Espías castristas en Washington

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Castristas en Washington

Walter Kendall Myers y su esposa Gwendolyn son acusados de haber espiado para Cuba por 30 años.



Dos septuagenarios norteamericanos podrían pasar el resto de su vida tras las rejas. La suya es una historia sorprendente de espionaje por afinidad ideológica con la revolución cubana.

Sábado 13 Junio 2009 

Fidel Castro, en una de sus habituales columnas en ‘Granma’, calificó la historia de espionaje cubano como “ridícula” y la asoció con la “derrota” diplomática sufrida por Washington en la Asamblea de la OEA

A Walter Kendall Myers no le despertó ninguna sospecha el individuó que lo abordó esa tarde frente a la Escuela de Relaciones Internacionales de la Universidad Johns Hopkins en Washington, donde acababa de dictar clase. Le creyó todo lo que le dijo: que era un agente secreto de Cuba que quería reunirse con él para contarle sobre los cambios recientes en el gobierno de la isla. Incluso le recibió un puro como regalo de cumpleaños y le agradeció las felicitaciones.

Y mordió el anzuelo. Ese día, el 15 de abril, en plena avenida Massachusetts de la capital gringa, este antiguo funcionario del Departamento de Estado cayó en la trampa que le tendió el FBI y que el 4 de junio condujo a su arresto y al de su esposa Gwendolyn. La Policía secreta los acusa de haber espiado a favor del régimen cubano durante los últimos 30 años. Una historia de película que ha pasado más bien inadvertida fuera de Estados Unidos.

La declaración jurada que lleva la firma de Brett Kramarsic, el agente encubierto que se aproximó a Myers, cuenta que esa tarde fue una fecha clave para una operación que se había iniciado tres años antes. "Lo invité a que esa noche nos reuniéramos en un hotel cercano, él accedió y trajo a su esposa", dice el hombre del FBI, para luego advertir que Myers le habló con total confianza. "¿Cómo está todo el mundo en casa?", le preguntó al agente en alusión a Cuba y le confesó que tenía planeado navegar con su esposa rumbo a la isla. "El problema de este país es que hay muchos norteamericanos", añadió antes de señalar que hacía algún tiempo se había citado en Cancún con otros integrantes del servicio secreto cubano. Kendall Myers, que ahora tiene 72 años, y su esposa, de 71, también relataron cómo empezaron su espionaje con radios de onda corta en clave Morse, un código que ahora, con Internet, parece prehistórico.

Veinticuatro horas después, en un segundo encuentro con Kramarsic, Kendall Myers admitió que su código secreto había sido "el 202" y el de su esposa, "el 123 o el E-634". El 30 de abril, se llevó a cabo el tercero, en el que Myers aseguró que sus primeras tareas al servicio de Cuba comenzaron en 1979 luego de que él y su mujer fueran contactados cuando vivían en Dakota del Sur. Tanto Kendall como Gwendolyn, que por años fue empleada del Riggs National Bank, dijeron que en todo ese tiempo viajaron a países como Argentina, Brasil, Ecuador, Jamaica y Trinidad y Tobago, con el fin de hacer trabajos para La Habana, y manifestaron que "alrededor del Año Nuevo de 1995" pudieron viajar a Cuba desde México, donde sostuvieron una reunión "de unas cuatro horas con Fidel Castro". Para Myers, Fidel "es estupendo", "un verdadero estadista" y "no haberlo visto más veces" constituye "una gran causa de infelicidad".

