¿De dónde sale la lengua?

Ángeles Mastretta*

“A veces, la lengua sale de un lugar oscuro y se llena de dudas. A veces tiene miedo. A veces llora. La lengua es el deseo de una oración, la respuesta a una oración”



Cuando aún podía yo contar a los cuatro vientos lo que mis hijos me preguntaban, cuando todavía me preguntaban como si yo algo supiera, Catalina se acercó con sus ojos de bálsamo y su curiosidad inexorable y me preguntó: “Mamá, ¿de dónde sale la lengua?”.

Ahora de sólo recordarla detenida frente a mí, dispuesta a creerme cualquier cosa, pienso que podría yo volar. Cómo quiere uno a los hijos. Los hijos que no son de uno, son del cielo y del aire y de sí mismos. Aunque ellos no lo sepan o crean que sus padres no lo sabemos.

¿Qué sabemos los padres? El mío no supo mucho de mí. Pero a la edad de mis hijos yo creía que algo suyo me seguía desde su vida bajo la tierra. Y a mi edad creo que algo suyo y algo de mi madre y mis hijos me sigue a todas partes. Creo que mis hijos creen que a su edad yo era libre. Creo que eso les he hecho creer. Creo que me equivoqué haciéndoselos creer. A su edad yo era feliz e infortunada. ¿Quién no? Me había quedado sin padre, no me quiso el primer amor de mi vida y a veces podía llorar toda una noche y medio día siguiente. Tenía yo el dinero de la Beca del Centro Mexicano de Escritores y el tormento chino de Salvador Elizondo diciéndome siempre que eso que yo pretendía ya lo había hecho Joyce, pero bien y para siempre. Asociar y disociar, pero como el sabio que era, no como yo. De modo que ni pensara en seguir escribiendo así de mal, porque yo escribía mal como para quitarme la beca y la lengua y la boca con que me presentaba a leer necedades en la reunión de los martes. Tenía razón. Pero razones era lo último que yo necesitaba. Por eso me hice al ánimo de querer la libertad que aún quiero. No se puede ser libre sin los otros.

“¿De dónde sale la lengua?”, me preguntó Catalina a los siete años. Tenía en los ojos las alas de un pájaro ávido y extendía su risa con la certidumbre de que yo sabría contestarle. Pero aún no sé. A veces, la lengua sale de un lugar oscuro y se llena de dudas. A veces tiene miedo. A veces llora. La lengua es el deseo de una oración, la respuesta a una oración, el consuelo de los que no pueden rezar. La lengua es lo más vivo que tenemos y sale de donde mejor le parece y según cree que la ocasión lo amerita. Tu lengua, hija, debí decirle, sale de lo mejor que tú tienes.

*Ángeles Mastretta

es escritora.

Tomado de su blog en elpaís.com (La Razón)