Fue, ante todo, un choque generacional

Por Alessandra Stanley – The New York Times

Domingo 28 de setiembre de 2008

NUEVA YORK.- Uno de los candidatos citó a Churchill y Eisenhower, y describió a George Shultz, integrante del gabinete de Ronald Reagan, como un "gran secretario de Estado".



El otro prometió a sus ansiosos votantes que el presupuesto federal podrá ser examinado en un "Google del gobierno", y acusó a su oponente de tener "una mentalidad del siglo XX".

El primer debate presidencial fue mucho más que un choque de ideologías y temperamentos. Barack Obama y John McCain ni siquiera discutieron por el salvataje financiero de 700.000 millones de dólares. El de ellos fue sobre todo un choque generacional, y por momentos parecía casi una dramática versión de la dinámica familiar freudiana: un viejo patriarca, frustrado y cascarrabias, frente a un desafiante aspirante a la sucesión del negocio familiar, que piensa que puede hacer mejor las cosas.

McCain, de 72 años, argumentó reiteradamente que Obama, de 47, no estaba preparado para el cargo: "Me temo que el senador Obama no entiende" y "lo que el senador Obama parece no entender" o "todavía no entiende".

Deploró la "ingenuidad" de su adversario, aunque trastabilló cuando tuvo que pronunciar el nombre del presidente de Irán, y repitió dos veces que en el Senado no fue elegido Miss Simpatía. Mientras Obama hablaba, a McCain se lo vio por momentos inquieto, esbozando la mueca de una sonrisa y cambiando el peso de un pie al otro.

Obama se mostró tranquilo, aplomado y más profesional que amable. Intentó ser como John F. Kennedy hablando de la carrera espacial, pero sonaba más bien como un tecnócrata.

Llevaba un traje oscuro con un prendedor con la bandera en la solapa, y se esforzó por dar la imagen seria y firme de alguien a punto de convertirse en presidente, tanto que, en determinado momento, pareció que ya lo era.

"Como presidente de los Estados Unidos, me reservo el derecho de de reunirme con quien sea, cuando y donde yo lo disponga, si lo considero necesario para la seguridad de los Estados Unidos", dijo.

McCain se sentía lo suficientemente cómodo y seguro como para no necesitar una bandera en la solapa y hasta poder hacer chistes. "No tengo intenciones de fijar la agenda de visitas de la Casa Blanca antes de ser elegido presidente," afirmó. "Todavía no me entregaron ningún sello."

En líneas generales, McCain tuvo un estilo más coloquial y seductor, aunque, por momentos, su discurso sonaba entrecortado. Y cuando se mostraba en desacuerdo con Obama, McCain usaba un tono de reproche. Parecía casi ofendido de tener que compartir el estrado con un hombre que había estado en el Senado apenas cuatro años.

Obama dejó de lado su indiferencia al menos una vez, y utilizó el argumento de la experiencia en contra de su oponente. "Cuando comenzó la guerra, usted dijo que sería rápida y sencilla -afirmó-. Dijo que sabíamos dónde se encontraban las armas de destrucción masiva. Se equivocó. Dijo que nos saludarían como a liberadores, y se equivocó. Dijo que no había violencia entre chiitas y sunnitas, y se equivocó."

Obama no estuvo particularmente afable ni entretenido, y por momentos se lo vio rígido, casi pedante. Sólo debía verse presidencial, y eso no es algo tan difícil de lograr. La tarea de McCain era más ardua: debía persuadir a los votantes recelosos de que es capaz de guiarlos en el futuro porque ha sido parte importante del pasado

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