Semejantes confesiones fueron más que suficientes para que el agente del FBI le diera las últimas puntadas a una declaración de 40 páginas escrita bajo la gravedad del juramento. Pero el texto contiene muchos más detalles de la historia de Kendall Myers y su esposa Gwendolyn. Uno de los más llamativos tiene que ver con que él no se puso al servicio del régimen cubano por dinero, sino por afinidad ideológica. Myers, explica la declaración, experimentaba "un sentimiento negativo hacia el imperialismo norteamericano". Su admiración por Cuba surgió en una visita que hizo a la isla en 1978. Su diario del viaje no deja lugar a dudas. "¡Cuba es tan apasionante!", dice. Y agrega: "Me he vuelto muy ácido con respecto a nuestro sistema. La falta de decencia de nuestro sistema médico, la indiferencia de nuestras empresas petroleras ante las necesidades públicas. ¿Han renunciado los cubanos a su libertad personal en aras de su seguridad material? No lo creo. Nada valioso se ha perdido en la revolución".

Para entonces, Kendall Myers era un hombre bien preparado académicamente. Se había graduado en 1972 de la Escuela de Relaciones Internacionales de la Universidad Johns Hopkins, que junto a la de la de Georgetown es considerada las mejores de Estados Unidos. Después de eso fue contratado como profesor de asuntos de Europa occidental, un cargo que tuvo hasta 1977. Más adelante se produjo su salto al Departamento de Estado, que es el Ministerio norteamericano de Relaciones Exteriores. Su retiro definitivo ocurrió el 31 de octubre de 2007. En todo ese tiempo, sin embargo, Kendall Myers tuvo acceso a más de 200 documentos clasificados con respecto a Cuba. Tanto, que la secretaria de Estado, Hillary Clinton, ordenó una investigación para establecer "la dimensión del daño causado".

Suena raro todo esto. Pocos pensarían que alguien como Kendall Myers, a quien sus vecinos califican de un muy buen hombre, incapaz de algo así, haya tenido la habilidad de extraer tantos datos del Departamento de Estado. En Cuba no se lo creen. Cuando se conoció la detención de Kendall Myers y su esposa, La Habana se pronunció con dureza. "¿No les parece a todos bien ridícula la historieta del espionaje cubano?", se preguntó el propio Fidel Castro, que no tuvo empacho en identificar la causa del arresto. "Lo curioso es que esa noticia haya salido a la luz 24 horas después de la derrota sufrida por la diplomacia de Estados Unidos en la Asamblea general de la OEA", dijo el líder cubano en uno de los tantos artículos que escribe desde su lecho de enfermo (en esa Asamblea se levantó la suspensión al régimen de la isla siempre que cumpla con los principios generales de la organización). No se sabe si Fidel está en lo cierto, pero la cercanía de ambas fechas resulta cuando menos coincidencial.

No es la primera vez que en Estados Unidos sale a flote una historia de espías cubanos. En 2001, cinco hombres fueron capturados y sindicados por lo mismo. En el banquillo admitieron su culpa, pero dijeron que no buscaban información del gobierno gringo, sino del exilio anticastrista en Florida. Todos son hispanos y alguno, como su líder Gerardo Hernández, paga cadena perpetua. Los otros son René González, Ramón Labañino, Antonio Guerrero y Fernando González. La justicia sostiene que le comunicaron al régimen cubano todo lo relacionado con los llamados Hermanos al Rescate, aquel grupo de pilotos de avioneta cuya finalidad era sacar de la isla a quienes quisieran irse. En 1996, dos de esos pilotos fueron muertos por la fuerza aérea castrista. Los cinco espías son auténticos héroes en la isla, donde la liberación de Hernández y los suyos es un propósito nacional.

El otro caso célebre de espionaje cubano terminó hace ocho años con la detención de Ana Belén Montes, analista de la Agencia de Inteligencia de Defensa (DIA, por su sigla en inglés). Montes, que había nacido en Alemania, reconoció su culpa y fue condenada a 25 años de prisión.

El viejo profesor Myers y su esposa Gwen pueden correr peor suerte. Lo más probable es que la sentencia les imponga 35 años de cárcel y le ponga fin a otra historia apasionante -y quien sabe si real- de espionaje, una práctica que se intensificó en la Segunda Guerra Mundial y en la Guerra Fría, pero que ha dado de qué hablar desde los tiempos de Sun Tzu en su tratado El arte de la guerra en la antigua China.