Lo que no deseamos

Manfredo Kempff Suárez

He vivido mucho más de la mitad de mi vida en La Paz y quiero realmente a esa ciudad tan acogedora y grata, así como extraño a mis amigos paceños de tantos años, por lo que de “come-colla” creo que nadie me puede tachar. No soy racista porque no me nace, y si soy regionalista no lo soy más que cualquier otro boliviano.

Ahora bien, la Santa Cruz de Rómulo Gómez, de: “viajero que llegas hasta nuestro lado, párate un momento, no pases de largo…”, es algo que ha quedado en la historia, porque así como llegaron hasta nuestro umbral unos collas de primera, empresarios y campesinos que nos enseñaron mucho, ahora nos han invadido turbas aleccionadas, azuzadas, que no pasan de largo sino que se quedan en el centro de la ciudad y en las provincias, haciendo lo que les da la gana, viviendo como les place, ignorando las obligaciones ambientales, sin respeto a las costumbres de los cambas, que aceptamos, por supuesto, sus vestimentas, bailes, músicas, comidas y creencias.



Debemos reconocer los cruceños algo que toda la vida nos han restregado de una u otra manera, y es que somos poco dados a participar en la política, nada afines a los discursos improductivos, y que dejamos en manos de otros asumir responsabilidades que nos corresponden. Es cosa de ver la televisión para darse cuenta de que los sindicatos, gremios, federaciones, están en manos de andinos, con algún cruceño que entra de relleno para disimular.

Entonces, si varios ministros, senadores, diputados, consejeros, son ajenos al departamento, no nos podemos quejar. Gran parte de quienes representan a Santa Cruz son dirigentes collas, aunque muchos traten hasta de hablar como cambas, lo que ni siquiera es necesario.

Sobre todo durante la última década, no hay manera de hacerles comprender a los comerciantes del interior radicados en la ciudad, que todo les está permitido dentro de la ley, pero que no se puede hacer lo que a uno le dé la gana fuera de la norma. No se puede vender picantes en la plaza como tampoco los cambas patasca porque la plaza no es un mercado.

Sencillamente, vender en las aceras obstruyendo al peatón, en la calzada entorpeciendo el tráfico vehicular, hacer sus necesidades fisiológicas en las calles, bloquear a los vecinos en la entrada o salida de sus domicilios, dejar cerros de basura maloliente y de plásticos bajo el sol o la lluvia, es inaceptable porque es sucio y ver suciedad provoca malestar, pero, además, enfermedades.

En el pasado hubo migraciones dirigidas, como las impulsadas por el Instituto Nacional de Colonización, destinadas básicamente a la zona de San Julián e inmediaciones. Pero la mayor parte de los procesos migratorios se han venido dando en forma espontánea, con migrantes que llegan  a habitar nuestro Departamento en procura de mejores condiciones de vida. Sin embargo, hoy se ven nuevamente migraciones dirigidas, que obedecen a consignas políticas y que llegan con la prepotencia que les da el Poder, para hacer sentir una supuesta democracia del pueblo, donde la autoridad legal sobra.

Los enormes esfuerzos que realizan la municipalidad y la gobernación cruceñas, el gasto inmenso en que incurren, no sirven de nada. Los mercaderes ni siquiera quieren establecerse en espacios amplios, limpios, con accesos fáciles, porque tienen la costumbre de vender en las calles (de comer y descomer a la vista) y claro que estas actitudes reñidas con la higiene no se pueden permitir.

Hay cruceños que aprovechan para participar en la venta callejera, aunque está claro que un 80% de quienes avasallan en algunos barrios de la ciudad son del interior. Nuestras autoridades  cuando protestan, fingen para no provocar, diciendo que son los “gremialistas” quienes incumplen con la norma y ensucian la ciudad. Lo cierto,  sin tapujos, ni excusas, es que son los vendedores collas, obstinados, los que no se adaptan, quienes hacen lo que les viene en gana. Si se les llama la atención, se quejan contra el racismo camba, invocando un respeto que ellos no tienen con la ciudad que los cobija. Eso debe cambiar.