Leonardo Padura: «Para los cubanos, el sexo ha sido una vía de escape»

El creador del detective Mario Conde, cuya novela más reciente de la serie es «La transparencia del tiempo», habló con Infobae Cultura sobre los desafíos que enfrenta un escritor en Cuba para construir su obra y dar cuenta de la realidad del país.

Leonardo Padura baja al lobby del hotel a la hora pautada, saluda y dice «Empecemos la entrevista, que quiero terminar rápido». Da la impresión de estar de mal humor, pero, en realidad, está cansado y se siente un poco enfermo. Después de pasar unos días en el clima seco de Santiago de Chile, la humedad de Buenos Aires lo dejó en un estado gripal que se evidencia en la frente perlada de sudor frío.



No es el mismo Padura que habló con Infobae algunos meses atrás desde la comodidad tropical en su casa de La Habana, cuando presentaba La transparencia del tiempo, un nuevo episodio en la serie de novelas protagonizadas por su detective Mario Conde. Tiene la voz tomada y debe aclararse varias veces. Y aunque no pierda la cordialidad, evita detenerse demasiado en cada respuesta.

En La transparencia del tiempo (Tusquets), Conde recibe el encargo de un antiguo compañero de estudios devenido en un exitoso anticuario que, tras de una vida de discriminación, pudo, por fin, salir del clóset. Bobby, así se llama el amigo, le pide ayuda para recuperar la estatua de una virgen negra que un ex amante le ha robado. La búsqueda lo lleva a Conde por las zonas más lúmpenes de La Habana, donde miseria y violencia se funden en un mismo horizonte sin futuro.

Leonardo Padura (Nicolás Stulberg)

Leonardo Padura (Nicolás Stulberg)

Buenos Aires es una escala más en la gira de presentación de la nueva novela. En pocos días, Padura viajará a Colombia vía Panamá. Por eso la amenaza de un malestar lo pone en guardia. «Además», dice, «las entrevistas me quitan mucha energía. Si fuera español o argentino, podría contestar en piloto automático, pero siendo cubano es imposible». Es que ser un escritor cubano implica hablar de Cuba y hablar de Cuba implica hablar de Fidel y de la revolución. He aquí, entonces, una fatalidad: la etiqueta de «escritor cubano» que lo cansa, pero de la que nunca reniega.

De hecho, pese a haber tenido varias oportunidades para vivir en el extranjero —tiene también la ciudadanía española—, nunca abandonó La Habana. «Yo quería escribir sobre Cuba», dice, «y para escribir sobre Cuba necesito vivir en Cuba. Soy un escritor cubano que escribe sobre Cuba y vive en Cuba. Además, tengo un muy fuerte sentido de pertenencia a mi cultura, a mi lengua, a mis tradiciones, a mis costumbres, a mi barrio, a mi casa. Para escribir necesito a Cuba y necesito mi casa y necesito La Habana. Es mi ámbito a partir del cual hago mi obra. Ese es mi medio, ese es mi mundo, al que yo pertenezco».

Por unos instantes, el bar del hotel se convierte en un pequeño estudio de televisión: se montan cámaras y luces, el fotógrafo hace pruebas, se acomoda el volumen de los micrófonos. Padura se pone un poco impaciente; alguien, entonces, le ofrece un té: «Le va a hacer bien para el catarro», le dice. «Ya tomé un café en la habitación», contesta y se le escapa una sonrisa. Como si ofrecerle un té a un cubano fuera un disparate. Es la primera vez que se ríe, con una sonrisa corta, pícara. «Ya tomé un café», vuelve a decir y ahora sonríe francamente con toda la boca y algo en él se distiende.

Leonardo Padura entrevistado por Patricio Zunini (Nicolás Stulberg)

Leonardo Padura entrevistado por Patricio Zunini (Nicolás Stulberg)

Con cada nuevo libro de Mario Conde, los lectores aprendemos algo nuevo del personaje. Pero, si es cierto que él y usted son parecidos, con cada libro de Mario Conde, ¿usted aprende algo de sí mismo?

