El libreto de Pando en Tarija

Winston Estremadoiro*.

No soy adivino, aunque un ocurrente tucumano me dijo una vez que con un turbante, podía ganarme la vida de fakir o de sacasuerte mentiroso. Ahora peso quince kilos más. Si los fuera a perder como sugiere mi cardiólogo, no pudiendo costear inyecciones rejuvenecedoras de bótox, seguro es que las ojeras y las arrugas me asemejarían a un augur de tripas de aves en épocas romanas, o quizá al brujo que mató con mescolanzas de mercurio y yerbas al primer emperador de China, megalómano empecinado en ser inmortal con brebajes. Igual que los ególatras de hoy que fingen ser demócratas, siendo en verdad autócratas obstinados en prorrogarse en el poder con argucias.



No soy adivino, pero me ratifico en conjeturar que el libreto de Pando se repetirá en Tarija. Que Beni y Santa Cruz pongan las barbas en remojo.

No empiezan a rearticularse los autonomistas que quedan, que los ajedrecistas de politiquería del régimen jaquean sus movidas, así no sepan ni mover las fichas en el juego de damas de la economía. Redirigen su artillería propagandística y su infantería de turbamultas aleccionadas hacia Tarija, mientras marean la perdiz con fuegos de artificio de diatribas contra la Iglesia Católica. Como vinchucas, se hinchan de plata a la sombra del poder, tanto para sus bolsillos como para las arcas partidistas.

Tal es una radiografía en blanco y negro del acontecer político actual. Pero así como una tomografía computarizada logra más detalle, es menester escudriñar más minuciosamente para entender la situación.

El gobierno de Evo Morales comprendió de entrada un axioma de los políticos tradicionales que tanto critican: es necesario controlar los fierros. Lo obtuvo mediante la decapitación de varias promociones de oficiales, hasta llegar a un nivel que le fuera obsecuente. Después vendría la receta chavista: repartir talegazos. La tercera fase, mejorar infraestructura y dotar de juguetes bélicos a los militares, está en curso.

La tensión entre centralismo y autonomía sigue siendo el meollo. Es evidente en el proyecto de Constitución parchada que se quiere embutir a los bolivianos en enero. Cual termitas que carcomen la madera por dentro, su estrategia de dividir para reinar está detrás del retaceo en pedazos digeribles —que en este caso quiere decir manejables— de las contestatarias autonomías departamentales.

Las mal definidas autonomías indígenas, campesinas, originarias, provinciales y municipales son efectiva argucia para que, uno, la aymara domine entre supuestas etnias iguales; dos, reafirmen la hegemonía centralista de La Paz, lograda con mañas en la revolución federal de 1898, a expensas de la real capital de Bolivia. Se oponen siquiera a tratar la capitalidad de Sucre, mientras resisten el inevitable desplazamiento del centro de gravedad del país.

¿Qué mayor evidencia del conflicto entre centralismo y autonomías, que las coincidencias opresivas entre la dictablanda monopartidista de antaño y la dictablanda etnopopulista de hoy? Sostengo que así como otrora era reclusorio un tórrido Puerto Rico —el de plagas, no de playas—, hoy es un cuartel militar en la gélida Viacha. Así como antes había campo de concentración en Curahuara de Carangas, ¿acaso el penal de San Pedro en La Paz no está funcionando como uno? Hace medio siglo no importaba de dónde eran los falangistas; hoy en día son los cambas y chapacos autonomistas contra los cuales se ha incitado el odio étnico en perros de presa aviados con dólares chavistas, al mando de jaurías de desocupados sitiando la plaza de San Pedro.

Más vale tarde que nunca. Las autoridades del Poder Judicial, después de haber soportado sólo con quejidos los atropellos a uno de los tres poderes separados e independientes del Estado, por fin lanzaron el alarido que merece semejante estupro. No otra cosa fue el pronunciamiento de Trinidad.

Denuncian que el Gobierno actual impulsa el desmoronamiento del sistema de justicia de Bolivia, porque “el imperio de la ley, como expresión de la voluntad general, ha sido reemplazado por la voluntad autoritaria del Gobierno central, para el que no cuenta la separación de los poderes”. Que lo diga el comatoso Tribunal Constitucional, el debilitamiento sistemático del Poder Judicial, el manoseo de la Corte Nacional Electoral.

Agregan que “la sujeción de la política a la ley es entendida a la inversa, en que la política ha sometido a la ley, al extremo que se ha dado paso a comportamientos similares a los vividos en regímenes de fuerza”. Vean la aparición de encapuchados que apresan sin el debido proceso. Contrasten con los que campean orondos: terroristas como el milico que puso una bomba a un canal televisivo en Yacuiba; Ponchos Rojos libres después de atacar con dinamita al Tribunal Constitucional; impunes activistas pagados para agredir a periodistas; asesinatos de turbamultas en Epizana, Ivirgarzama y Achacachi.

Pero craro, diría la guaraya, si la criminalidad impune viene de arriba. ¿Acaso la corrupta Alicia Muñoz no fue becada como embajadora? ¿No fue premiada como Ministra de Justicia la que repartió víveres de Defensa Civil a cocaleros que quemaron la Prefectura de Cochabamba? ¿El ministro Rada no dirigió en persona el operativo represor en La Calancha, con tres muertos civiles?

Aún más actual es el ministro de los epitafios, que combina delitos de incitación a la violencia y complicidad en liberar contrabando en Cobija. Con alguito de ayuda de mis amigos cantaría con los Beatles: un tránsfuga político que repartió armas en su propiedad en Pando, y un capo del Comité Político del MAS, nada menos que en el mero Palacio Quemado.

Vista la evidencia, no es necesario ser adivino para vaticinar que el libreto de Pando se repetirá en Tarija, donde ya han empezado escaramuzas previas a la ofensiva. Que Beni y Santa Cruz pongan las barbas en remojo.

*Winston Estremadoiro
es antropólogo.

La Razón