El gobierno se encubre atacando

Es claro que el ministro de la Presidencia, Juan Ramón Quintana, concibe a la política en términos estrictamente militares y para él, la mejor defensa es un buen ataque. Sucede que después de que se está viniendo abajo toda la estantería montada para mostrar una inmisericorde masacre de campesinos en la localidad de Porvenir, se le ocurre mostrar una pérfida y oscura conspiración mediático-prefectural en contra del gobierno.

Primero y muy a regañadientes tuvo que reconocer que existió un burdo montaje para intentar mostrar en un spot una cruel matanza de campesinos en el río Tahuamanu. Como van las cosas, los hechos, los testarudos hechos, demostrarán en muy breve tiempo que los condenables hechos de violencia en Pando, fueron resultado de todo un plan dirigido a defenestrar al prefecto de ese departamento y que existen intereses oscuros en todas estas acciones.

Eso lo sabe muy bien el ministro Quintana aunque en ocasiones juegue a hacerse al tonto. Una máxima goebbeliana indica que cuando hay algún problema que puede afectar seriamente a una persona o un gobierno, lo que se debe hacer es generar otro de forma de desviar la atención.



Actuando en consecuencia, a Quintana se le ocurre denunciar, dice que con documentos, que todos los periodistas pandinos estaban vendidos al prefecto Fernández, recibían sueldos de él y peor aún, radios y canales difundían spots y cuñas radiales provenientes de la prefectura. Habrase visto semejante despropósito.

Pues bien; si se aplica el criterio de que está vendido todo canal o radio que recibe publicidad de una determinada entidad, resulta que la casi totalidad de los medios de comunicación en Bolivia están vendidos al gobierno, que es en la actualidad el que mayor cantidad de gastos realiza por este concepto. Naturalmente si la premisa es falsa, también lo será la conclusión.

El ministro Quintana descargó también toda su artillería contra los periodistas pandinos, aquellos a los que no se les permitió cubrir los hechos de violencia del 11 de septiembre y días posteriores y de los cuales varios han tenido que buscar refugio en el vecino Brasil para evitar las represalias de los grupos paramilitares que están actuando, por ordenes del gobierno, impunemente en Cobija.

Resulta hasta grotesco que Quintana apele a la ética para cuestionar supuestos pagos a periodistas pandinos. Sería muy interesante que dirija su inquisidora mirada a su entorno más cercano y ahí si que verá la corrupción más rampante protagonizada por oscuros personajillos enriquecidos de la noche a la mañana al influjo de loas y elogios al incomprendido presidente indígena.

A estos periodistas, el ministro Quintana los conoce muy bien. Revolotean como cuervos por los alrededores del Palacio Quemado y provienen casi por lo general de lejanas tierras. ¿Sus nombres? Walter Chávez, Víctor Orduna, Pablo Stefanoni, Pablo Cingolani, Ricardo Bajo, amén de los nacionales que reciben las migajas del festín.

No está demás recordar al “escribidor” oficial Martín Sivak, quien es requerido cada vez que se necesita inventar, para uso de incautos, un nuevo mito o leyenda respecto al “presidente indígena” que nunca ha pronunciado un discurso en quechua o aymara.