—Yo creo que sí. Conde es un personaje que me ayuda a expresar y a entender una realidad. Y también me ayuda a entenderme y a verme a mí mismo cada vez en el contexto en el que estoy viviendo, en el momento en que ocurre la historia. La transparencia del tiempo ocurre en el 2014 alrededor de una situación social bastante nueva en Cuba y, a través de Mario Conde, me conecto con esa realidad de una manera mucho más profunda y visceral. Y, a la vez, en cuanto al hecho de que Mario Conde llega a los 60 años y tiene una reflexión sobre la edad, pues también me ayuda a conciliarme y a entenderme viviendo en esta edad que voy teniendo.

Dado que también tiene ciudadanía española, ¿alguna vez España va a ser territorio de su ficción?

—España es territorio de ficción en varias de mis novelas. En El hombre que amaba a los perros hay una parte importante del libro que ocurre en España. En La transparencia del tiempo lo mismo.

Pero no es una España contemporánea como Cuba.

—Es una España en la que me voy a la historia. Es muy difícil escribir sobre realidades contemporáneas de otros países en los que uno no vive y no conoce. Pero ahora mismo estoy empeñado en una novela en la que sí tengo que hacer ese ejercicio en varias locaciones. Todos los personajes cubanos, a partir de la ruptura de un núcleo de un grupo de amigos, se dispersan por distintos países y están en un presente que ocurre en España, en Estados Unidos, en Puerto Rico, incluso posiblemente alguno ocurra en Argentina.

—¿Mario Conde viaja a la Argentina?

—No [se ríe]. Esta es una novela sin Mario Conde.

La transparencia del tiempo, la novela más reciente de Leonardo Padura, en la serie del detective Mario Conde.

La transparencia del tiempo, la novela más reciente de Leonardo Padura, en la serie del detective Mario Conde.

—Algo que siempre me llama la atención de Mario Conde y que lo comparte un poco con el comisario Montalbano de Andrea Camilleri y con el detective de Qiu Xiaolong, es la relación de la comida. Son grandes sibaritas. ¿Qué lugar ocupa la comida en Mario Conde?

—Mario Conde no es sibarita, Mario Conde es un superviviente. Hace unos días, en una revista de gastronomía me preguntaban qué platos me gustaban, si yo era un gourmet y tal. Y yo decía: «Mira, un cubano de mi generación no puede ser un gourmet porque hemos comido hasta piedras». El día que hay buena comida, Mario Conde come buena comida, y el día que no hay buena comida, come lo que aparece. Todo esto es un juego con esa realidad cubana de ser un extrañísimo país donde nadie se ha muerto de hambre, pero nadie ha comido lo suficiente o no ha comido lo que ha querido comer. A un cubano, tú lo invitas a comer a un buen restaurante y cuando termina la comida le preguntas: «Qué te pareció lo que comiste», y la respuesta, si es satisfactoria, te dice: «Estaba buenísimo, me llené cantidad». Nosotros miramos la comida en términos de cantidad y no de calidad.

—¿Puede haber otros temas que tengan esa relación como la comida? Pienso, por ejemplo, en el sexo.

— En el sexo, Mario Conde se está poniendo un poco viejo y ahora todo eso ya va siendo un problema. Es un componente importantísimo de la cultura, pero para los cubanos, el sexo ha sido una de las vías de escape. Es un sexo muy desprejuiciado y, lo digo en esta novela, lo es incluso a nivel del sexo homosexual. Hubo una época en la que estuvo condenado y perseguido y afortunadamente ya pasó. Yo creo que es una de las formas que tiene la gente de realizar libremente algún deseo, y lo practican a través de la vida sexual.

Cuando hicimos la entrevista hace unos meses, usted nos contaba que las personas homosexuales eran perseguidas en la época más dura del gobierno de Fidel y que aquello se aflojó un poco con la caída del muro.

—Se liberó mucho, se liberó mucho. Al punto que hoy se está discutiendo para una nueva Constitución la posibilidad de incluir el matrimonio igualitario. Yo creo que a partir de los 80 eso empezó a cambiar. En Cuba hubo represión y marginación: José Lezama Lima y Virgilio Piñera murieron en el ostracismo por ser homosexuales; hubo campos de trabajo donde, entre otros, fueron enviados los homosexuales. Pero la palabra persecución es un poco fuerte. En Inglaterra, en la misma década del 60, mientras los Beatles estaban haciendo la revolución mundial de la liberación del pensamiento, podías ir a la cárcel por ser homosexual. Y en otros muchos países del mundo, incluida Cuba, a los niños que tenían tendencias homosexuales los llevaban al médico para que el médico los curara.

