María Esther Gilio, la periodista uruguaya que hizo de la entrevista un arte

En «Lloverá siempre» y “Maestros de la escritura” se revelan los secretos que la llevaron a convertirse en una de las mejores reporteras de Sudamérica

Por Liliana Villanueva



María Esther Gilio

María Esther Gilio

«Todos morían por que los entrevistara la Gilio», decían de ella, de la gran entrevistadora uruguaya que publicó en los medios más prestigiosos de Latinoamérica. Desde mitad de los sesenta hasta el 2011, cuando nos dejó a la avanzada edad de 89 años (con ella habría que hablar de «edad de avanzada»), María Esther Gilio entrevistó a escritores, políticos, campesinos y vedettes, boxeadores y poetas, presidentes y guardacoches, migrantes y psicoanalistas, siempre con una curiosidad inquieta y con permanente interés por el otro. Como me dijo Raúl Zivechi, uno de sus compañeros de Brecha: «Lo que me gustaba de ella era el acercamiento humano, directo, sin vueltas, al entrevistado. Ella provocaba en el otro las ganas de hablar».

La Gilio provocó las ganas de hablar a Jorge Luis Borges, a Manuel Puig, a Idea Vilariño y a Juan Carlos Onetti, a Troilo, a Yevtushenko, Noam Chomski y Natalia Ginsburg, Isabel Sarli y Monzón, a Raúl Alfonsín, al Pepe Mujica y muchas otras personalidades del siglo XX. Pero fue su encuentro con María, una campesina del Nordeste de Brasil que migraba escapando de «la seca» hacia el sur en busca de una vida mejor, lo que la hizo cambiar su manera de ver al otro e inaugurar así una nueva forma de encarar el periodismo en Latinoamérica.

La Gilio fue una gran vanguardista de la forma periodística. Sus crónicas del Brasil en los sesenta tienen tal frescura que parecen haber sido escritas hoy por la mañana; su serie de notas sobre los «Desterrados» que publicó en la revista Crisis en forma de serie pueden leerse todavía como una crónica de actualidad.

Visa brasilera de la periodista

Visa brasilera de la periodista

Trabajó en todos los formatos periodísticos, desde la entrevista pura y dura al perfil, innovó la entrevista sacando las preguntas, dejando sólo las respuestas del entrevistado y convirtiendo sus notas en monólogos a la manera de Svetlana Alexéievich (solo que cincuenta años antes); escribió crónica, un ensayo sobre el exilio, relatos de viajes. Y sin embargo, a pesar de su extenso currículum reconocido por infinidad de lectores que todavía la recuerdan (un librero me dijo hace poco: «Como la Gilio no hay otra»), una vez me confesó, con gran humildad, que ella «hacía preguntas por inseguridad».

«¿Insegura, vos?», recuerdo que le pregunté algo incrédula. Es imposible que una persona que sin que nadie se lo encargara se metiera −como ella hizo− en las cárceles de los primeros presos del movimiento Tupamaros para tomar testimonio de las torturas a las que los sometieron; no es posible que sea insegura una abogada de presos políticos a la que le ponen una bomba en la casa y que sin embargo sigue trabajando y haciendo entrevistas en el exilio y en viaje, como esa vez que se lo encontró a Yevtuchenko en un avión y le sacó una entrevista espontánea.

Una mujer que es secuestrada en Brasil y aguanta encapuchada un interrogatorio de 48 horas con entereza y sin amedrentarse, que le ofrece sus servicios de abogada a su compañera de la cárcel, como hizo la Gilio en plena dictadura brasileña, no puede ser insegura. María Esther insistía: «Yo pregunto por falta de seguridad. A mí no me gusta opinar. Me gusta que opine el otro, pero yo no. Desde el escritorio no, le rajo a eso. Yo opino dialogando. Quizás soy entrevistadora porque soy temerosa de mis propias opiniones«.

