¿Hacia dónde va el país?

Editorial de El Deber.

Lo previsible se está dando e incluso algo más que lo que se podía esperar. El referéndum revocatorio del pasado 10 de agosto no ha producido otro efecto que el de polarizar aún más la de por sí inquietante situación nacional y ahondar las diferencias entre bolivianos y no en el plano de las ideas, sino en el de la confrontación violenta e irracional.
Y lo peor del caso es que en ambiente tan explosivo y peligroso, el propio gobierno, como si estuviese en su salsa, se empeña en fogonear elementos dramáticamente detonantes, llevando adelante contra viento y marea su pretendida revolución para el cambio. En este sentido es tal la irracionalidad vehemente que no deja espacio para alentar ilusiones, parA ir en pos de una salida o cuando menos para lograr una tregua civilizada y humana.
En medio de panorama tan sobrecogedor, el desaliento cunde y nadie, en los hechos, le presta oídos a las reflexiones, a los llamados a la paz, a laS convocatorias para deponer recalcitrantes antagonismos o para abrir cauce al diálogo, a la negociación con sentido de patria en los riñones. La concertación, a estas alturas, no pasa de ser una utopía.
El país está a merced de los bloqueos de uno y de otro lado y de los cercos salvajes que dicen muy mal de nuestra condición de seres civilizados y con mínimas responsabilidades. No sólo se está volviendo dramático el aprovisionamiento de combustibles, fundamentales en la vida comunitaria de estos tiempos, sino que hasta hacerse de reservas básicas de alimentos constituye una odisea muy difícil de ser encarada.
En el país se están repitiendo hechos de un pasado muy doloroso no lejano. De corazón y de buena fe, los bolivianos confiábamos en que aquellos años negros de espantosas vicisitudes no volverían a repetirse a estas alturas de los tiempos de luces que así se los tiene catalogados. Mas, ya son parte de nuestra cotidianidad y hasta amenazan superar los efectos demoledores de los del pasado.
Como parte del panorama que nos abruma cabe apuntar que dos fronteras internacionales sufren el bloqueo que desarticula a todo el aparato del Estado sin que al Gobierno se le mueva un solo pelo, sin que atine a abrirse a la idea de no ser el dueño absoluto de la verdad. Nadie en los niveles de gobierno, -esto parece ser muy real-, se ha detenido a preguntarse hacia dónde se precipita el país.
La indiferencia frente a cuestionamiento tan dramático, puede resultar de consecuencias funestas. Una reacción fuera de tiempo no salvaría a la pobre patria boliviana de la debacle total.