Bueno, antes de la película «Fresa y Chocolate», el tema ya había sido tematizado en la literatura, incluso por usted mismo.

—Ese fue un momento en el que, curiosamente, aparecieron tres relatos con personajes gay. El cuento de Senel Paz que se llama «El bosque, el lobo y el hombre nuevo» que dio origen a «Fresa y Chocolate», el texto de un escritor cubano que se fue de Cuba y después un poco que ha desaparecido, Roberto Urías, que se llamaba «Por qué llora Leslie Caron», y el cuento mío «El cazador». Salieron entre el 90 y el 91.

Leonardo Padura (Nicolás Stulberg)

Leonardo Padura (Nicolás Stulberg)

Ya  hablamos sobre la comida y el sexo. ¿Cuál es el rol del amor en las novelas de Mario Conde?

—Juega un rol muy amplio, porque no solamente está el amor a la mujer, está el amor a toda una serie de cosas que Mario Conde necesita y que ama a su peculiar manera. El amor a los amigos, el amor a su perro, el amor a su cultura, a su literatura, a sus libros, a su casa. Mario Conde es un personaje que necesita entregarse y en esa entrega siempre queda un poco desvalido, un poco indefenso. Muchas veces él lamenta esa indefensión porque la sufre, pero es parte de su carácter y no puede luchar contra ello.

Andrea Camilleri sacó hace poco un libro en el que muestra a Montalbano en sus primeros años. Después de haber ido acompañándolo en su crecimiento a lo largo de los años, publicó cuentos de un Montalbano joven. ¿Puede haber, en algún momento, un libro de la primera juventud de Mario Conde?

—Pudiera haberlo, pudiera haberlo. En mi primera novela, que se llama Fiebre de caballos, el personaje de Mario Conde pasa por esa historia en un juego de baseball que juega el protagonista, que resulta ser Andrés, quien, en la novela Paisaje de otoño, es el amigo de Conde que se va de Cuba. Es el amigo que él envía al judío para que haga la investigación en la novela Herejes. Y siempre está mencionado. Es decir, eso pudiera ocurrir. Pero, en el caso de Camilleri, y no sé si es correcto decirlo, yo creo que le están escribiendo las novelas, que cada vez son más simples y menos literarias. Allí hay una maquinaria que no deja de pedir carne y hay que darle de donde se pueda sacar.

Estamos hablando de las condiciones de producción de un autor, ¿no?

—En ese caso sí. Afortunadamente yo trabajo con una editorial que nunca me ha puesto plazos para mi trabajo. Yo no aceptaría que me los pusieran. Nunca he cobrado por adelantado y hago el contrato cuando tengo el libro terminado, porque creo que la única manera de escribir literatura y expresar lo que uno quiere es teniendo la libertad que implica no tener compromisos económicos y ni temporales.

Padura y Claudia Piñeiro en un encuentro público en la Fundación Osde (Julieta Ferrario)

Padura y Claudia Piñeiro en un encuentro público en la Fundación Osde (Julieta Ferrario)

—En la charla pública que mantuvo con Claudia Piñeiro en Fundación Osde, usted dijo que un escritor no puede hacer política con sus libros.

—Que no debe. No debe.

—Cierto: que no debe hacer política con sus libros. De esa frase me surgen varios interrogantes. El primero: ¿cuál es el rol del escritor que se convierte en la voz de la revolución?

—En Cuba se habló durante mucho tiempo de la novela de la revolución cubana y hubo muchos intentos de escribirla. Uno de esos intentos lo hizo Alejo Carpentier con La consagración de la primavera. Yo creo que esa es la peor de las novelas grandes de Alejo Carpentier. Porque se impuso ser complaciente con un proyecto histórico, social, político, de una manera muy directa. Desde la literatura no tiene sentido hacer la alabanza de nada. La literatura está para mirar la realidad y reflexionar sobre ella, no para justificarla.

Creo que usted es uno de los escritores más incómodos de Cuba. No tengo mucho conocimiento sobre los escritores actuales, pero, de los que he leído, usted me parece el más incómodo.

—No lo sé. Es muy difícil de medir. Pero en general, la narrativa cubana —la poesía tiene sus características propias— no es complaciente con la realidad. Tanto los escritores más jóvenes, que andan entre los 30 y los 40 años, como los escritores de mi generación, entre los 50, los 60 y los 65, tenemos, la mayoría, una visión crítica con respecto a la realidad.

