San Benito, un sueño que busca a niños de la calle

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Chau San Benito | Estos cinco pequeños no pudieron acostumbrarse a la tranquilidad del centro. Pese a los ruegos de los responsables, se fueron caminando en busca de las calles | Fotos: Noé Portugal

Los Tiempos



Por: Texto: Eliana Ballivián

Recuperados | El centro para niños dependientes fue construido el año pasado para albergar 30 personas y funciona desde marzo. De los ocho que actualmente viven allí, cuatro ya han sido recuperados

Cinco pequeños iban alejando decididos, el jueves pasado, del refugio que los acogió unos días. No les importó recorrer de vuelta los 45 kilómetros que los llevó hasta el Centro San Benito, donde pudieron desintoxicar sus macilentos cuerpos, alimentarse, cambiarse de ropa y jugar, hasta que la ansiedad los atrapó de nuevo y los arrastró de nuevo a las calles. Llegaron allí por su voluntad, porque no hay ley que los obligue a permanecer recluidos para curarse.

Sus miradas son el reflejo de un problema estructural de una sociedad que ha perdido el control sobre lo que ella misma ha creado, niños como ellos que, en Cochabamba y en todo el país, consumen clefa y marihuana. La marihuana los alivia, la clefa los atonta y el resultado les permite olvidar muchas de sus penas, según entendidos en la materia.

El Centro para Drogodependientes de San Benito, en la población del mismo nombre, ha sido construido el año pasado para acoger a niños de entre ocho y 12 años (aunque los márgenes son flexibles), y comenzó a funcionar en marzo pasado con una capacidad para 30 camas, pero sólo una vez, en agosto, lograron tener juntos a 20 niños, informa la educadora del Centro Hilda Ayala.

Ahora, sólo quedaron ocho, de los cuales cuatro de ellos que llegaron en marzo, Luis (11), Adhemar (12) Fernando (12) y Dany (9) ya fueron recuperados, ingresaron al área de reinserción, que ellos mismos se ocupan de mantener limpia y ordenada, y tienen pensado ir a la escuela el próximo año, motivados principalmente por el bono “Juancito Pinto”.

De los otros cuatro, tres pensaban irse después del mediodía, luego de que las educadoras les rogaron que por lo menos coman antes de abandonar el lugar. Decían que tenían que volver a su casa, para prepararse para ir a la escuela también.

La falta de muro perimetral en la hectárea sobre la que funciona el Centro impide que se lleven allí a más niños, al menos unos cinco que cada día expresan su deseo de probar suerte, según el jefe de Justicia Juvenil, Rehabilitación y Apoyo Educativo, Hernán Ayzama.

El ex director del Servicio Departamental de Gestión Social (Sedeges), Iván Tavel, recuerda que para que la comunidad acepte el centro se la intentó compensar con un pozo de agua que está fuera del refugio.

El proyecto implica un trabajo de “hormiga”, ya que algunas brigadas se desplazan por los lugares que son más frecuentados por estos niños, para intentar convencerlos de que se recluyan en el Centro San Benito que, como metodología de trabajo clasifica a sus eventuales habitantes en tres áreas, la de desintoxicación que dura unos dos meses, la de rehabilitación que es la más larga y donde se registran más reincidentes y fracasos y la de reinserción social, informa el responsable del Centro, Fernando Ajuacho.

La educadora Ayala manifiesta que como la hectárea de terreno donde se levantaron los tres bloques está circundada sólo por alambre de púas y los vecinos del centro temen que estos niños “contagien sus mañas” a sus hijos, que curiosos se acercan y hacen amistad con los recién llegados, deben esperar a amurallar el lugar aunque no habrá muro que los retenga cuando les entre de nuevo la desesperación.

Atrapados por la clefa

Todos los niños que llegan al albergue viven solos en las calles, sometidos a quién sabe qué vejaciones y muy cerca de la clefa que misteriosos distribuidores se las proveen logrando jugosas ganancias, según fuentes extraoficiales, hasta siete veces más su precio.

Los pequeños llegan prácticamente sin nada al Centro. Algunos, incluso sin zapatos. En el Centro se les provee de todo y están tranquilos. A medida que pasa el efecto de la droga, tienen más hambre, y después entran en un estado de ansiedad y desesperación, que es muy difícil controlar. “Se sienten aburridos, no nos toleran ni siquiera a nosotros que tenemos tanta paciencia, pero se ponen insoportables y hay que dejarlos porque no los podemos tener a la fuerza”, dice Ayala.