Los quechuaymara son una ficción

Winston Estremadoiro* en El Nuevo Día.

Como agua de inundación que aumenta de a poco hasta ahogar a pacíficos rumiantes en la pampa mojeña, en el imaginario político han tomado cuerpo sofismas -razón o argumento aparente con que se defiende o persuade lo que es falso- como el quechuaymara de la identidad étnica. Es parte del dividir para reinar, que sobre bases espurias de pigmento de la piel o de vestimenta étnica: fuego atizado por Evo Morales aún antes de llegar al poder.



Me recuerda a un aymara que quise como si fuera de mi sangre. Lo reclutó un paceño, ejemplo de que los que exceden en explotar a los indígenas no son los blancos, sino los cholos. Vagabundeaba un sábado en la feria de Cochabamba, arribado quizá ese día de su Belén altiplánico. Cuando me asocié a la empresa y le conocí, dormía en casucha de ladrillo apilado y techo de calamina vieja que asemejaba condominio de Miami a la casa de mi perro.

Construida la portería de la fábrica, a mis exhortos en tiempo récord, incluía un dormitorio cercano a las duchas y los retretes. El aymara pasó a ser portero, amén de duro puntero izquierdo del equipo de fútbol de la empresa. También aparcero de mi socio, dispendioso habitúe de boliches vecinos antes que la pequeña industria lograse ganancias.

Tal vez fue la mala compañía lo que le propendió a pasar sus fines de semana en las chicherías, donde se le prendía la belicosidad con el calor del alcohol, y sufría palizas de quechuas a los que provocaba. No amainaron sus penas cuando se amancebó con viuda valluna, vieja y parida varias veces: los cuñados ingratos le pagaban con tundas memorables, así el aymara costeara las borracheras. Murió semanas después de que mi fábrica quebró, en una explosión en nuevo oficio de trasvasar gas de garrafas llenas a vacías, para una birlocha empeñada en sacarle lucro adicional al energético de por sí ya subvencionado.

Es ejemplo de que el neologismo quechuaymara es falso. Exacerba el resentimiento étnico de radicalismos basados en la dicotomía Tawantinsuyo-Europa. La vociferan extremistas del Ejército Tawantinsuyano de Liberación Nacional, arengando a grupúsculos como los Reservistas Etnocaceristas del Perú. Ignorante de la etnohistoria, niega el apareamiento entre ñustas indias y conquistadores, antes que los estertores de rebelión Inca motivaran que los españoles descabezaran la nobleza nativa, fácil de reconocer por lóbulos alongados que los distinguían como “orejones”. Avergonzados de parte de su propia sangre, hoy claman que el conquistador español “violó a la india paralizada de terror, que abortó o se mató para no engendrar”: ¡pamplinas!

Bosta de equino es que “el nombre quechuaymara sea censurado”. Es simplemente un neologismo mentiroso. Contradice la etnohistoria de evolución de tribus a reinos a confederaciones a imperios en el medio andino, en el mesoamericano, en el mundo. Niveles de complejidad que casi siempre fueron mediados por violencia que hacía botín de guerra territorio y riqueza, amén de los vientres de las mujeres del conquistado, aún antes de 1492.

Qué ridícula negación argüir “por eso no hay historia, arte, música, comida ni vestido mestizo. Imposible imaginar nobleza mestiza.” El cristianismo que diera origen al rico sincretismo cultural alrededor de prácticas religiosas; la vestimenta que evidencia astilla hispana desde Tijuana hasta Puerto Montt; las variantes de cueca al compás de concertinas, guitarras, charangos y violines en Bolivia; etcétera. Son rasgos de la raza cósmica latinoamericana, como la llamara Vasconcelos, borrados de un plumazo por fanáticos fundamentalistas, empeñados en negar la realidad sin importar la etnohistoria y la mezcla de culturas y sangres.

En Bolivia han contagiado febriles alucinaciones a un ex Ministro de Educación, fracasado de planificar la transición de la escolarización nacional al siglo 21, con involuciones que pondrían tan importante vehículo en reversa al siglo 17. Cual orate de Condorito de pupilas en círculos concéntricos, tienen a personajes como un Canciller enemigo de los libros y afecto al sexo de las piedras, contrapuesto al Vicepresidente que alardea de 25.000 libros y quizá exhibe otros apegos sexuales. ¿Será que los quechuas vallunos quieren ser furgón de cola de los altiplánicos aymara? Porque el quechuaymara aconchaba etnias históricamente antagónicas.

A tal engañifa se contrapone el ideal de unidad en la diversidad a través de la interculturalidad, inserto en la Constitución actual. Desaparecerá con el entrevero multiétnico que se propone embutir el gobierno. Bolivia ya no será una república democrática promoviendo la equidad, sino que propenderá a oclocracia de falsos indígenas liderados por minoría aymara.

Son muchos años de casorios entre collas y cambas, anotaba un militar, en interculturalidad de un estamento armado que despacha oficiales cruceños al altiplano y reclutas vallunos a la Amazonia. Nutre la diversidad cultural dentro un marco de aceptación, cual pregonan los galos con su frase vive la differénce. ¿Será que el cariño es blasón que no acatará órdenes de disparar contra cambas autonomistas? Quizá hasta vuelquen la gorra, decía mi amigo: pensarán dos veces en acarrearse líos de genocidio, como los jefes de tropa en tanto mes negro en el occidente. En el más rancio estilo soviético, el comisario político Quintana impidió eso en Cobija.

Hoy fraguan varias dicotomías asociadas con dos visiones de país en pugna. Autonomía versus centralismo. Democracia representativa versus oclocracia montonera. Interculturalidad integradora versus cantonización étnica es otra, machacando que Bolivia es bendita por la biodiversidad, que abarca la diversidad cultural y étnica. Si no fuera por ciertos acomplejados étnicos, con la interculturalidad se nutriría la unidad propiciadora de equidad y progreso de todos los bolivianos.

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