Después de mi, el diluvio

La única constitución que vale para Evo Morales es su propia voluntad.

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En sus discursos ante sus «movimientos sociales», disfrazado de indígena, muestra una oportunista humildad.



Con la arrogancia de aquellos que se consideran omnipotentes e infalibles ya lo ha demostrado en varias oportunidades. Una declaración de principios fue el haber afirmado que si había algo ilegal él le “metía nomás” y después dejaba a los abogados que lo legalicen “porque para eso habían estudiado”.

Después de esta sincera confesión se podía esperar todo y en este caso Evo ha demostrado una inusual correspondencia entre lo que dice y lo que hace. Es así que hizo aprobar contra viento y marea la constitución masista, acomodando los procedimientos a su conveniencia.

Pero no se queda ahí. Aún antes de que su constitución sea sometida al voto popular ya está anunciando nuevos cambios pero esta vez ha tratado de no ser tan directo y ha hablado de cambios que no hacen a la esencia de este instrumento normativo fundamental.

En Potosí habló, por ejemplo, de cambios en el tratamiento que se debe otorgar al Presidente de la República. Dijo que no le gusta el tratamiento de “excelencia” y que preferiría el de “hermano, “compañero” o, mejor aún, “tata presidente”.

En el caso de los ministros dijo que debieran dejar de denominarse así para pasar a llamarse “servidores”. Se trata, en suma, de maquillajes con los que pretende disfrazar su verdadera intención (de dictador populista), siempre pretendida y planteada a veces de forma solapada aunque nunca reconocida de forma abierta.

Se trata de la reelección presidencial inmediata e indefinida, un íntimo anhelo que desnuda las verdaderas apetencias del actual residente del palacio de Gobierno. Evo Morales se ve a sí mismo como un Mesías transplantado a los Andes, un Pachacuti resurgido después de siglos de opresión y sencillamente no concibe una Bolivia en la que el no asuma un papel redentor.

El proyecto de constitución masista, suavizado después de algunas reuniones en el Parlamento, contempla la reelección presidencial por una sola vez, pero para él esto no es suficiente, no es lo más adecuado para el papel que se ha asignado en la historia.

“Después de mi, el diluvio” seguramente diría parafraseando a Luis XIV, el Rey Sol, aunque es seguro sin saber de quien se trata. Esta concepción mesiánica que tiene de su propio paso por la presidencia lo ha llevado al convencimiento de que es insustituible, de que no hay nadie como él y por tanto nadie tiene el derecho de privar a Bolivia de su sabia, atinada y además eterna conducción.

Por eso existe un equipo gubernamental que está trabajando en el diseño de una propuesta de reforma para incorporar al texto constitucional que suponen será aprobado el 25 de enero próximo, la reelección presidencial, inmediata e indefinida, que es en realidad lo que viene buscando desde hace tiempo, a despecho de sus destemplados discursos sobre el tan mentado y cada vez más desacreditado “proceso de cambio”.

En suma, si alguien piensa que el 25 de enero se trata de aprobar o rechazar una nueva constitución está muy equivocado. En realidad de lo que se trata es de si se dará o no el aval para que Evo Morales imponga de ahí en adelante su voluntad en forma dictatorial, es decir, peor aún, que la discrecionalidad y arbitrariedad con la que viene actuando hasta ahora.