Mundos íntimos. Estuvo siete años en un campo de trabajo forzado en Siberia: Stalin no quería que regresara a la Argentina

Vida de leyenda. Norberto Domenech, 92 años, nació en Luján pero a los 10 viajó a España con sus padres. Durante la Guerra Civil, ellos lo mandaron por seguridad a Rusia. Allí vivió y se casó pero luego no lo dejaron salir.Lo malo quedó atrás. Norberto con cinco de sus nietos. A la izquierda, su hija Graciela, a la derecha, su nuera. Foto: Rolando Andrade Stracuzzi. No hubo oráculo, el día de su nacimiento, que imaginara un camino tan sinuoso y severo, como si estuviera condenado a ser preso de la política universal. Por eso, aquel 1 de mayo de 1926, en Luján, todo parecía tranquilo. “Mi vida –cuenta Norberto Domenech– estuvo marcada por la decisión de mi padre de hacer un viaje a España. No lo culpo: ¿acaso él sabía la furia que íbamos a enfrentar?”.

 

Por Daniel Ulanovsky Sack



 

“Así fue que partimos en 1936. Yo tenía diez años y siempre me quedará la duda de si fue un viaje de vacaciones o de política, si mi padre estaba metido en política acá, vio que las cosas no andaban bien y decidió volver a España, si fue para apoyar lo que ocurría allá. O si realmente iban a ser vacaciones”. Su padre, José María Domenech, era de Valencia, y su madre, Zulema Volpe, argentina, de Escobar. Hasta el viaje, habían vivido cómodamente en Chivilicoy.

En viaje. La familia Domenech -Norberto es el primer varón desde la izquierda- en el barco que los llevó a España en julio de 1936. 

La familia entera –Norberto, su hermano y los padres– subió al barco de la compañía Ybarra, en el puerto de Buenos Aires. Mientras navegaban por el océano Atlántico, el 17 de julio de 1936, en la otra orilla, el Ejército Español daba un golpe de Estado para derrocar el gobierno de la Segunda República y comenzaban los tres terribles años de la Guerra Civil Española. En la mirada de un niño, se veía distinto: “El viaje fue lindo. El barco debía hacer una parada en Dakar pero no nos permitieron entrar. Estuvimos a pocas millas del puerto y desde ahí nos entretuvimos mirando el mar lleno de tiburones. Los marineros agarraban ganchos con carne y los tiraban al agua y los tiburones tragaban y ellos los subían por la mitad, pegaban coletazos -eran grandotes- y se iban. Después seguimos y llegamos al puerto de Valencia”.En España, la familia Domenech cargó su equipaje y bajó asombrada a un país ensangrentado. En una de las valijas, envuelto entre los pantalones de sus hijos, el padre llevaba un revolver 38 milímetros con culata de nácar. “Estaban todos los revolucionarios ahí en el puerto, recibiendo a la gente del barco. A un cura le pegaron un tiro en una pierna porque se quería volver. Sí, como me escucha: se quería volver y los republicanos le pegaron un tiro en la pierna”.Todos se instalaron en Oliva, un pueblo cerca de la ciudad de Valencia. “Fuimos a la casa de un tío, un hermano de mi papá. A mí todo me parecía una aventura. Para mi hermano y para mí, de nueve y diez años, eran unas grandes vacaciones. Pero todo se iba a ir complicando de a poco: mi padre entró a trabajar en un comité de ideas opuestas al franquismo”. Investigaciones realizadas luego en España señalan que su papá militaba en la CNT, una Central de Trabajadores ligada al anarquismo y que por eso fue fusilado a principios de los años 40.

Papá y Carmen. Norberto, en Rusia, un mes después de salir de la prisión con trabajos forzados, junto a su hija mayor, nacida allí. 

En Oliva, las aventuras, poco a poco, dejaron de ser divertidas. “Empezó a decirse que todos los padres que quisieran salvar a sus hijos los mandaran a la Unión Soviética porque los alemanes e italianos iban a bombardear, entonces nos sacaron del pueblo. Antes de irnos de Valencia, mi padre nos llevó a mi hermano y a mí a conocer una corrida de toros. Esa fue la despedida de España. Éramos pibes. No entendíamos mucho. Eso es lo último que vimos antes de irnos a Rusia”. También iba a ser la última vez que Norberto y José María vieran a su padre.Atravesaron el Mediterráneo y el Mar Negro para viajar desde la Guerra Civil Española a la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas. “En el barco éramos setenta chicos y algunos maestros. Todos pensábamos que el viaje a Rusia iba a ser por poco tiempo. Llegamos al Puerto de Sebastopol, en Crimea. Los rusos nos recibieron muy bien. Ahí mismo, en Crimea, nos quedamos un tiempo. Nos llevaron a una escuela, teníamos para dormir y para estudiar. Crimea se parece a Mendoza. Mucha viña. Mar Negro. Divino. Estuvimos unos meses hasta que nos llevaron a Moscú. Nos instalaron en un colegio muy lindo con unas piezas grandísimas. Me hice amigos, me divertía. Abajo dormíamos nosotros y arriba las chicas. Nos juntamos con otros niños de España: en total éramos como setecientos”.

