El milagro de Helen Keller: la mujer que no aceptó su destino

A los 19 meses unas fiebres la dejaron sordomuda y ciega, pero eso no le impidió graduarse, escribir 14 libros y ser una de las activistas más célebres de su tiempo.

Helen Keller

Nació el 27 de junio de 1880 en Tuscumbia, Alabama, en una casita rodeada de madreselvas y rosas amarillas en el seno de una familia de gobernadores y generales. Su abuela paterna era sobrina de Robert E. Lee, líder del ejército confederado en la Guerra de Secesión y su abuelo materno descendía de John Adams, el segundo presidente de los Estados Unidos.El destino de Helen Keller era convertirse en una pequeña y despreocupada princesita sureña, pero a los diecinueve meses unas fiebres, probablemente provocadas por la meningitis, la dejaron sorda y ciega y poco después también perdió el habla. La acomodada y apacible vida de los Keller se había truncado repentinamente. Helen había sido un bebé precoz, dio sus primeros pasos con tan sólo un año y sus padres afirmaban que con siete meses había pronunciado su primera palabra: “agua”. Pero con menos de dos años su contacto con el mundo se frenó virulentamente. La impotencia que sentía sumada a la sobreprotección con la que fue criada provocaba en ella constantes ataques de ira y un sufrimiento insostenible. Toda la familia giraba en torno a ella y su mayor preocupación era qué iba a ser de Helen en su vida adulta. Nadie esperaba que Helen pudiese llevar nunca algo parecido a una vida normal.Hasta que un día, de manera casual, la madre de Helen encontró un rayo de esperanza en un libro de Charles Dickens. En el ensayo Notas sobre América,  Kate Adams, descubrió la historia de Laura Bridgman.Bridgman, había perdido totalmente la vista, el oído y parcialmente el gusto y olfato tras sufrir un ataque de escarlatina más o menos a la misma edad que Helen. Parecía condenada a una existencia en el limbo, pero en la Institución Perkins de Boston el doctor Samuel G. Howe le  había enseñado a leer y a comunicarse con los dedos. El tesón de Laura la había convertido en una pequeña celebridad y decenas de curiosos se acercaban a la fundación para ver sus increibles avances. Fue la primera persona sordomuda y ciega que recibió educación con éxito. Si Laura Brigman había podido conseguirlo, significaba que Helen también podía salir de su crisálida.La familia Keller viajó al norte, donde el prestigioso logopeda Alexander Graham Bell (sí, el mismo que patentó el teléfono) les puso en contacto con el Instituto Perkins. El doctor Howe había fallecido, pero su sutituto, el doctor Anganos, les ofreció una posibilidad que les resultó más atractiva que dejar a Helen en la institución: que una joven profesora se trasladase a Alabama con la familia. Y así llegó Anna Sullivan a la vida de Helen Keller, tres meses antes de que cumpliese los siete años. “El día más notable de mi vida”, escribió Keller en sus libro La historia de mi vida.El entorno en el que se había criado Anna Sullivan era mucho más modesto que el de los Keller. Sus padres habían huido de Irlanda tras la hambruna de la patata y se habían instalado en Massachusetts. Su madre falleció de tuberculosis cuando Anna sólo tenía siete años y ella y su hermano Jimmy acabaron recluidos en una institución para niños desamparados. Poco después Jimmy falleció también de tuberculosis y Anna sufrió un tracoma, una infección ocular que la dejó casi ciega. Eso la llevó a la Escuela de Perkins para los Ciegos donde se graduó con honores. Había sido una de sus alumnas más destacadas y ahora estaba preparada para ser una de sus profesora más influyentes.“Así salí de Egipto y me hallé en el Sinaí, y una fuerza divina tocó mi espíritu, y le dio la vista para que contemplase tantas maravillas. Y desde la montaña sagrada escuché una voz que decía: el saber es amor, luz, visión.” Así definió Helen la llegada de Anna Sullivan a su vida.