¿Cuál es el límite que debe imponerse un escritor que quiere sentar su posición política para no caer en un partidismo?

—De los demás, no lo sé. En mi caso, llego hasta donde necesito llegar. Y eso tiene que ver con las exigencias del argumento, las exigencias del carácter de los personajes, de la historia que estoy escribiendo. Y varía en cada caso. No puedo tener una idea precisa. Soy enemigo de los dogmas y no puedo dogmatizar algo tan complejo como esto, ¿no?

¿Pero, llegado el caso, podría escribir sobre un personaje que estuviese en las antípodas de sus opiniones políticas?

—He escrito personajes muy diversos. No tengo ni tendré las mismas opiniones políticas de Trotsky y Mercader, y escribí sobre Trotsky y Mercader. El escritor es un intérprete de muchas maneras de pensar y expresa la forma de entender la vida de muchas personas. No tienes que ser un asesino en serie para escribir la historia de un asesino en serie. Las maneras de acercarse a personajes diversos son múltiples. Y tiene que ser así, de lo contrario siempre estarías escribiendo de ti mismo.

Leonardo Padura (Nicolás Stulberg)

Leonardo Padura (Nicolás Stulberg)

No puedo cerrar la entrevista sin un par de preguntas sobre la realidad cubana hoy día. ¿Se puede rescatar algo de Fidel?

—Todo el proceso revolucionario cubano significó un cambio esencial de la vida del país. Esto es algo en lo que no me gusta entrar porque no me gusta hablar de realidades de otros países, pero creo que la gran diferencia entre Cuba y Venezuela es que en Cuba se hizo una revolución de verdad y en Venezuela no. Hubo un cambio económico total, un cambio de modos de producción, de forma de propiedad; en fin, lo que implicó un cambio social, político, de mucha profundidad. En ese cambio, por supuesto como todas las revoluciones, la cubana tiene luces y tiene sombras. Y de las luces y de las sombras de la revolución cubana durante 50 años, el responsable fue Fidel Castro. Fidel está en el principio y en el fin de todo, y lo que se salve se salvará con él y lo que se vaya se irá con él.

¿Qué puede decir del Che?

—El Che y Cuba son un gran signo de interrogación. Porque el Che era la inconformidad. El Che era la rebeldía. Estuvo muy poco tiempo en Cuba, no me imagino al Che mucho tiempo ejerciendo el poder. Yo creo más bien que se oponía al poder. Y hay textos del Che escritos en Cuba, por supuesto después del triunfo de la revolución, que los lees hoy y pueden ser bastante incómodos para la realidad cubana por lo que él planteaba. Incluso su relación con la Unión Soviética no fue demasiado cordial. Entonces, hubo poco tiempo para poder ver qué ocurría. Además, el Che estuvo en Cuba en una época en la que todos los días cambiaba la realidad. Yo creo que el Che era un ciudadano del mundo. Nació en Argentina, pero vivió más de la mitad de su vida fuera. Recorrió toda América. Tuvo una cercanía importante con Cuba y una mujer cubana, unos hijos cubanos y unas responsabilidades cubanas. ¿Hasta qué punto entendió qué cosa es ser cubano y la esencia verdadera del ser cubano? No estoy muy seguro. El Che era un revolucionario profesional y practicaba el oficio de la revolución.

Cómo es la realidad actual de Cuba. ¿Con el cambio de gobierno qué ha cambiado?

—Han cambiado algunas cosas. Es una realidad muy compleja, muy difícil de sistematizar. Primero, porque nos falta información, y segundo, porque las posibilidades de comparar a veces no existen y hace difícil tener un entendimiento de la realidad cubana. Hay un proceso de cambio que, desde mi punto de vista, es lento y conservador porque el problema fundamental es que Cuba necesita productividad y eficiencia, y el modelo actual no ha logrado ni la productividad ni la eficiencia. Se está tratando de lograr a través del control, pero el control es una cosa y la productividad y la eficiencia siguen siendo otra. Se está discutiendo el proyecto de una nueva Constitución con algunos elementos interesantes y otros que se repiten. Vamos a ver en los próximos años qué puede ocurrir.

¿Le interesaría hacer una carrera política?

—No, para nada. Si hay algo que no me interesaría nunca es ser político. A mí, lo que me hubiera gustado ser es pelotero de baseball.

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Fuente: infobae.com