Pando, coraje y dignidad

Editorial de La Prensa

En tantos años de vida, nadie, desde el burocratizado e inocuo poder central, se ha preocupado de integrar al pueblo y territorio pandinos en el espectro de la nación.

De matices diversos como de lecturas variadas resultó la jornada dominical pasada que estuvo consagrada al voto de los bolivianos divididos entre el Sí y el No por un texto constitucional que desde su concepción planteó más dudas que certezas como instrumento de un “cambio” que, no obstante, el Gobierno de Evo Morales pretende implementar de cualquier modo y sin importar el costo moral o material.



A propósito del Jefe de Estado, fue el último en aparecer en escena al caer la noche del domingo. Lo hizo para no decir nada nuevo ni coherente desde uno de los balcones del Palacio Quemado. Fue bajo el velo indisimulable del desencanto y de las tensiones provocadas por una votación que no registró los porcentajes que don Evo esperaba para apuntarse a toda costa una urgente y, mejor aún, una aplastante victoria política sobre las regiones que no le son nada propicias en los hechos.

En tanto, el país sigue nomás a punto de reventar por eminente crisis acumulada y sin descomprimir en lo social y en lo económico, mientras se agitan sobre el horizonte los negros nubarrones de la recesión mundial y sus efectos que, sin duda alguna, impactarán sobre nuestra pobre y desvalida República, digna en todo caso de mejor suerte.

Pero por encima de todo lo señalado, la fecha del 25 de enero de 2009 registró la apabullante y extraordinaria lección de dignidad y de coraje del pueblo pandino que proclamó, en medio de la mayor adversidad y de presiones crueles, su derecho irrenunciable a vivir en democracia.

Pando, hasta no hace mucho tiempo escenario montado a propósito para la violencia, el terror y la muerte, curó sus heridas, ahuyentó los fantasmas del miedo, retempló su espíritu y la determinación de sus hijos hizo vibrar de orgullo a la tierra caliente amazónica.

La actitud de esos bolivianos afincados en el noreste entona los corazones de los bolivianos que se resisten a ser rebaño, que por ser dignos herederos de las glorias pasadas de nuestra República no las van a exponer al pisoteo de los que padecen de ensimismamiento a la sombra del poder. Los hermanos pandinos acaban de dar una lección que a la vez de dignidad lo es de bravura y de redención.

Pando sufre los intolerables martirios del olvido y de la postración. En tantos años de vida, nadie, desde el burocratizado e inocuo poder central, se ha preocupado de integrar al pueblo y territorio pandinos en el espectro de la nación. Ahora, con esa actitud que ha asumido y que comentamos, Pando prueba la fibra de que está animado su universo racional. Con la constatación de lo que allí se ha dado, cómo no pensar en que nuevos soles alumbrarán a la vuelta de corto tiempo a esa heredad de ilustres servidores de encendidas e intraficables causas.