Inconmensurable amor…

Nos añoran desde su juventud, somos su sueño dorado. Nos imaginan cómo seremos, mucho antes de que existamos. Nos aman con indescifrable amor, desde antes que nazcamos. Nos transmiten su vida por su sangre, estando su cuerpo con el nuestro, entrelazados. Nos alimentan desde el mismo momento de estar con ellas, integrados. Nos esperan con paciencia -días de días, mes tras mes- teniendo de nosotros, el mayor cuidado. Nos pasan por alto toda incomodidad que, por nuestro desarrollo, les causamos. Nos ansían más y más, aguardando que llegue el día tan esperado.

Una grande expectativa rodea al acontecimiento. Esposos, padres, hermanos, toda la familia está pendiente de la buena noticia que por tanto tiempo, se estaba aguardando.

Los dolores en ellas aumentan, sus corazones se aceleran, sus latidos así como también su presión se incrementan…¡hay que estar en su lugar para entender por lo que están pasando! Pero ahí están ellas -fuertes, pujando, sudando, sufriendo, jadeando- muchas veces gritando por el sufrimiento. Y de pronto, el llanto: se escucha el grito de una criaturita por el alumbramiento consumado.



Entonces, en medio del dolor, sonríen, deslumbradas por el hermoso ser que Dios les ha regalado. No importan ya la herida o el desgarro del parto, sus ojos no se cansan de mirar, la vida que han engendrado.

Hermosa historia que no acaba allí, todo lo contrario, esta historia de amor, apenas ha comenzado.

Gran parte de lo que llegamos a ser, y a hacer, lo debemos a nuestras madres. Si desde la gestación sufren por nosotros, estarán dispuestas a seguir sufriendo, buscando siempre nuestro bien. Nos dan la vida, pero su alimento no concluye con el corte del cordón umbilical; continúa con la leche tibia que nos prodigan; con las mamilas, después; y con el alimento sólido, en su debido momento.

Pero su amor no termina con alimentarnos: cuidan nuestra salud y se preocupan por educarnos. No hay hora para ellas cuando hay un bebé qué cuidar; un niño a quien enseñar; un preadolescente al que consolar; un jovencito a quien aconsejar; un hombre hecho y derecho, por quien orar. Podremos pasar de niños a jóvenes y aún a adultos, sin embargo, seguiremos siendo sus bebés (así nos ven ellas, así nos aman).

¿Cuánto valoramos a esos seres que no solo nos dieron la vida, sino parte de su vida, y que nos amarán sin límite para que seamos mejor que ellas, así en esto se jueguen la vida? ¡Amemos a nuestras madres -viéndolas como lo más parecido a Dios- por el grande amor con que nos aman!

(*) Economista y Magíster en Comercio Internacional