Una relación bilateral maltratada

Las ligerezas de una carta del presidente Evo Morales, dirigida al congreso indígena continental del llamado Abya Yala, efectuado en Puno, Perú, el 29 de mayo pasado, ha servido para que en el Legislativo peruano se la denuncie como prueba de la injerencia boliviana en la insurrección indígena, que tuvo resultados más que trágicos en la amazonia del vecino país, el pasado día 7 de los corrientes.

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El lenguaje y las afirmaciones políticas que dentro de nuestras fronteras son de rutina y de frecuente tono demagógico invitando a la insurrección, en el exterior se los toma en su verdadero peso. El Primer Mandatario carece de tiempo para redactar cartas y textos escritos como el leído en Puno, debido a los discursos que pronuncia en una misma jornada en distintos lugares y más aún cuando se encuentra en plena campaña electoral, además de su dedicación al deporte, siendo sus asesores indigenistas en el Palacio de Gobierno los responsables de los excesos contenidos en dicha carta, entre cuyos escuchas estaba Alberto Pizango, líder de los indígenas insurreccionados.



Como si no fuera suficiente, la ministra de Justicia, Célima Torrico, echando más leña a la hoguera que consume las hasta ahora buenas relaciones con el Perú, señaló que “el único responsable de los muertos (en Bagua, Perú) es el Gobierno actual del vecino país”. Estas azarosas declaraciones solamente tuvieron coincidencia con una Ministra de Venezuela, mientras el resto de los gobernantes del continente guardan cauto silencio. Grupos de manifestantes afines al MAS, a las puertas de la embajada peruana en La Paz, se sumaron pidiendo la renuncia del presidente Alan García, como otro acto inamistoso atribuible al MAS.

Es necesario que nuestros gobernantes tengan muy claro que la política de “buena vecindad” consiste, fundamentalmente, en no intervenir ni inmiscuirse en asuntos internos de otros Estados, en este caso del Perú, y en consonancia abstenerse de opinar sobre acontecimientos que son de resorte exclusivo de sus gobiernos y de sus políticos, tal como no sería aceptable que mandatarios extranjeros viertan juicios sobre la política interna de Bolivia, aunque su tentación debe ser grande ante los sucesos extremos que tienen lugar entre nosotros.

Dicho defecto o intencionalidad son tan notorios y repetitivos en esferas gubernamentales que inclusive autorizan pensar que obedecen a consignas de confrontación a nivel regional, las que parecieran hacerse más objetivas en la medida en que el presidente Hugo Chávez viene manifestando su amenaza de convertir a Sudamérica, no en un Vietnam sino en varios. En una estrategia semejante, Bolivia tendría que jugar un papel singular por su vecindad con Perú y dadas las similitudes de carácter indígena que comparten ambos países, que no parecen haber pasado inadvertidas.

Menos mal que este entuerto de desenlaces imprevisibles, el nombrado líder indigenista amazónico no eligió nuestra embajada en Lima para solicitar asilo y lo hizo en la legación de Nicaragua, ni se le ocurrió cruzar la frontera como no sin lógica se adelantó en círculos oficiales del Perú. Según lo vienen aconsejando distintos personajes de la diplomacia nacional en actual obligado receso, es menester que lejos de las sugestiones foráneas, quienes tienen que ver con la política exterior tiendan puentes de distensión en esta falsa controversia con nuestro reiterado vecino, considerando el fluido intercambio económico y cultural que nos une y los comunes lazos históricos compartidos. Si existen dudas sobre el comportamiento de Perú acerca de nuestra reivindicación marítima, el tema debe situarse en ese plano y no derivarlo a escenarios tan distintos como erráticos.