Chávez, la polarización y el golpe

La polarización es detestable por dañina. No se debe dividir a la sociedad para gobernar y menos sobrepasar las leyes con un objetivo únicamente político-ideológico.

laPrensa Editorial La Prensa



El golpe dado en Honduras que destituyó el domingo 28 de junio al presidente Manuel Zelaya debe servir a la comunidad internacional como una experiencia de los riesgos que genera la polarización de las sociedades.

Lo que pasó en Tegucigalpa aquella madrugada, cuando los otros poderes del Estado no sólo desconocieron, sino que ordenaron a las fuerzas armadas tomar preso a Zelaya y sacarlo de Honduras, tuvo todas las características de un golpe de Estado, aunque el Gobierno de facto de Roberto Micheletti sostenga que fue una sucesión presidencial necesaria para preservar la democracia y evitar que se efectuara un referéndum inconstitucional para después ampliar la gestión de Zelaya.

La Honduras de Zelaya tenía unas sólidas relaciones con el Gobierno venezolano de Hugo Chávez, quien, como en Bolivia, Ecuador y Nicaragua, especialmente, ejercía una muy fuerte influencia e injerencia.

Chávez fue quien usó esa influencia para que Honduras se aliara a su causa y así lo hizo Zelaya. Los nueve países que integran la Alternativa Bolivariana para las Américas (Alba) tienen gobiernos de izquierda populista y la forma de administrar sus países es similar. Cuba, aunque no está en el Alba, es el ejemplo que pretenden seguir, según se desprende de la admiración con que los presidentes de los países miembros de ese organismo tienen por la revolución cubana y su octogenario líder, Fidel Castro. El propósito explícito del Alba, inspirado por Chávez, es la cooperación política, social, económica. En la política está implícita la ideología que los une y que ha llevado a cada uno de los países a una evidente polarización. Las sociedades de Venezuela, Ecuador, Honduras, Bolivia están divididas como consecuencia de los sistemas de confrontación que han generado sus gobiernos. Son esa polarización, las violaciones a la propia Constitución Política del Estado (CPE) y la influencia de Chávez los argumentos del nuevo Gobierno de facto de Honduras para expulsar a Zelaya.

Las decisiones de Zelaya generaron tal división que el Gobierno de Micheletti resiste férreamente las decisiones de la OEA y de las Naciones Unidas para que se restituya al Presidente derrocado. Una buena parte de los hondureños odia a Zelaya y no quiere saber nada de su retorno. Otra parte lo apoya y, saliendo a las calles, exige su vuelta. La polarización es detestable por dañina. No se debe dividir a la sociedad para gobernar y menos sobrepasar las leyes con un objetivo únicamente político-ideológico. Pero tampoco se debe buscar en un golpe de Estado, inconstitucional en cualquier parte, la forma fácil de impedir acciones, también inconstitucionales.

Si los otros poderes del Estado tenían facultades para apresar y desterrar al Presidente de Honduras, pudieron haber ordenado a las fuerzas armadas impedir el referéndum o recurrir a la Carta Interamericana de OEA y no a un golpe de Estado, similar a los de los oscuros años 60 y 70, que hicieron gemir a gran parte de los sudamericanos.