En la Iglesia de la Selva, los feligreses vagan silenciosos y descalzos en la naturaleza

Por Hannah Natanson

Los participantes forman un círculo y se quedan en silencio (The Washington Post / Dayna Smith)

Los participantes forman un círculo y se quedan en silencio (The Washington Post / Dayna Smith)

Los presentes portaban sillas plegables y untadas con insecticidas. Había gente joven y gente mayor. Algunos en pareja, otros solos. Muchos con sandalias y algunos descalzos. Sin mediar palabra, colocaban sus sillas en un círculo en medio del parque Turkey Run en McLean (Virginia). Agarraron los tambores dispuestos sobre una manta estampada, se los pusieron entre las rodillas y empezaron a golpear los instrumentos.



«Sus manos saben qué hacer», decía Katy Gaughan, profesional del tambor. «¡Solo toca! No hay un camino correcto ni un camino equivocado«.

La Iglesia de la Selva, o «Church of the Wild» en inglés, estaba a punto de arrancar en un caluroso y húmedo domingo.

La iglesia, que se reúne una vez al mes en parques de todo el Distrito de Columbia, Maryland y Virginia, atrae a alrededor de 50 congregantes. Los servicios, presididos por la reverenda Sarah Anders, normalmente duran una hora y media. Los adoradores tocan, cantan y escuchan recitales de poesía. Todo eso en un esfuerzo por conectarse con la naturaleza y cumplir con el objetivo declarado de la iglesia: honrar «la morada mutua de lo Divino con la Tierra y todos sus seres».

Anders no pronuncia ningún sermón, sino que los asistentes vagan por el entorno en silencio total durante media hora.

«No decimos mucho la palabra de Dios», comentaba Anders. «El énfasis está en Dios como una fuerza universal. Nuestra misión es ayudar a las personas a entrar más en sus espíritus y en sus corazones«.

Kristina Byrne toca el tambor junto a su hijo Adisa Jones, de 2 años en uno de los servicios religiosos de la “Iglesia de la Selva” (The Washington Post / Dayna Smith)

Kristina Byrne toca el tambor junto a su hijo Adisa Jones, de 2 años en uno de los servicios religiosos de la “Iglesia de la Selva” (The Washington Post / Dayna Smith)

Anders estableció esta iglesia en sociedad con Beth Norcross, directora fundadora del Centro para la Espiritualidad en la Naturaleza y miembro adjunta del Seminario Teológico Wesley de DC. La Iglesia de la Selva se reunió por primera vez en abril.

Anders describe a su congregación como una iglesia cristiana, pero dice que se basa en aspectos de «todas las religiones». Por ejemplo, los servicios a veces incluyen lecturas de textos judíos.

Ella y Norcross dan la bienvenida a los agnósticos. Dicen que esperan que la atmósfera no tradicional les permita explorar mejor su fe y, quizás, descubrir a Dios.

Anders fue ordenada en la Iglesia Unida de Cristo, una denominación protestante de línea principalmente liberal, y predicó durante un tiempo en la Iglesia Unida de Rockville (Maryland). Ella dejó ese trabajo el año pasado. La Iglesia de la Selva no le paga a ella (ni a nadie) un salario, por lo que se gana la vida dando sermones y dirigiendo talleres religiosos.

Anders apuntó que dejó Rockville porque no podía soportar «tropezar» con el lenguaje típico eclesiástico ni un minuto más. «Dios como ‘Él’, la gente como ‘pecadores’. No podía sentarme y escuchar más», relataba ella. La mujer también quería pasar los domingos al aire libre, y sentada en un santuario se sentía confinada.

El domingo, todo lo que alguien podía escuchar durante varios minutos eran los golpes de los tambores. Entonces Gaughan intervino para organizar a sus compañeros, guiando al grupo al ritmo que pretendía imitar el latido de un corazón.

«Aquí estamos, como un corazón latiendo juntos».

Una mujer asintió y se quitó los zapatos. Otra cerró los ojos.

Gaughan llevó el sonido de los tambores in crescendo. «¡Estamos en el bosque, puedes ser ruidoso!«, decía antes de calmarlos y ceder el círculo a Anders.

«Nuestro tema este mes es escuchar espiritualmente junto a la naturaleza, no a la naturaleza. Con la naturaleza y con los otros seres de la naturaleza», señaló Anders. «Encontramos que a medida que honramos lo divino en la Tierra y todos sus seres, nos volvemos más compasivos«.

Sudando juntos en el parque de Virginia, los feligreses escuchaban esas palabras al tiempo que practicaban la respiración profunda. Escuchaban mientras meditaban durante varios minutos, con Anders guiándolos hacia lo subconsciente. Escuchaban mientras alguien tocaba un instrumento nativo americano.

Cuando pararon, se tomaron de las manos y repetidamente cantaron el estribillo de la canción de Alicia Keys We are here. Anders explicaba que la letra de Keys, particularmente la frase Estamos aquí para todos nosotros, expresa perfectamente la ideología de la Iglesia de la Selva. Los congregantes adoran al aire libre en nombre de «todos nosotros», incluidos los vecinos humanos y no humanos.

Es una idea que parece estar recibiendo apoyo en todo el continente. Ahora hay una red de Iglesias de la Selva que conecta 15 iglesias al aire libre, desde Texas hasta California y Canadá. «Es realmente un fenómeno», afirmaba Norcross. «Somos una de muchas».

En Virginia, el tiempo del sermón del domingo comenzó cuando Anders le pidió al grupo que «abriera los ojos y comenzara a andar«.

Los fieles se levantaron y se dispersaron en diferentes direcciones. Algunos marcharon decididamente a lo largo de los senderos del bosque. Otros caminaron lenta y deliberadamente hacia nada en particular.

Durante los siguientes 20 minutos, nadie habló ni emitió un sonido más que el ocasional chasquido de una ramita. Una mujer se quitó las sandalias y pisó descalza la hierba. Un hombre con un pañuelo rojo se encontraba cara a cara con un árbol y miraba fijamente su tronco. Otro hombre subió a una mesa de picnic cercana, se tumbó de espaldas y miró hacia el dosel verde, sin pestañear.

Una mujer con camisa rosa se acercó a un árbol pequeño, apoyó la frente contra el tronco y cerró los ojos. Ella permaneció allí durante varios minutos, mientras masticaba chicle.

Después del servicio, los feligreses conversaron y tomaron un snack. Entre ellos, estaba Kelly Richmond, empleada del Smithsonian de 50 años. Decía que nunca le había gustado la religión organizada, pero que la Iglesia de la Selva ofrece una manera de ver y apreciar la magia de la naturaleza evitando toda conversación sobre un Dios masculino y el «poder del patriarcado». Al preguntarle si cree en Dios, Richmond dijo que necesita más información.

Kristine Byrne, una escritora independiente que vive en Silver Spring y se considera religiosa, apuntó que ha asistido a todos los servicios de la Iglesia de la Selva desde su lanzamiento en abril. Acunando a su hijo de dos años, Adisa, Byrne, de 34 años, afirmó que ha estado caminando por el bosque mucho antes de que la Iglesia de la Selva comenzara.

«Para mí, es como si el bosque y Dios son lo mismo», dijo. «Así que es agradable ver a grupos de personas haciendo lo que siempre he hecho«.

Fuente: infobae.com