El certificado que respalda la historia de Norberto. 

Mientras Norberto crecía en Moscú no tuvo nunca ninguna noticia de sus padres. “Nada de nada. Eso nos dolía. Me sentía huérfano. En 1939 me enteré que había terminado la guerra de España. Me fui a un árbol que había en el patio, me senté ahí y lloré”.Norberto lo cuenta y vuelve a llorar. Como si el tiempo no hubiera transcurrido desde entonces, como si su impotencia frente a los acontecimientos fuera la misma, como si estuviéramos ahora en ese colegio de Moscú, a la sombra de aquel árbol, como si se escuchara el rumor de las armas abatidas. Y hoy de los ojos de Norberto, a sus 92 años, caen las lágrimas de aquel niño de 12 que extrañaba a sus padres.Él debió seguir su largo recorrido en la Unión Soviética. “Con Franco en el poder, nosotros no podíamos volver a España, éramos los hijos de los revolucionarios. Yo quería viajar a la Argentina, pero eso me costó caro”.Transcurrieron cinco meses desde el final de la Guerra Civil Española hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Cuando Alemania invadió la Unión Soviética, en junio de 1941, Norberto tenía 15 años. “Por parlante nos avisaron que Alemania había atacado. Nos quedamos perplejos, no sabíamos qué hacer. Cuando venían los aviones alemanes para bombardear Moscú de noche, tiraban bengalas y la casa se iluminaba estrepitosamente. Nos escondíamos en el bosque, en una cuevas que habíamos hecho. Hacíamos travesuras, éramos pibes. Pero al poco tiempo nos fueron sacando de esa escuela. Nos mandaron a un colegio técnico. La comida que nos daban era tan mala y tan poca que teníamos que salir a robar manzanas o lo que fuera para comer. Estudié como técnico mecánico y, cuando terminé, me trasladaron a trabajar a una fábrica en Taskent, en Uzbekistán. A mi hermano, junto a un grupo grande de españoles, lo mandaron a Sarátov, una ciudad sobre la ribera del río Volga”.En 1947 -la guerra ya había terminado pero el mundo aún seguía convulso- Norberto se casó con Carmen, una española que también era una “niña de la Guerra” y con quien soñaron venir a Argentina. Ese mismo año, fue su hermano José María quien logró el permiso: “A él lo dejaron venir y a mí no. Me dijo: «Vinimos juntos, nos vamos juntos». Pero yo le respondí: «No, vos te vas, están los viejos, cuidalos, ayudalos y yo ya iré». Todavía creía que mi padre vivía. Mi hermano volvió y se instaló en Escobar, se reencontró con nuestra madre en Buenos Aires, que había podido huir de España, y ahí supo del fusilamiento de nuestro padre. Yo seguí ignorando los destinos de la familia y soñando con Argentina desde lejos”.“Empecé a trabajar en una fábrica de aviación. Al poco tiempo nació mi primera hija, Carmen, y luego Josefina, una bebita linda, gordita, que murió en mis brazos, de diarrea estival. Le agarró esa enfermedad, la llevé al hospital, no me la quisieron aceptar y se me murió en los brazos. Yo le calentaba las manitos, los piecitos con aliento, pero se me iba, se me iba, y se me fue. Por ese entonces empecé a visitar al consulado a ver si me dejaban volver a Argentina. Pero Stalin había dado una orden: los que querían irse a otro país -éramos varios- serían enemigos del régimen. Y entonces me arrestaron. Me separaron de mi mujer y mi hija que tenían pasaportes soviéticos. Primero estuve en la cárcel política de Lubianka y después pasé siete años en un campo de trabajo forzado en Siberia”.Llegó a esas prisiones de la Unión Soviética sintiéndose aún más huérfano y todavía sin saber nada de sus padres. “No tuve ninguna noticia de ellos. El Partido Comunista Español sabía que a mi padre lo habían fusilado. Y los rusos que me arrestaron, también. Pero nadie me dijo nada. Pienso en Siberia y, además de la soledad infinita, recuerdo la blancura y los hombres que se levantaban de sus camastros como si fueran esqueletos vivos”.