“La palabra es como una bala, no tiene retorno”

âLa palabra es como una bala, no tiene retornoâManuel Campo Vidal tiene muy clara la importancia de la comunicación en nuestra sociedad, desde las esferas del poder hasta nuestra vida cotidiana, y se sorprende del poco caso que se le hace. Quizás para reparar este déficit ha publicado Eres lo que comunicas, un libro donde se identifican , se describen y articulan las claves para conseguir la excelencia comunicativa y se ofrecen consejos prácticos para ganar eficacia en este campo. El poder de la palabra, el valor del silencio, la imprescindible necesidad de escuchar y el impacto de la emoción son algunos de los temas que aborda el reconocido periodista sociólogo.Comuníquenos qué ha querido comunicar con este libro.Que dependemos totalmente de la comunicación porque todo acto humano es un acto de comunicación. Si hablamos, lo es; si estamos callados, también, según la cara que ponemos. Y sin embargo, aún siendo tan fundamental, no la estudiamos ni le damos importancia.Alerta sobre el poder de la palabra: es una herramienta pero también un arma.La palabra es como una bala, que cuando sale no tiene retorno. Y normalmente disparamos palabras sin ser conscientes del riesgo que tienen o de las oportunidades que puedan crear. Una palabra hiriente genera dolor; una palabra amable genera simpatía.También habla del contrapoder del silencio.Somos una sociedad que habla compulsivamente y que no observa el silencio, que es fundamental para que el poder de la palabra atruene y para practicar una escucha activa. Como advierte uno de los padres del nuevo periodismo, Gay Talese, cuando tienes enfrente a una persona que balbucea o que no acaba de decir lo que parece estar pensando, no le interrumpas, porque probablemente va a ser lo más importante de la conversación. No escuchar nos hace débiles en comunicación y nos resta posibilidades.En el libro ofrece los diez mandamientos del buen comunicador. Destáquenos alguno.  Sentirás y harás sentir emociones. Hablar con pasión y sentimiento generando credibilidad es fundamental. Si un profesor no emociona a sus alumnos, difícilmente le recordarán. Y también destacaría el mandamiento sobre el límite temporal: el mensaje hay que concentrarlo en veinte segundos y la charla no pasar de veinte minutos porque se produce un cansancio neuronal de quienes escuchan y el mensaje pierde eficacia a partir de allí.¿Se nace buen comunicador o se aprende a serlo?El psicólogo Howard Gardner nos ha enseñado que la inteligencia es múltiple. Hay una inteligencia de cálculo vital para ser ingeniero y otra espacial fundamental para ser arquitecto, por ejemplo. Y también hay una inteligencia lingüística; quien nace con ella se encuentra más adelantado pero quien no la tenga y quiera convertirse en un comunicador razonablemente bueno puede progresar si se lo propone. Adolfo Suárez y Felipe González eran personas con una inteligencia comunicativa natural mientras que probablemente José María Aznar no, o no tanto, pero comprendió la importancia de la comunicación. Hizo muchos cursos y nadie dirá que no se entiendan claramente sus mensajes, gusten o no.En el libro cuenta algunas historias sobre el poder de la palabra, entre ellas una que afecta a un periodista de La Vanguardia.  Sí, a Joaquim Ibarz, corresponsal durante muchos años en América Latina y que fue gran amigo mío. Él consiguió arruinar una rueda de prensa de los dirigentes cubanos a principios de los 90 con una simple pregunta: “¿Por qué en Cuba no hay gatos?”. Provocó un silencio tremendo. No había mejor forma, con una pregunta así de simple y breve, para denunciar las carencias alimenticias que estaban sufriendo los cubanos. Al llegar a La Habana, un diplomático le contó que la situación estaba tan mal en la isla que la gente se estaba comiendo los gatos y luego en el Malecón más de cien cubanos se lo habían confirmado.Usted califica de buenos oradores a Barack Obama, el papa Francisco y el rey Felipe VI. Y pone a Donald Trump como ejemplo de lo que no hay que hacer.Trump es un personaje que rompe esquemas y también las líneas de la educación. No tiene límites en los insultos a las mujeres ni a los inmigrantes y como tiene insomnio se despierta de madrugada y lanza unos tuits que acaban en conflictos diplomáticos. Es un ejemplo de cómo no se deben hacer las cosas desde un punto de vista comunicativo; otra cosa es que el impacto que genera el descaro de sus palabras: entusiasma a los líderes que buscan hacerse un hueco en el populismo. 

 También recoge en su libro discursos que han podido cambiar el curso de la Historia.Sí, me gusta destacar el de Gordon Brown, que en la víspera del referéndum en Escocia fue capaz de hacer un discurso de enorme impacto y eficacia que seguramente movió el voto de los indecisos. Se dio cuenta de que los que defendían el no a la independencia sólo lo hacían desde la razón y los que defendían el sí, sólo desde la emoción. Él, escocés de nacimiento y ex primer ministro, supo manejar ambos conceptos. Al lado de la razón también dijo que cuando un soldado británico resultaba herido en el frente de batalla en alguna guerra mundial, sus compañeros iban a socorrerle sin preguntarle si era galés, escocés o inglés.¿Y cómo ve la comunicación en el mundo del periodismo tras la llegada de las redes sociales y las fake news?Estamos en una situación difícil porque las redes sociales están siendo la única fuente de información de mucha gente. El gran riesgo no es sólo la maledicencia sino que la brevedad de los mensajes obliga a perder el contexto. Como por ejemplo, en el “¿Por qué no te callas?” que el rey Juan Carlos le dijo al presidente Hugo Chávez, si sólo oyes la frase tienes una opinión, pero si ves los dos minutos anteriores agradeces que alguien le interrumpiera para dejar hablar al siguiente. Y luego observo otro problema: la cantidad de periodistas que sólo se informan a través de la pantalla y que probablemente reproducen el error anterior. Y de nuevo recurro a Gay Talese, que les dijo a los jóvenes periodistas: “Levanten el culo de sus asientos, salgan a la calle, descuelguen el teléfono, hablen con las personas y no hagan simplemente refritos de lo que pasa en la pantalla porque el riesgo de empobrecimiento de texto y de su trabajo es máximo”.Fuente: La Vanguardia