Uno de los mejores hombres que he conocido

Verónica Ormachea Gutiérrez  

Si los bolivianos debemos estar agradecidos con alguien, es con José Gramunt de Moragas, sacerdote jesuita y periodista español. Personalmente me considero la más afortunada de haberlo conocido.

 Tuve la oportunidad de acompañarlo y darle el doloroso último adiós junto a mis colegas y amigos Clemencia Siles y Juan Cristóbal Soruco, así como con los miembros de su congregación y un centenar de amigos. Cuando lo vi de reojo a través de ese vidrio del cajón sin aire donde yacía su cuerpo, me pareció que sólo dormía, al menos eso quise creer, porque vivirá siempre en mi. Y, como fiel católico, resucitará. Tuvo una vida plena y se mantuvo lúcido hasta cerrar los ojos para siempre tras el agotamiento de vivir casi un siglo. Fue mi profesor, mi confesor, mi consejero, pero principalmente un amigo entrañable y leal así como de mi familia. Tuve el agrado de conocer a la suya en la Masía de Moragas en Tarragona. Después de recibirse como abogado, decidió ofrecer su vida al Señor que cumplió con abnegación. Sacrificó casarse y tener una familia para servir a los demás, nada deleznables. Llegó a Bolivia en 1952 y se convirtió en un boliviano más. Consideraba a nuestro país como el suyo y era querido y apreciado por todos. Llegó a vivir a Sucre e iba a trabajar manejando una motoneta y su sotana volaba por los aires como si tuviera alas. 



Luego aterrizó en La Paz y la familia de Carlo de Leonardis y Julia Krutzfeldt lo adoptó. Ambos eran caballeros de la Orden de Malta en Bolivia. En aquella casa de Obrajes tuve la oportunidad de compartir momentos felices junto a ellos. Recuerdo que llegaba manejando un jeep de la compañía.

Era de personalidad resuelta e íntegra, señorío natural, exquisita conversación, paladar refinado y bebedor del buen whisky.

Trabajador compulsivo, fue director de radio Fides, de propiedad de la Compañía de Jesús y luego fundó, junto a mi amigo y colega Juan Carlos Salazar, la Agencia de Noticias Fides  (ANF), la primera en Bolivia.

Maestro del lenguaje, obligaba a más de uno a consultar el diccionario de la RAE. La sutileza de su pluma demostraba su destreza en el manejo del humor y la ironía. Fue un humanista cargado de cultura que dejó más de lo que la vida y él se exigieron.

Escribió a favor de la verdad y fue un ferviente defensor de los derechos del hombre. Escribía sobre la actualidad política y social del país. Aparte de ser director, redactaba una editorial diaria titulada ¿Es o no es verdad? y un boletín semanal de análisis político titulado NOTAS. Llegó a redactar 15.000 columnas, algunas de las cuales fueron publicadas en un libro. Fue autor de varios.

 Durante su vida, no le tembló la mano para denunciar la corrupción, el narcotráfico y los abusos del poder político ni a los crueles golpistas militares que dejaron tan mala huella en Bolivia y el continente.Aquello lo convirtió en una referencia indiscutible. En el más influyente líder de opinión. Incluso los gobiernos de turno y miembros de los partidos lo leían y respetaban. Su palabra orientadora, muchas veces fue definitoria para la toma de decisiones.Sembró tanto que cosechó varias generaciones de periodistas. Enseñó periodismo (el mejor que ha existido en Bolivia) cuando aún no existía la carrera.Nos dio la oportunidad de trabajar y hacer prácticas en la radio y la agencia.Trabajador incansable, bordeando los 90 años, decidió modernizar la ANF junto al cofundador Juan Carlos Salazar. Terminó sus días en Cochabamba en la residencia de los jesuitas La Esperanza junto a sus compañeros sacerdotes.Su recuerdo y legado serán imperecederos