¡Lo que querían…!

Cayetano Llobet. Analista político. ®® Entre Paréntesis…El Deber.

En las sociedades desagregadas y caóticas no hay que organizar ni dirigir la confrontación: basta con instigarla. Y desde hace más de dos años, Evo Morales y su gente no hacen otra cosa. Y desde el 10 de agosto, instalados en el fenomenal equívoco de que a partir de la mayoría se puede ser totalitario, aceleraron irresponsablemente el estallido de los conflictos de dominación territorial.

Y nadie les contó que no tienen la fuerza –porque no tienen Estado suficiente– para el ejercicio del dominio nacional. Para comenzar, ni siquiera leyeron adecuadamente los sucesos de Sucre en noviembre y jamás intuyeron que eran el prólogo de las insurgencias regionales sin dirección real y con una dosis feroz de espontaneidad: son luchas en las que no prima la estrategia, ¡sino la rabia!



Es, además, el tipo de pelea en el que entran todos los factores: el ideológico, el regional y, desde luego, el étnico. ¿Y cómo no, si desde la Presidencia se machaca y machaca con el tema ‘del indio’, con la definición de la referencia etnocentrista? Pocas cosas me producen más asco y náusea que el racismo. En todas sus versiones, porque cuando se desata, siempre es de ida y vuelta. Me repugna la referencia racial como discurso gubernamental y como actitud regional. Y ninguna de las dos sirve de justificativo y de perdón para la otra.

Siento rabia profunda por mi propia convicción de que todo lo que está pasando era previsible y fue anunciado. De ahí mi insistencia preocupada en el hecho de que en sociedades carentes de institucionalidad, caracterizadas por la desagregación, la guerra no tiene por qué ser organizada: es tan caótica como la sociedad en la que tiene lugar. Y lo que es más grave: no son confrontaciones que se resuelven con la victoria de uno. Son guerras de impotencia, ¡porque ninguno tiene la posibilidad de derrotar al otro! Peor: los muertos pueden ser de uno u otro lado, acarreados por unos o empujados por otros… ¡pero siempre hay muertos!

Resultados previsibles: fragmentación y ‘tribalización’. De estas guerras no sale un nuevo Estado, ¡sino pedazos! Espero, sinceramente –no sé lo que pasará hasta la publicación de estas líneas–, que no aparezca en el Gobierno algún loquito que crea que la solución es la de la fuerza. Sería la apuesta del suicidio. Han inventado una guerra con Estados Unidos, siguiendo la instrucción venezolana. ¿Pensarán, seriamente, que expulsado el embajador desaparecerá la violencia? ¿Y los intelectuales del masismo parlamentario se creerán su mamarrachada de que Goldberg es el protagonista de la separación de Kosovo? El problema que tenemos fuera –¡o muy dentro!– es el ‘Mussolini tropical’. A ése le gusta un Vietnam… ¡pero en Bolivia! Ése es el que quiere mandar tropas y apoyar movimientos armados… ¡como si no lo estuviera haciendo ya!

La tribalización es la afirmación de los intereses propios. El diseño autocrático del poder imaginado por Evo Morales requiere de nación y de conjunto… ¡no los tiene! Y lo verdaderamente dramático: ¡no hay nadie que tenga la posibilidad de construir esa nación y ese conjunto! Olvídense de sus sueños, candidatos a próceres de la resurrección de la patria.
Los procesos de descomposición son así. Las sociedades se despedazan y se comen a sí mismas. El Gobierno de Evo Morales, en esta coyuntura, ¡y con más muertos!, es solamente el encargado eventual de esparcir el olor a podrido…