no tenían para comer”. Se consiguió entonces que un auspiciador los apoye con alimentos, y aquellos chiquillos, dirigidos por Adelina Anori, de la primera generación de músicos guarayos, brillaron en sus conciertos.***Le pregunto al padre Walter si recuerda cuándo llegó a Bolivia. Sin esfuerzo responde que en noviembre de 1966, hace más de 50 años. En una página de Wikipedia donde aparece su biografía, se lee que nació en 1935, en Wihorschen (Alemania), y que era el menor de 10 hermanos. Se ordenó como sacerdote en 1964 y se preparó en España antes de venir a Bolivia, donde siempre trabajó en Urubichá. Entre las muchas obras que se enumera en la web, además de su impulso a la música, figura la construcción de 500 casas gracias al apoyo de donaciones de su país.“Yo iba cada seis años de vacaciones a Alemania”, recuerda ahora más tranquilo y ya sin lágrimas, “pero no he podido volver desde 2008, por mi enfermedad. En mi pensamiento estoy con ellos (el monasterio de su orden)”, cuenta despacio.Para muchos guarayos, como el violinista Simón Aguape, el padre Walter fue tan determinante en su carrera que incluso pagaba los pasajes de los chicos que así lo necesitaban, para que tomen clases en Santa Cruz o acudan a audiciones. “En mi caso, de no haber sido por él, no habría podido viajar a la ciudad para postular a la beca que me gané en Alemania”.De regreso al ambiente de paz, en el patio de la parroquia San Antonio, le pregunto al padre si es feliz. “Estoy muy bien, contento, somos más de cinco acá”, dice y yo le agradezco. Entonces se para sin decir palabra y se pierde en el pasillo oscuro por donde vino. El pequeño roble camina lento, sin sujetarse de nada y sin voltear para nada.-“Está muy bien, yo a veces olvido algo y él es el que me salva”, comenta la secretaria. Y allí todo vuelve a la paz.Fuente: paginasiete.bo