Había un país

Editorial. El Nuevo Día.

El Gobierno del MAS ha ingresado en un trance de infantilismo crónico, que evoca las rabietas escandalosas del niño que desea un juguete nuevo. En estas manos, el país está rumbo a un caos inevitable y el presidente Morales tendrá que asumir su responsabilidad y será mejor que lo haga ahora, antes de que sea demasiado tarde.



No hay diálogo porque ya nadie en la oposición confía en la palabra del presidente y sus ministros. Todos los intentos se frustraron por su falta de compromiso y de sinceridad con la búsqueda de un entendimiento. Evo Morales no sólo debe ser quien convoque y conduzca el diálogo, sino el que se asegure de llevarlo al éxito. Obviamente eso no es posible, porque hablar y negociar con prefectos y cívicos puede ser tomado como un signo de debilidad por las bases radicalizadas del MAS, a las que se les prometió las cabezas de los enemigos como señal de recuperación de la dignidad.

Si la violencia se ha acentuado en estos años no es porque la gente prefiera ahora dedicarse a los bloqueos y a las rencillas antes que a trabajar y ganarse el pan, que cada día cuesta más. Evo Morales nunca abandonó su papel de sindicalista para asumir el rol de estadista. Siempre pendiente de las lecciones de Chávez, alguien que no conoce las particularidades de Bolivia, se enfrascó en una desquiciada guerra para aplastar a todos los que no piensan igual que él, lucha que ha sido condimentada con un enfoque indigenista explosivo. De esta manera, Evo Morales es quien más ha contribuido a la división del país, premisa que ya está sellada en un proyecto de constitución que sin duda alguna puede marcar el fin de la democracia y de la integridad del territorio nacional.

Evo Morales no puede esperar que millones de bolivianos se queden paralizados mientras se reduce el país a un estado de salvajismo, sin leyes que gobiernen la vida en sociedad. Él mismo, un hombre rebelde y combativo, se hubiera alzado ante el intento de someter a todos los bolivianos a una dictadura sindical y racista que pretende borrar de un plumazo valores fundamentales, formas de vida y derechos inalienables.

La reaparición de fantasmas como el fraude, el terrorismo y la escasez tampoco es responsabilidad de las regiones ni de la oposición. Ha sido el MAS el que ha exacerbado a los movimientos sociales, el que ha puesto a la justicia comunitaria en los umbrales del canibalismo, el que ha manoseado a las Fuerzas Armadas y el que ha derrumbado por completo la credibilidad de la Corte Nacional Electoral hasta colocar al país en una peligrosa encrucijada que plantea la desaparición.

La inmadurez política del oficialismo, alentada por un triunfalismo enfermizo, le impiden ver las consecuencias provocadas por las jugarretas hegemónicas en las que se enfrascaron los políticos aventureros que hoy rodean al primer mandatario. La comunidad internacional ha comenzado a hacer las advertencias necesarias y oportunas, antes de que Bolivia se convierta en una trágica anécdota de la historia.

Evo Morales no puede esperar que millones de bolivianos se queden paralizados mientras se reduce país a un estado de salvajismo, sin leyes que gobiernen la vida en sociedad. El mismo se hubiera alzado ante el intento de someter a todos los bolivianos a una dictadura sindical y racista.