Las películas de los pueblos originarios retratan su realidad política y reivindican su derecho a narrar su propia visión de las cosas
Los primeros intentos de contar el mundo indígena tienen 10 años. Esas producciones fueron ensayos para muchos realizadores que no tenían demasiadas nociones de hacer cámara o editar, pero sí tenían claro que querían sustituir las imágenes del levantamiento indígena que llegó a la capital de Ecuador en los años noventa y que era casi lo único que se veía de los pueblos originarios. Ellos querían mostrar otro rostro. “Lo audiovisual fue una herramienta de lucha para contar lo que no había sido contado desde los pueblos. Nuestro trabajo fue distinto, no era llegar y poner la cámara. Nosotros llegamos, consensuamos, hacemos un guion de forma conjunta”, explica Saywa Escola, una de las directoras de Tierra de cuentos, que también está en la muestra cinematográfica de Guatemala.
Las producciones hechas por los indígenas se esmeran en posicionar políticamente su realidad. “Los pueblos han sacado productos en base a la defensa de su territorio”, explica Olmedo Carrasquilla, un periodista panameño que lleva al festival de Guatemala la historia de un grupo de indígenas ecuatorianas que cuidan la selva. “La idea es mostrar su forma de vida, que es distinta a la urbana e incentivar el sentimiento ancestral”.
El trabajo colectivo y el empeño por capacitarse y entusiasmar a otras comunidades motivan a los realizadores indígenas. “Hemos ido conformando nuevos colectivos de comunicación para que también ellos contagien a sus círculos y esto se vuelva más amplio”, dice Maldonado, quien formó la Asociación de Productores Audiovisuales Kichwa-Otavalo (APAK).
La formación profesional que muchos han alcanzado no les evita la etiqueta de amateur. “Otros cineastas nos dicen que el cine es otra cosa, pero nosotros hemos aprendido a colocar la cámara, hemos roto algunos esquemas”, defiende Escola. “Para nosotros es cine y es una herramienta de lucha”.Desde el sector público, también se percibe cierta discriminación al repartir fondos de financiamiento para el cine comunitario. “Conseguimos apoyo, pero es un presupuesto más bajo”, explica Muenala. El cineasta recibió 60.000 dólares para producir y distribuir en dos concursos en diferentes años. Sin embargo, Killa rondó los 170.000 dólares. “Cuando haces cine más profesional, no pueden enmarcarnos en el cine comunitario. Nosotros queremos un cine con los mismos derechos”.
Fuente: elpais.com