La siembra del odio

La Prensa

Editorial



La nación necesita de paz para proseguir por los caminos de su desarrollo y hacia la superación de agudos problemas pendientes.

El pasado 10 de noviembre y en medio de sus palabras formales en Potosí, mientras se celebraba el aniversario cívico de ese departamento, el presidente Evo Morales expresó que “en aras de la unidad nacional tuvo que sentarse a dialogar con sediciosos, genocidas y subversivos del oriente boliviano”. Nadie le pidió que diga lo que dijo, la misma circunstancia no era la más propicia ni la más adecuada, pero el Mandatario arremetió igual, tal como ya lo viene haciendo recurrentemente cada vez que tiene oportunidad de vapulear a sus eventuales contrincantes.

Pero más allá del tema específico y sea que se trate del oriente o del occidente del país, lo que llama la atención es la insistencia de Evo Morales en seguir sembrando odio y cizaña, todo lo contrario de lo que debería hacer un verdadero estadista: procurar entendimientos constructivos entre compatriotas y entre regiones.

Durante el mes de septiembre se sucedieron diversos hechos que preocuparon a la nación y a la comunidad internacional. Los lamentables sucesos de Pando siguen aún en su fase investigativa, mientras el Prefecto elegido y ratificado de ese departamento se encuentra preso (o “confinado”, como dicen), con una paradójica y anticonstitucional presunción oficialista de culpabilidad, no de inocencia, como tiene que ser hasta que se pruebe lo contrario. Leopoldo Fernández sigue a la espera de su debido proceso, mediando pugnas entre el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial acerca de procedimientos.

En fin, la sumatoria de hechos desafortunados y de sangre logró que se imponga la cordura entre las partes, y luego de arduas negociaciones en Cochabamba, se transfirió en octubre el acuerdo global alcanzado al Congreso Nacional, órgano legislativo que logró consensuar pautas que transformaron al controvertido texto constitucional de Oruro, generando así un nuevo proyecto de Constitución Política del Estado (CPE), el que ahora deberá dirimirse por referéndum en enero de 2009.

Tras este proceso político, primó en todas las partes en pugna un necesario momento de reflexión, de pausa, de tranquilidad. Ello ha servido para pacificar los ánimos y mirar hacia adelante. Toda Bolivia respiró. La comunidad internacional —que siguió de cerca el proceso mediante sus observadores— aplaudió ese espíritu conciliador. La nación necesita de paz para proseguir por los caminos de su desarrollo y hacia la superación de agudos problemas pendientes.

En función de lo expresado, sinceramente creemos que este momento entraña un tiempo cristiano de amor entre bolivianos. Nadie quiere más enfrentamientos; debemos estimular lo positivo y descartar lo negativo. Sin embargo, he aquí que el mismo Presidente de los bolivianos prosigue —en una lamentable actitud— con su prédica de resentimiento y en un afán innecesario de incentivar odios, en lugar de sembrar la fraternidad solidaria entre todos quienes habitamos esta nuestra querida Bolivia.