Viaje al corazón de la coca

chulumani EL CULTIVO DE HOJA DE COCA AUMENTA CON EVO MORALES

        CHULUMANI (BOLIVIA) (ENVIADO ESPECIAL LA VANGUARDIA)

        “Bienvenidos a Chulumani, capital de la zona tradicional del cultivo de coca”, se lee en la gran pancarta colocada en la entrada de la población. El cartel hace honor a lo que el visitante observa desde que entra en los valles de los Yungas: cultivos de coca por las escarpadas laderas de las montañas a ambos lados del camino.



Aunque Chulumani está a 129 kilómetros de La Paz, llegar hasta acá no es cómodo. Son cinco horas de viaje por caminos de tierra, sorteando curvas cerradas y precipicios imponentes. Se desciende desde los 4.000 metros del altiplano andino a los 1.754 metros de un municipio con clima tropical.

En esta región se cultiva la hoja de coca desde antes del imperio de los incas. Los indígenas la mascan formando una bola en la boca (el llamado acullico), que combate el cansancio y les da vigor. Lo que se ve ahora por estos fértiles valles ya no son sólo los cultivos tradicionales y autorizados. Las nuevas plantaciones proliferan por doquier y, en la misma proporción, creció el narcotráfico.

Con Evo Morales en la presidencia, el cultivo de cocales ha aumentado en los Yungas, desplazando a las tradicionales explotaciones de café, banano, cítricos, mango y aguacates. Morales empezó su carrera política como líder del sindicato de cultivadores de hoja de coca del Chapare (en donde la práctica totalidad de las cosechas se destinan a elaborar cocaína; sólo una de cada cien hojas va al mercado legal). Morales sigue siendo presidente de las Seis Federaciones de Cocaleros del Trópico, que producen la materia prima para fabricar la mayoría de la cocaína nacional. Bolivia es el tercer productor mundial del narcótico, después de Colombia y Perú, y según la ONU posee unas 28.900 hectáreas de coca, de las que sólo 12.000 son consideradas legales para usos tradicionales andinos, como acullico e infusión contra el mal de altura.

El control parece escaso. En nuestro viaje por los Yungas no vimos un policía o un militar. A la salida de La Paz hay un puesto de la policía antinarcóticos. Lo pasamos sin que nos pidieran documentación y sin que registraran el vehículo. Pasó lo mismo al regresar a la capital.

Según la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito, con Evo Morales ha habido un incremento del 30% en la producción de cocaína (datos medidos hasta septiembre de 2007, presentados en junio de 2008). Estas estadísticas son asumidas como oficiales por el Gobierno. El congresista Ernesto Justiniano, responsable de la comisión antinarcóticos de la Cámara de Diputados, comenta a “La Vanguardia” que en Bolivia se producen unas 120 toneladas de cocaína, lo que supone un aumento de 50% durante el mandato de Morales. La expulsión por el Gobierno de la agencia antidrogas de EE.UU. (DEA) contribuyó a que los narcotraficantes operaran con mayor libertad: nadie los vigila desde el aire y pocos por tierra.

Campesinos de los Yungas nos comentaron que el Gobierno tolera la existencia de nuevas zonas de cultivos ilegales en extensas regiones de Cochabamba, Santa Cruz, norte de La Paz y Beni. Algunos parques nacionales también han sido invadidos por los cocales.

        Buena parte de la actual producción de los Yungas ya no va destinada al acullico, sino a elaborar cocaína. Con la droga llegó la bonanza económica. En pocos años, estos pueblos se transformaron de pies a cabeza. Aunque pocos aceptan hablar del tema, es evidente que el dinero fácil permite comprar vehículos de doble tracción y edificar buenas viviendas que sustituyen a casuchas de adobe.

Mientras la gran mayoría de la actividad económica legal enfrenta en Bolivia una situación crítica, ya sea por falta de inversiones, por caída de los precios o por restricciones a las exportaciones, el sector cocalero es el único boyante.

        Chulumani, capital de los Yungas, vive una época de prosperidad. Otros poblados han mejorado de manera aún más rápida. La Asunta era una aldea perdida con casas de adobe. En unos años se ha convertido en el mayor municipio de la provincia Sud Yungas, con calles pavimentadas, terminal de autobuses, viviendas confortables, restaurantes, fondas y comercios. Desde el fondo del valle hasta la punta de los cerros que rodean la comunidad los mantos de coca lo cubren como si fuera césped. La llegada de los primeros narcotraficantes que enseñaron a fabricar la pasta básica fue un imán que atrajo a desempleados de las atrasadas poblaciones del altiplano, como años atrás ocurrió en el Chapare. El alto precio de la hoja verde desató la  fiebre del oro verde.

Un médico de la zona nos comenta lacónicamente: “No dejan un palmo sin cultivar, si pudieran sembrar coca en la carretera lo harían".

Los campesinos reconocen sin tapujos que han sustituido los cultivos de frutales por cocales porque ganan mucho más y tienen comprador asegurado. Ahora no deben preocuparse del transporte por caminos infernales de frutos perecederos que con frecuencia no encontraban comprador. La cuenta sale fácil: las tres cosechas al año que da una hectárea de cocales suponen al campesino unos 7.000 euros. Gracias a estos buenos ingresos han instalado riego por aspersión, que les permite tener cuatro cosechas. El cultivo es sencillo: sólo se han de ocupar de quitar la maleza.

Aunque nadie lo reconoce, algunos campesinos ya no venden la hoja de coca sino que buscan el valor añadido: la convierten en pasta básica. La técnica tradicional boliviana, que se aplica en el Chapare, de pisar la coca, se está cambiando por el método colombiano que tritura la hoja en máquinas para moler cereales, a la que agregan los químicos para producir el sulfato del que se obtiene el clorhidrato de cocaína.

JOAQUIM IBARZ