Ciegos y sordos. Los partidos españoles dan la espalda al ciudadano

image Antoni Puigverd – Articulista de “La Vanguardia”

En tiempos de desgracia, la política no puede reflejar el interés particular

Estaba yo en un bar, tomando el café matinal, cuando se acercó un señor trajeado y de mirada triste: "Perdone que le moleste – me dijo-,usted que escribe sobre estas cosas, quizás podrá aclararme una duda: ¿por qué los políticos son tan indiferentes a los problemas de la gente?". "No son indiferentes – respondí, balbuciente-… no todos lo son… muchos de ellos dedican largas jornadas al servicio público". "¿Pues por qué en campaña sólo se muestran interesados en sus cosas, en sus peleas y escaños? ¿Por qué nunca se les ve preocupados por lo que está sufriendo la gente? ¡No sabe usted la que está cayendo! ¡Si yo le contara!". Y arrastrando los pies se fue sin contarme su drama, que imaginé tremendo. "La crisis no ha hecho más que empezar", me había explicado el día anterior un alto ejecutivo de una entidad de ahorro. "Ahora empezarán a caer muchas pequeñas empresas: han aguantado casi un año pagando sueldos, pero sin colocar productos. Ya no pueden más". La situación es grave y, por lo que se ve, no tiene fácil solución. Pero en lugar de tomar nota de la tremenda gravedad del momento, impulsando unos pactos de la Moncloa para unirnos ante la adversidad, la política ha mostrado en la campaña su rostro más irritante.



Los partidos se han convertido en un fin. Ya no son medios para defender los intereses sociales y alcanzar el bienestar general. Mientras mucha gente vive el drama en angustiosa soledad, la campaña electoral ha trasladado a la ciudadanía múltiples ejemplos de voracidad partidista, de interés grupal, de ambición personal. Las campañas que antes parecían risibles, ahora ofenden. Publicistas y políticos no se han dado cuenta de que, en tiempos de desgracia colectiva, la política no puede reflejar con obscenidad el interés particular de sus profesionales. Han oficiado sus mítines con la misma autosatisfacción que exhibían en los buenos tiempos. ¿Gestos de victoria mientras cunde la ruina? ¿Sonrisas cinematográficas cuando la gente no puede pagar su hipoteca? ¿Abrazos en el escenario mientras una buena parte de la ciudadanía sufre? Esta ceguera, este desfase litúrgico entre interés de los políticos y el desamparo de la gente es la primera causa de la abstención. Después vienen otras muchas: el galimatías institucional europeo, las declaraciones e insultos de patio de colegio, el insoportable negativismo de la campaña…

En Catalunya, donde la abstención es colosal y puede que estructural, hay que sumar a lo dicho un desfase autóctono. Un tercio de los votantes catalanes no se sienten concernidos por las ideas y propuestas del catalanismo transversal. Pero, atención, tampoco se muestran dispuestos a combatirlos apoyando a viejos o nuevos partidos que abanderan el anticatalanismo. La sociedad catalana reclama en sonoro silencio un nuevo discurso integrador y renovado para la Catalunya de hoy, ante la sordera general de todos partidos.