Vietnam Quintana

Rafael Archondo

El MAS y su gobierno se nutren en estos días de la reactivación incesante de la Guerra Fría. Nada los excita tanto hoy como la puesta en escena de algún pasaje archivado de la lucha guerrillera o, como ya lo hizo el propio Evo Morales, la nostalgia por instruir el cerco maoísta a las ciudades.

Nadie mejor para empujar tales añoranzas que el exmayor del ejército, Juan Ramón Quintana Taborga, natural de Aiquile, exalumno de la Escuela de las Américas en Panamá y exjefe de la Unidad de Análisis de Políticas de la Defensa, bajo la gestión de Fernando Kieffer Guzmán, ministro del general Banzer, a finales de los años 90.



A Sputnik, publicación de reminiscencia soviética y actual satélite del eterno gobierno de Putin, Quintana le ha revelado que Bolivia se convertirá pronto en un Vietnam moderno. El ahora Ministro de la Presidencia es el funcionario que mejor puede divagar sobre el tema. No sólo fue adiestrado por los norteamericanos, a los que ahora abomina, sino que pasó su 2018 en La Habana, como Embajador de Bolivia en Cuba.

En los círculos palaciegos acaricia la reputación de haber sido el artífice de la caída de Leopoldo Fernández en Pando y resulta lógico que durante esta crisis, sujete el estandarte de poseedor de la bala de plata que terminará por triturar a la vigorosa oposición movilizada.  Vietnamizar es entonces su verbo favorito.

A Sputnik,  Quintana le dice que su plan consiste en retomar las calles y buscar la auditoría absolutoria de la OEA, pero, ay, he aquí que su lista está incompleta. Para vietnamizar Bolivia, el mariscal de la masacre del Porvenir requiere un ingrediente que no quiso mencionarle a sus amigos rusos. Quintana necesita un Branko Marinkovic. Si la receta le funcionó en 2008, ¿por qué no podría coronarlo otra vez con laureles de victoria?  Y claro, para que las masas salgan encendidas de marxismo leninismo, necesitan de un diablo pintado en la pared.

 En Vietnam, el plato estaba servido, había un soldado gringo por metro cuadrado. En Bolivia, el asunto podría saldarse inventando algún camba racista, misógino, dueño de hectáreas, casi paleolítico, fascista y pro imperialista. En 2008, ese papel lo cumplía a veces Branko y a veces, el león, hoy gato, Rubén Costas, pero Quintana ya no los tiene a mano. ¿Qué hacer?

El casting masista parecía apuntar a Luis Fernando Camacho, el novel líder del Comité Pro Santa Cruz. Cooperaba el hecho de que hubiese pedido la renuncia de Evo Morales, papel a ser entregado este lunes 4 de noviembre. Un par de timbres religiosos, la estatura pétrea del Cristo redentor y Camacho ya calificaba como demonio de temporada. Pues resulta que el hombre de la gorra se les escapó de las manos.

El día más esperado del actual conflicto, Camacho prefirió zafarse de la estrategia Quintana. En tono risueño, dijo que no tenía un video para mostrarle a la DEA, que no recibe órdenes de Venezuela, Cuba o Norteamérica y que se acercaba la hora, no de tumbar a un tirano, sino de liberar a un pueblo. Luego leyó la carta de renuncia de Morales y se dispuso a requerir su firma. Fue tan amable que hasta optó por volar a La Paz para acelerar la esperada dimisión.

Quintana y su séquito quedaron seguramente desencantados con Camacho, igual que los reductos antidemocráticos que se guarecen en algún ala de esa gran carpa que es hoy la pelea contra el fraude. Quintana y los Bolsonaros de Alasitas ardían de impaciencia por inaugurar el Vietnam moderno, en el que se mueven como aves de rapiña.

El ministro ya desplegaba las primeras ondas represivas para aplastar al fascismo separatista, mientras sus antagonistas se imaginaban una lluvia de paracaidistas gringos o, al menos, el compás marcial de un nuevo ejército cristiano de liberación. Camacho los ha dejado entonces con los crespos hechos. Bien por él, bien por todos.

A cambio, el movimiento democrático detonado el 21 de octubre puede seguir cultivando la sabiduría, sin perder ni la calma ni el honor, ni sucumbir a las tentaciones autoritarias ni a los atajos. La búsqueda de nuevas elecciones con nuevos vocales es la única salida. Ninguna otra bandera puede ya cautivarnos en el horizonte. Evo Morales dejará el poder cuando alguien le haya ganado unas elecciones en primera o en segunda vuelta; es decir, cuando el voto de la gente lo haya bajado de su helicóptero.

Nada lleva a la democracia que no sea la democracia misma y nadie aspira a reemplazar un autoritarismo guevarista por otro inquisitorial, y cruzado. Estos son días para ser consecuentes hasta la médula.

Rafael Archondo es periodista.

Fuente: paginasiete.bo