La multiplicación de los bonos

Menos visible, pero no por eso menos importante, es el impacto cultural que la proliferación de bonos trae consigo

los_tiempos_beta Por Redacción central | – Los Tiempos

Dos nuevos bonos recientemente creados por el gobierno para beneficiar a otros tantos sectores de la población —los beneméritos de la guerra del Chaco y los funcionarios públicos—  han dado nuevo vigor a una ya muy antigua polémica acerca de las virtudes o defectos de esa forma de distribuir el dinero, tanto desde el punto de vista económico como del político.



El asunto no es nada nuevo pues tiene sus orígenes en la otorgación del Bonosol, hace ya 12 años, durante la primera gestión de Gonzalo Sánchez de Lozada. Como se recordará, tal medida fue objeto de las más severas críticas inspiradas en la racionalidad económica, unas, y en los mezquinos cálculos electorales, otras. Pero lo que en los hechos se impuso fue la conveniencia de los circunstanciales gobernantes. Ninguno de los más feroces críticos del Bonosol tuvo el valor de eliminarlo y a lo más que se atrevieron sus detractores fue a cambiarle de nombre.

Fue así que el Bonosol sobrevivió a más de una gestión gubernamental sin sufrir más que uno que otro retoque cosmético. Los más profundos cambios se hicieron en el nombre, pues cada gobierno quiso imprimirle su propio sello. Fue una de las muchas formas como se manifestó la pequeñez de quienes tuvieron en sus manos durante esos años los destinos del país.

Con esos antecedentes, no resultó sorprendente que el gobierno del MAS hiciera lo mismo que todos sus antecesores y el Bonosol pase a ser uno de los pilares de su política social sólo que,  cómo no, con el nombre una vez más cambiado, esta vez por el de “Renta Dignidad”. Hasta ahí, nada nuevo.

Pero el tema de los bonos dejó de ser sólo una forma de dar continuidad a una de las medidas “estrella” del MNR, cuando el rebautizado Bonosol no sólo que sobrevivió al ser adoptado con mucho entusiasmo por los nuevos gobernantes sino que comenzó a reproducirse sin medida ni concierto. Los bonos Juancito Pinto para los niños, Juana Azurduy de Padilla para las madres gestantes, otro para los beneméritos de la Guerra del Chaco y uno más para los funcionarios públicos, han reabierto una polémica que no por antigua es menos pertinente.

Como es fácil constatar, el asunto trasciende con mucho lo estrictamente económico, aunque sea éste el principal aspecto del problema. Los efectos políticos de una tan densa red de hilos que hacen a ancianos, niños, jóvenes, mujeres y empleados públicos directamente dependientes de la dádiva gubernamental no son menores. Y menos visible, pero no por eso menos importante, está el impacto cultural, el que se produce en la mentalidad no sólo de los directamente beneficiados, sino de quienes los rodean. Una mentalidad que se caracteriza por la pasiva extensión de la mano pedigüeña. La mendicidad elevada a la categoría de política de Estado.