Helen Keller y Anna Sullivan

En cuanto se instaló en Tuscumbia, Sullivan fue consciente de la gravedad de la situación. La frustración de Keller había generado en ella un comportamiento violento y casi asalvajado que su familia toleraba o más bien ignoraba. Lo primero que solicitó fue que ambas viviesen apartadas para romper el círculo vicioso entre Helen y sus padres y frenar los constantes chantajes emocionales de la niña.Una vez solas Sullivan comenzó a desarrollar un método educativo que consistía en hacer que Helen tocase un objeto para después deletrear su nombre sobre la palma de su mano en un intento de hacerle comprender que cada cosa tenía un nombre. Pero el mundo interior de Helen estaba vacío y la frustración por la falta de resultados comenzaba a hacer mella.Hasta que un día tras pasear cerca de una fuente, Anne colocó la mano de Helen bajo el agua y deletreó sobre ella la palabra “agua” y de pronto, aquella primera palabra infantil que según sus padres había sido pronunciada de manera tan temprana que casi parecía un milagro, brotó en ella como el líquido de la propia fuente. Agua. “De golpe el misterio del lenguaje me fue revelado”, escribió sobre aquel momento.Aquel día, después de que el agua hiciese la luz, Helen aprendió más palabras: madre, padre, hermana, maestra… por primera vez se acostó deseando que amaneciese cuanto antes.Lo que vivió tras aquella catarsis no fue más sencillo, pero sí muy gozoso para una niña ávida de conocimiento. Gracias al esfuerzo de Sullivan, que diseñó unas cartulinas con relieves,  Keller empezó a leer y un nuevo mundo se abrió para ella. Matemáticas, zoología, botánica, historia, griego, francés, alemán, latín…ningún saber esquivaba su interés.Era una lectora voraz. Gracias al sistema Braile pudo imbuirse en la obra de Homero, Kipling y Shakespeare. Pero también tenía aficiones «físicas» como la natación, el piragüismo, el senderismo o el teatro. Nada le era ajeno y siempre buscaba nuevos retos.Una vez abordada con éxto la lectura se propuso recuperar el habla y pronunció sus primeras palabras gracias al método de otra ilustre profesora de la Institución Perkins Sarah Fuller: «Me tomaba la mano, que pasaba ligeramente sobre su rostro, haciéndome palpar las posiciones de su lengua y de sus labios, mientras que ella profería un sonido simple articulado».Tras once lecciones pronunció su primera frase: «Hace calor». Bromeó con el hecho de que sólo Sarah Fuller y Anna Sullivan la entendieron, pero aquel era un paso inimaginable para aquella niña que parecía condenada a una vida de aislamiento.A los 16 años siguió cumpliendo sueños y se matriculó en la Escuela Cambridge para preparar el ingreso en Radcliffe, el centro femenino de la Universidad de Harvard, en el que se graduó con honores. Fue la primera mujer sordociega en conseguirlo.Sus estudios fueron financiados por Henry Huttleston Rogers, propietario de la Standar Oil, el millonario conocía la historia de Keller gracias a la curiosa amistad que unía a esta con el escritor Mark Twain.  Allí empezó también su amor por la escritura. En 1903 publicó sus memorias que fueron editadas por John Albert Macy el que por entonces era marido de Anna Sullivan. Nunca dejó de escribir y publicar.En Radcliffe surgió otra de sus grandes pasiones, el activismo. Tras tomar conciencia de la situación de los ciegos que pertenecían a las clases más humildes y de la estrecha relación entre discapacidad y pobreza se interesó por los derechos de los trabajadores y comenzó a apoyar los movimientos socialistas femeninos. Esto le llevó a ser investigada por el FBI y verse incluida en una lista de «comunistas peligrosos». También luchó por el voto femenino, se interesó por los derechos de los afroamericanos y por la neutralidad de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial. Profundamente pacifista, años después visitó Hiroshina y Nagasaki donde dio discursos contra la guerra. Sus ideales fueron motivo de burla en los periódicos, los mismos que habían alabado su capacidad de superación y la habían convertido en un icono nacional.En la vida de Hellen también hubo hueco para el amor. Anna Sullivan había sido su puente con el mundo durante toda su vida, pero cuando a la profesora le diagnosticaron tuberculosis, Peter Fagan, un reportero del Boston Herald se convirtió en su asistente y gran apoyo. El romance fue fulminante y los periódicos anunciaron el compromiso, pero la familia Keller se opuso y les separó. No consideraban que la sociedad norteamericana estuviese preparada para ver a una joven discapacitada como un ser sexual y afectivo. Como si Helen no hubiese tenido ya bastantes carencias en su vida.Pero si el amor le fue trágicamente esquivo en el terreno de la amistad puede presumir de haberse codeado con lo más granado de la intelectualidad norteamericana: a los nombres de Bell y Twain con quien mantuvo una relación cotinuada hay que sumar los de Charles Chaplin, Eleanor Roosevelt o John Fitzgerald Kennedy. Nadie se sustraía al encanto y el influjo de Keller que en 1964, fue galardonada con la Medalla Presidencial de la Libertad, el más alto premio para personas civiles otorgada por el presidente de los Estados Unidos Lyndon Johnson. Falleció cuatro años después,  el 1 junio de 1968. Es un ejemplo de superación incontestable y su autobiografía forma parte de los planes educativos de varios estados.

