¡No aflojar! es la consigna


Julio Aliaga Lairana

Bastó que Trump metiera sus narices en el drama venezolano para que las dictaduras populistas rencontraran su razón de ser, y sus seguidoras y seguidores reabrieran las compuertas de su antiimperialismo, pudiendo superar, en un cerrar y abrir de ojos, la vergüenza que sentían por apoyar a tiranos impresentables que vienen azotando a sus respectivas poblaciones con eso de que si de antiimperialismo se trata, es necesario quedarse en el poder para siempre.

Las redes se han llenado de textos, grabaciones de voz y vídeos, desde donde nos advierten que elHaliaeetus Leucocephalus amenaza con invadirnos y prepara sus misiles y sus tanques en nombre de la democracia y la libertad, empezando por Maduro, al que hay que expulsar del palacio de Miraflores en Caracas, porque los gringos lo han marcado como su próxima víctima; «¡como hicieron con Husein y con Gadafi!«, claman espantados. Y esperan que al clamor la gente olvide que han pasado veinte, años y todo lo que hay detrás.
Quisieran que de pronto Maduro pase de dictador y asesino, a defensor de la soberanía de los pueblos. Vamos a agarrar esto con pinzas, porque los defensores de esta tiranía están rebosantes de dicha y gritando en todos los idiomas, que van a convertir en un nuevo Vietnam de los sesenta a toda América Latina, desde el Rio Bravo hasta la Patagonia, si los yankees hozan poner un pie en nuestro mapa y que Playa Girón va a parecer una fiesta infantil al lado de lo que se viene.



¡No señor! Maduro no se va a ir porque lo digan los gringos; se va a ir porque está usurpando la voluntad del pueblo venezolano expresada en la Asamblea Nacional donde radica la Soberanía del Pueblo, fruto de elecciones que el tirano no pudo amañar como las suyas propias, y que le dio a Venezuela la posibilidad, al fin, de representar legítima e institucionalmente sus anhelos democráticos, clamando por una justicia proba, por un Estado con los poderes independientes, por una corte electoral neutral, y como no, por instituciones que funcionen, regulen, cumplan la ley y permitan a las y los venezolanos vivir y ganarse con dignidad el pan de todos los días.
Igual que Morales Ayma, que se va a ir, no porque les disguste a los brasileños, o porque los chilenos no lo traguen ni tomándolo como purgante después de tantos insultos e improperios, sino porque los bolivianos le dijimos NO el 21F a su intento de perpetuarse en el poder, gracias a un Referéndum Nacional, que marcó sin vuelta de hoja el destino de su presidencia, porque todo intento por perpetuarse está fuera de la ley y lo convierte en un delincuente con poder a partir del día 22 de enero del año 2020, que es cuando fenece su mandato.
Escribo esto para prevenir que no empecemos a dudar de nosotros mismos porque nos pongan la foto de Trump en las propagandas que pasan por la tele y nos desportillen parte de la personalidad democrática que merecidamente hemos acuñado como ciudadanos de verdad, durante años de resistencia a estas tiranías; menos ahora que estamos ganando y que la consigna es no aflojar. Que la sombra de los norteamericanos no nos impida ver que Ignacio en Brasil, Cristina en Argentina, Morales en Bolivia, Maduro en Venezuela y Ortega en Nicaragua, son la cabeza de sendos clanes organizados desde La Habana, para la sobrevivencia y reproducción de un lumpen corrompido por el poder, gracias a las drogas que trafican, aliados a contrabandistas y otros delincuentes de toda laya y condición.

Hay un par de teclas en el subconsciente popular, que cuando se tocan producen reacciones poco elaboradas, pero profundas e inevitables, porque han calado dentro nuestro desde hace mucho tiempo atrás.
Aunque se apropie de mismo lenguaje, matizado con adornos bagatela de las consignas de la frustrada izquierda guerrillera, ésta, la de Morales Ayma, Maduro y Ortega, no es la lucha nación / antinación con la que irrumpieron nuestros padres o abuelos a mediados del siglo pasado, que encumbró a Harbens, Perón o Paz Estenssoro, y también a Fidel que andaba jovencito en ese entonces, luchando ellos contra la pobreza, el intercambio desigual y la defensa de las materias primas del subcontinente, y buscando al mismo tiempo abonar de identidad a un grupo de naciones que no terminaban de serlo; así se llenó de contenido el populismo de esa época, sazonado con la parafernalia heredada de la Guerra Fría; ahí están las reformas agrarias y la nacionalizaciones verdaderas, malas o buenas, de minas y pozos petroleros que hacen a nuestra identidadsigloveintera, que arrastramos desde entonces, incluidos los millenians latinoamericanos de hoy.

Pero no; Chávez no era Bolívar, ni Ortega es Sandino, ni Morales será Tupaj Katari nunca, así soñaran con serlo en los límites del delirio, que produce el poder absoluto del que estos sátrapas han gozado tanto tiempo.

Fuente: Julio Aliaga