El «dictadorzuelo» repite viejas patrañas

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Ahora se siente muy bien rodeado de seguridad y sus nuevos incondicionales «amigos», los militares.

Un signo distintivo y característico de las dictaduras es ese su afán de perpetuarse en el poder, de reproducir sus esquemas políticos si es posible hasta la eternidad. Es así que Hitler hablaba del “Reich de los mil años” y tiranuelos de la más diversa laya que se hicieron del poder en las “repúblicas bananeras” centroamericanas veían como un objetivo fundamental perpetuarse en el gobierno.



Los pretextos que usaron para concretar esta aspiración fueron de los más variopintos. Hitler hablaba de la “supremacía de la raza aria” y su innegable derecho a regir los destinos del mundo en tanto que los dictadorcillos centroamericanos y caribeños (Trujillo, Ubico, Estrada, Castillo Armas y un largo etcétera) aguzaban la imaginación y atribuían su “derecho” a gobernar eternamente a que, en algunos casos, eran la reencarnación de Napoleón Bonaparte, otros descendientes de Julio César y otros porque sencillamente habían sido ungidos por la voluntad divina.

La literatura ha recogido más de una de estas delirantes expresiones. Recordemos la Fiesta del Chivo de Vargas Llosa, El otoño del Patriarca de García Márquez y El Señor Presidente de Miguel Angel Asturias.

Evo Morales, a pesar de su absoluto desconocimiento de la historia y también de la literatura, está recogiendo lo más abyecto de esta, llamémosle “tradición” dictatorial y ha proclamado abiertamente su intención de “quedarse para siempre en el palacio de Gobierno”.

Para hacerlo sus asesores han diseñado un poco digerible andamiaje teórico. En primer lugar está convencido de que encabeza un histórico proceso de cambio que no puede retroceder, cueste lo que cueste. Llama a esto de forma muy pomposa “revolución democrática y cultural”. Se proclama, además, depositario de las ansias de justicia e igualdad de los indígenas sometidos durante siglos.

Para espesar un poco más el caldo se nutre del mito y recurre a un supuesto mandato ancestral para redimir a los de su raza. Hubo también un “escribidor” a sueldo que intentó inventarle una supuesta descendencia del líder indígena Tupac Katari.

La patraña no es nueva. Todos los dictadores, en todos los tiempos y lugares, recurrieron a las más diversas artimañas para intentar legitimar su supuesto derecho a gobernar eternamente y considerarse los únicos capaces de interpretar el verdadero sentir del pueblo y de sus aspiraciones.

Es más, siempre acudieron a constituciones que se sujetaban estrictamente a sus deseos y así agregaban a su supuesto derecho divino o ancestral, la legitimidad jurídica, surgida siempre del avasallamiento por todos los medios de la verdadera voluntad popular.

Sin embargo cabe recordar que todos estos experimentos surgidos de los delirios mesiánicos que siempre han tenido los dictadores, nunca terminaron bien y los resultados fueron catastróficos, en primer lugar para los pueblos que tuvieron la desgracia de tenerlos como gobernantes y en segundo lugar, bien merecido que se lo tienen, para ellos mismos.

Los dictadores que se creyeron enviados divinos, que se consideraron los únicos exponentes de la voluntad del pueblo, así el pueblo no lo aceptara; que usaron y abusaron del poder, solo tienen lugar en el basurero de la historia. Evo va por ese camino. Solo cabe esperar que no arrastre tras sí a todo el país.