EL MILAGRO DE ANNA SULLIVAN, CUANDO HOLLYWOOD DESCUBRIÓ A HELEN KELLER

Era inevitable que una historia así despertase el interés del público. En 1959, el dramaturgo William Gibson transformó la autobiografía de Helen Keller en la película para televisión El milagro de Anna Sullivan. El éxito de la adaptación que contaba con Teresa Wrigth como Anna Sullivan y Patty MacCormack como Helen Keller propició que el autor adaptase la obra al teatro y fue en Broadway, ya con Anne Bancroft y Patty Duke como Anne y Helen, donde la increible histora de superación de Keller se convirtió en un referente.

El Milagro de Anna Sullivan

Su éxito, 719 representaciones, animó a United Artist a llevarla al cine y aunque lo lógico hubiese sido depositar su confianza en la solvencia de las actrices originales, los productores trataron de hacerse con los servicios de Audrey Hepburn y Elizabeth Taylor para interpretar a Sullivan. Por entonces Bancroft era prácticamente una desconocida para el gran público, pero el éxito de la película, con cinco nominaciones al Oscar, la convirtió en una de las grandes de Hollywood y significó la primera de sus cinco candidaturas y la única victoria, aunque no llegó a recogerlo por encontrarse representando Madre coraje y sus hijos en Broadway. Joan Crawford, en plena guerra con Bette Davis, nominada esa noche por Qué fue de Baby Jane, fue la encargada de recibir la estatuilla en su lugar como recordarán los fans de Feud.Patty Duke también se llevó ese año el Oscar a casa, estaba nominada como Mejor Actriz Secundaria, pero su carrera no fue tan meteórica como la de Bancroft, principalmente por problemas de índole personal. Duke pasó su infancia tutelada por una pareja de explotadores que según confesó habían abusado de ella física y emocionalmente y anulado tanto su personalidad que inluso cambiaron su nombre original, Anne Marie, por el de Patty,  con el fin de emular a la niña de moda del momento Patricia McCormack, sí, gran pirueta del destino, la misma que interpretó a Keller en televisión (y uno de los Modelos de conducta de John Waters gracias a su diabólico papel en La mala semilla).Duke, madre del Hobbit y Goonie Sean Astin, combinó su carrera de actriz con la de cantante, pero tras ser diagnósticada de trastorno bipolar dedicó gran parte de su tiempo a la promoción de la salud mental y fue la primera estrella que hizo público su diagnóstico con el fin de contribuir a su desestigmatización. Además, se convirtió en activista a favor de diversas causas relacionadas con la salud mental y el envejecimiento e incluso intervino ante el Congreso con el fin de lograr financiación y atención mediática sobre las enfermedades mentales.Helen Keller habría estado muy orgullosa de ella.Fuente: revistavanityfair.es