Los cambios en el INE

Editorial de La Razón.

En el lapso de dos años, el Instituto Nacional de Estadística (INE) ha cambiado de director en tres oportunidades. La semana pasada se produjo el último, cuando Wilson Jiménez tuvo que dar paso a Martha Oviedo.



Coincidentemente, los reemplazos se dieron en momentos en que el Índice de Precios al Consumidor (IPC) sobrepasó las metas máximas fijadas por el Gobierno. En efecto, éste había fijado originalmente que la inflación del año sería de 6%, pero luego la elevó a 8%, posteriormente a 10% y, por último, a 12%.

En el proceso de conducción del INE, Óscar Lora fue sustituido por Johnny Suxo, a quien le sucedió en la dirección Wilson Jiménez y éste, finalmente, dejó su cargo a Oviedo. La flamante autoridad tiene como barrera el 12% para el lapso de enero a diciembre del 2008 y, en ese sentido, le queda poco margen, pues la inflación de enero a septiembre llegó a 11,03%.

Desde la oposición política se ha relacionado estos cambios con la inflación, lo cual ha sido desmentido por el ministro de Planificación del Desarrollo, Carlos Villegas. Pero, más allá de esas consideraciones, la preocupación debería centrarse en la preservación de la institucionalidad del INE, cuyo trabajo con el manejo de las estadísticas generales y específicas de Bolivia no ha sido cuestionado en muchos años y, últimamente, recibió críticas de parte de diferentes sectores de la población.

El INE ha logrado sobrevivir a periodos tensos, pero mantuvo el prestigio incólume. Sus datos solían ser tomados como definitivos, y no solamente acerca de la inflación sino sobre todo lo que mide con sus profesionales.

Este instituto de estadísticas es la fuente de información a la que acuden todos los ciudadanos, bolivianos o no, desde dentro o fuera del país, para conocer cómo se encuentra la situación de cada uno de los rubros que le interese. Los inversionistas, por ejemplo, necesitan saber cómo se comportan los diferentes sectores, desde los flancos de la oferta y de la demanda, para tomar decisiones trascendentales y muchas veces millonarias.

Si los datos del INE estuvieran en duda, pues difícilmente alguien pueda tomarlos en cuenta antes de adoptar determinaciones relacionadas con la economía. Y la preocupación se acrecienta con el indicador de que la tasa de inversión en Bolivia es la más baja de la región: equivale a la mitad de la tasa promedio de toda América Latina.

Desconfiar del prestigio de esta institución sería dudar de los datos referentes al país; un daño, ciertamente, inmerecido para una entidad que equivale al espejo, al rostro de Bolivia.

Los profesionales del INE son muy capaces. Varios han asistido a cursos especializados, dentro y fuera del país. Por lo tanto, hablar de un desprestigio de este instituto nacional significaría desperdiciar una riqueza acumulada en muchos años.

El Gobierno se enfrenta al difícil reto de devolver al INE la imagen que siempre tuvo y que, durante la actual gestión, se malogró por denuncias surgidas a partir de la desconfianza en sus datos relacionados con la inflación.

Los bolivianos necesitan de certidumbre en todo sentido, no sólo política. Por ello es indispensable que, ante toda decisión, se imponga la responsabilidad para con el país. El INE tiene que recuperar su reputación antes de que sea tarde.