“Lloverá siempre. Las vidas de María Esther Gilio” (Criatura editora) y “Maestros de la escritura” (Editorial Godot), de Liliana Villanueva

“Lloverá siempre. Las vidas de María Esther Gilio” (Criatura editora) y “Maestros de la escritura” (Editorial Godot), de Liliana Villanueva

Durante nuestras charlas no se me ocurrió investigar la etimología del verbo «preguntar». Lo hago ahora. La voz «preguntar» está asociada al latín praecuntare, que no es otra cosa que someter a interrogatorio. Se trata de un prefijado a partir del verbo «cunctari«, que significa «retrasar», «demorar» y también «vacilar» o «dudar». La expresión alude al latín percontari, que da idea de tantear, buscar en el fondo del río con un «contus«, palo, vara o barra, utilizada antiguamente por los navegantes para sondear el lecho de los ríos y medir la profundidad del agua. El sentido original de hacer preguntas no estaba en la búsqueda de una solución o respuesta a una duda sino en el hecho de profundizar, tantear y ahondar en algo que se desconoce o solo se intuye. Con el tiempo, y no podía ser de otra manera, María Esther ganó seguridad. Aunque también matizaba esa afirmación: «No es conveniente sentirse seguro del todo, porque una actitud así te quitaría la sensibilidad para llegar al otro».

«Aunque preparara la entrevista, María Esther no iba cargada de juicios, el preconcepto ella se lo borraba, se vaciaba. Claro que ella iba con todo su conocimiento del tema, pero lo llevaba como un background, sin demostrarlo», me dijo Zivechi y agregó: «María Esther salía de la forma de la entrevista establecida que habría tenido como resultado respuestas establecidas». Ese «salirse de la forma» lo lograba sobre todo a través de una gran empatía con el otro, una actitud espontánea en ella que incluía involucrarse, actuar, convertirse en alumna cuando entrevistaba a un profesor, hacerse la inocente cuando el entrevistado era un fiscal o un juez de la dictadura, y hasta enamorarse, como le sucedió con escritores tan dispares como Bioy Casares, Neruda o Augusto Roa Bastos, del que se enamoró el tiempo que duró la entrevista.

En las largas charlas que tuvimos –sería pretensioso de mi parte llamarlas ‘entrevistas’– María Esther me aconsejaba: «Siempre es conveniente que te preguntes a vos misma cuál es la razón que te lleva a ti a entrevistar a ese personaje. Porque puede suceder —y de hecho casi siempre es así— que en esa razón esté la esencia, el núcleo de tu entrevista. En otras palabras, esa es la pregunta que nunca debés dejar de hacer».

A sus notas ella las desarmaba todas y luego las componía de nuevo. Cualquier periodista sabe que el desgrabado literal es intransmisible. María Esther me dio un ejemplo: «Cuando transmitís una entrevista con alguien demasiado complicado, primero tenés que sacar su pensamiento y después escribir. Las preguntas y respuestas nunca se publican exactamente como fueron. Tenés que saber seleccionar, darle liviandad, ligereza y al mismo tiempo interés a la nota. Tenés que saber cortar, saber qué vas a poner y cuándo ponerlo. Sacás todo lo que no sirve y dejás lo que sirve. Hay que componer, decidir en qué lugar tiene que ir cada pregunta, cada respuesta, cada impresión tuya como entrevistadora. Al cortar, al podar la entrevista estás usando tu subjetividad. Hay que montar la entrevista; y te puede suceder que el final que habías planeado va al principio».

También decía que no había por qué que renunciar a la primera persona y no se refería solamente a una cuestión formal: «Tú puedes escribir toda una entrevista en primera persona y no está la primera persona, así que el entrevistador no es el protagonista, la vedette de la historia. La vedette es el otro y tú estás al servicio del otro. Escribir en primera persona te permite relatar las cosas de determinada manera. La primera persona, bien usada, te hará ver mejor al otro». A los alumnos de sus talleres de periodismo les decía que no se ataran a la negación del «yo», que no le dijeran «no» a la primera persona, a la falta de objetividad.

Ella creía que hacer preguntas, entrevistar, era algo afín a lo femenino: «Las mujeres podemos con mayor facilidad producir diálogo. Y también está eso que tenemos las mujeres de mirar el detalle y estar más atentas a cosas que para los hombres son más secundarias. Vemos el detalle, no tanto las grandes ideas, no vamos enseguida a lo abstracto. Hay cuestiones que son importantes para la entrevista como yo la entiendo y la practico, que solemos decir o hacer las mujeres. Y también está lo de escuchar al otro y no opinar. Ellos por lo general quieren dejar su sello en lo que hacen, que se note su inteligencia, mostrarla, están acostumbrados a tener otro rol dentro de la sociedad, mientras que nuestro rol es mucho más silencioso». Lo decía sin criticar esa actitud, porque según ella, quedar en un segundo plano enriquecía la mirada. «El hecho de ser mujer influye en la entrevista, porque la mujer rara vez busca destacarse. Si te destacás es al final, cuando la entrevista está buena. Cuando te salió bien, te destacaste«.

SIGA LEYENDO

Fuente: infobae.com