Una presencia indebida

Con nutrido séquito, el presidente Evo Morales viajó a Paraguay con el propósito, que se cumplió con las solemnidades y el entusiasmo del caso, de  asistir a un  fasto  que, siendo de regocijo lógico y natural para los paraguayos, para nosotros los bolivianos, también lógica y naturalmente -tenía y seguramente tuvo-, al menos acá, en tierra adentro, un sabor amargo, áspero, doloroso, todo esto a la vez.

eldeber Editorial El Deber

Veamos las cosas como son y a la luz de elementales concepciones patrióticas. En Paraguay, con redoble de tambores, con fanfarrias, con júbilo desbordante, para decirlo todo de una vez, se conmemoraba la firma del armisticio que puso término a tres años de guerra cruenta con su vecina nuestra dolorida y  ensangrentada Bolivia.



Paraguay, que fue el vencedor material e histórico de aquella brutal conflagración estaba -estará siempre en lo justo- celebrando con aires festivos la finalización de la guerra porque fue el vencedor. Mas, para los bolivianos, ¿acaso resucitaron por ventura nuestros miles de muertos o fue restañada la herida o compensada la sangre que se vertió en el ardiente Chaco Boreal?

Hasta el acuerdo sobre el cual se pactó el armisticio, en razón de  nuestra triste condición de vencidos, -no por falta de valor  ni de coraje ni de heroísmo-,  y por obra además de los mediadores que convinieron el tal armisticio o determinaron las condiciones allí estipuladas, favorecían meridianamente y más de lo justo y razonable al Paraguay victorioso, en desmedro grave del  patrimonio boliviano. Así las cosas, ¿algún argumento justifica asociarnos al júbilo paraguayo?

Es justo, es humano más bien, lavar las heridas, olvidar los rencores, dejar atrás los agravios, esforzarse hasta el sacrificio incluso para mantener y hasta reforzar la paz y la unión de los pueblos. Mas eso no puede movernos, empujarnos,  menos aún al Presidente y a sus favoritos en función alta de gobierno, para completar la fiesta, el júbilo de quien nos venció en la guerra y nos obligó a pagar un altísimo precio por nuestra derrota.

Un festejo tal escarnece el alma viva de los que quedaron tendidos en el campo de batalla y lastima hondamente el sentimiento nacional, al menos así lo creemos de cara al sol los  que estamos seguros de que ayer en el fragor del Chaco y hoy en planos de incertidumbre, -por decir lo menos-, y mañana, nuestra Bolivia merece, mereció y merecerá mucho más. Y en especial y sobre todo, coherencia, razón cabal, en las manifestaciones y actitudes de quienes manejan sus destinos.