“En la lógica de aquellos años terribles, tuve cierta suerte. En el campo de trabajo forzado me mandaron a los talleres. No era tan duro aunque a veces debíamos ir a buscar alguna locomotora descarrilada con la nieve hasta las rodillas. Pero había compañeros que debían salir así todos los días a cortar árboles. Ellos, por lejos, eran los que más sufrían. Alguno hasta se cortó la mano para que no lo enviaran más”.Norberto aclara que él nunca fue comunista, que nunca apoyó a la Unión Soviética, que allá le dieron un oficio pero que la educación la recibió de sus padres. “A mí la política nunca me gustó. Yo apoyo a la gente que tiene hambre, no soy de ningún partido político. No quiero saber nada después de todo lo que he visto. En la Unión Soviética vi hambre, yo mismo tuve mucho hambre. Stalin era un maldito, había matado a todos los dirigentes del Partido Comunista que apoyaban a Lenin. Mandaba a matar y culpaba a los trotskistas y arrasaba con miles de personas y no le importaba nada. Los mataba o llevaba a campos de trabajo forzado sin ninguna razón”.Siete años sobrevivió Norberto en el campo. “En Siberia yo era el único español o argentino. Había lituanos, alemanes, de todos lados. Había gente muy buena y también gente maldita, ladrones, asesinos. Una vez me pegaron un golpe en la nariz y me la torcieron y en la enfermería un alemán grandote me la enderezó sin anestesia. A otros presos, sus familias los visitaban, a veces le llevaban algo de comida; yo no tuve esa suerte”.Quien ahora recuerda es Carmen, la hija mayor de Norberto, desde España, donde regresó en 1956 gracias a los oficios de la Cruz Roja: “Cuando mi padre fue preso, a mi madre la echaron de su trabajo, se había convertido en una paria. Así era la dictadura de Stalin. Y tuvo que juntarse con otro hombre para sobrevivir. Para mi padre fue difícil aceptarlo pero era lo único que ella podía hacer”.La condena de Norberto era por diez años pero lo liberaron cuando Stalin murió. “No tenían de que agarrarse para mantenerme en el campo -asegura-. Y allí volvió a ver a su hija y supo que su esposa estaba con otro hombre”.Solo, Norberto rearmó su vida en Moscú y siguió anhelando regresar. “Yo decía: me muero en otro campo de concentración o vuelvo a mi país. Conocí a Tanya, una rusa pelirroja hermosa, y tuvimos a nuestra hija Lena”. Finalmente en 1956 logró el permiso para salir de la Unión Soviética y regresar. “Tanya me acompañó hasta el aeropuerto de Moscú. Ella siempre había sabido que yo un día iba a volver a Argentina e igual había querido tener su hija conmigo. Las despedí en el aeropuerto. No tenía un centavo, no tenía valija, no tenía nada, sólo el traje que llevaba puesto y así viajé.” El eterno regreso lo llevó primero a París y luego al puerto de Havre, al norte de Francia, para finalmente subir a un barco que le permitiría completar el recorrido trunco iniciado veinte años atrás. “El viaje fue bastante bravo, hubo una tormenta fabulosa, pero a esa altura ya nada me asustaba”, recuerda.El barco llegó al puerto de Buenos Aires. Norberto no sabía qué ni quién lo esperaría al bajar, menos aún que un primo suyo que trabajaba en la Policía Federal había avisado que en ese barco estaría llegando un tal Norberto Domenech. “Al bajar fue tremendo: mi mamá y mi hermano estaban de pie, esperándome. La abracé a mi mamá con todo mi amor y ella me abrazó con todo su fuerza.” Recién entonces supo que su madre estaba viviendo aquí y que a su padre jamás lo volvería a abrazar.Norberto sobrellevó la emoción y volvió a empezar. “Arranqué de nuevo sin un sope”, dice con una sonrisa. Trabajó duro en la industria mecánica. Tuvo dos hijas con una mujer, se separó, volvió a juntarse y nacieron sus últimos tres hijos. Con enorme esfuerzo, logró comprarse su casa.Hoy vive en Ingeniero Maschwitz, está jubilado, tiene una hija en España, otra en Rusia, cinco hijos en Argentina, seis nietos en España y varios más acá. En 2005 viajó a Valencia a ver a su hija Carmen y ella vino en 2014 a Buenos Aires; hablan seguido por teléfono. Todos tienen algún vínculo: alguno de sus hijos de Argentina también se llaman con Carmen, y Carmen y Lena entre sí.Pero Norberto nunca volvió a Rusia ni quiso ver a la gente que conoció allá, hasta olvidó el idioma de aquel país. Lo que aún no puede olvidar es la tristeza de lo vivido, dice que no sabe cómo, que por eso lo cuenta, quiere hablarlo, sacarse esos años de adentro, quitarse la angustia. Y sacude sus manos, como si pudiera poner a un lado las migas de un pasado que todavía hoy lo hace llorar. 

Fuente: clarin.com