Una crisis con lecciones para EE.UU.

paul-krugman Paul Krugman – The New York Times

WASHINGTON.- ¿Qué habría sucedido si la Corte Suprema no hubiese impedido que Al Gore llegara a la Casa Blanca en 2000? Durante los siguientes ocho años, muchas cosas habrían sido diferentes.

Pero hay algo que probablemente habría sido igual: se habría producido una gigantesca burbuja inmobiliaria y como consecuencia de su estallido, una crisis financiera. Y si los demócratas hubiesen estado en el poder al llegar las malas noticias, habrían cargado con la culpa.



Con eso alcanza para comprender la esencia de la situación en Gran Bretaña. Durante gran parte de los últimos 30 años, la política y los políticos de Gran Bretaña y Estados Unidos se han movido en tándem.

Nosotros tuvimos a Reagan; ellos, a Thatcher. Nosotros tuvimos la Ley Garn-St.Germain de 1982, que desmanteló las regulaciones bancarias del New Deal. Ellos tuvieron el Big Bang de 1986, que desreguló el mercado financiero londinense. En ambos países se produjo un explosivo aumento de la deuda de los hogares y un debilitamiento del sistema financiero.

En ambas naciones, los conservadores que impusieron la desregulación perdieron poder en la década de 1990. En cada caso, sin embargo, los nuevos líderes estaban tan fascinados como sus predecesores con las "innovaciones" financieras. Robert Rubin, durante sus años como secretario del Tesoro, y Gordon Brown, mientras fue ministro de Hacienda, predicaban el mismo evangelio.

Pero mientras el movimiento conservador norteamericano logró arañar su regreso al poder a comienzos de esta década, en Gran Bretaña el Partido Laborista siguió gobernando durante los años de la burbuja. Gordon Brown se convirtió en primer ministro. Y por lo tanto, el derrumbe de Bush en Estados Unidos se corresponde con el derrumbe de Brown en su país.

¿Brown y su partido merecen ser culpados por la crisis británica? Sí y no. Brown abrazó de lleno el dogma de que los mercados saben más y de que cuanto menos regulados estén, mejor. No cabe duda de que ese celo desregulatorio llevó a Gran Bretaña al camino del colapso. Pero el punto es éste: aunque Brown y su partido merezcan ser castigados, sus rivales no merecen recompensa alguna.

Al fin y al cabo, ¿un gobierno conservador habría sido menos esclavo del libre mercado? ¿Habría estado más dispuesto a poner freno al descontrol financiero? Por supuesto que no.

Y la respuesta de Brown ante la crisis es atinada, mientras que la de sus rivales, no. El gobierno de Brown ha actuado con contundencia para socorrer a los bancos en problemas. Sus medidas parecen estar funcionando. Los principales indicadores han comenzado a dar (levemente) positivos, lo que sugiere que en Gran Bretaña la recuperación comenzará mucho antes que en el resto de Europa.

Mientras tanto, el líder conservador David Cameron ha tenido poco y nada que proponer, más allá de haber alzado la bandera roja del pánico fiscal y haber exigido que el gobierno británico se ajuste de inmediato el cinturón.

Muchos comentaristas han dado la voz de alarma sobre el panorama fiscal de Gran Bretaña y una agencia evaluadora de riesgo ha advertido que el país podría perder su estatus de nación AAA. Pero los mercados no parecen inquietarse demasiado.

De todos modos, si las elecciones fueran hoy, Brown y su partido perderían estrepitosamente. Estaban en el poder cuando ocurrió lo peor y la pelota se detiene en Downing Street.

El panorama es aleccionador. Si fuese integrante del equipo económico de Obama -un equipo cuyos jefes eran tan entusiastas de las maravillas de las finanzas modernas como los británicos-, miraría al otro lado del Atlántico y murmuraría: "Ese podría ser yo, si no fuera por la desgracia de Bush vs. Gore".