Honduras

Por Sergio P. Luís. Profesional independiente

image Mientras escribo este artículo, la crisis de Honduras se agrava.

No ha duda que en este caso hay culpas y errores compartidos. No es creíble que éstos provengan sólo de una de las partes.



El señor Manuel Zelaya fue un presidente inconsecuente con los que lo eligieron como representante de una corriente política moderada que luego abandonó, virando abruptamente hacia el socialismo del Siglo XXI, ese engendro que impulsa a los populistas a crear autocracias, pretendidamente eternas. Entre tanto,  los falsos Mesías del populismo, atizan hogueras para crear violencia, buscando, como siempre, medrar de los conflictos que, si no los hay, los crean.

Yo tenía una gran dificultad para desentrañar, con alguna precisión, la causa de la crisis hondureña. Aunque no lo conseguí del todo, vino un dato esclarecedor que, seguramente, será mañosamente devaluado por los populistas. Sucede que otros, más avispados que yo, han buscado y encontrado en la constitución hondureña de 1982 el siguiente precepto:

“ARTICULO 239.- El ciudadano que haya desempeñado la titularidad del Poder Ejecutivo no podrá ser Presidente o Designado.
El que quebrante esta disposición o proponga su reforma, así como aquellos que lo apoyen directa o indirectamente, cesarán de inmediato en el desempeño de sus respectivos cargos, y quedarán inhabilitados por diez años para el ejercicio de toda función pública”.

Surgen, entonces, preguntas no respondidas. Con este claro respaldo constitucional ¿por qué la Corte Suprema no declaró el cese de funciones de Zelaya? O sea de este converso del chavismo que estaba promoviendo –a través de una consulta, referendo o encuesta- una reforma precisamente penada en el transcrito artículo 239. Otra: ¿Porque en el congreso se exhibió innecesariamente una carta de renuncia, cuya autenticidad estaría cuestionada? ¿Finalmente, por qué se envió a Zelaya a Costa Rica, facilitándole su papel de la víctima expulsada de su país, en pijamas?

Sí, se cometieron errores. Y, por esto, Honduras está pagando un alto precio. Pero, lamentablemente, no se ha tomado en cuenta la grosera injerencia de Hugo Chávez en la crisis que comenzó con la ilegal destitución del jefe militar hondureño, ordenada por Zelaya. Hay una condena –facilona y despreocupada– de ingenuos y candorosos. Es que hay el temor de que, si no hay adhesión y defensa de los excesos de Zelaya, se puede quedar como enemigo de la democracia. Es que, para algunos, se comete un pecado capital cuando se analizan las verdaderas causas del entuerto, así como mencionar que no todos los malos están en un lado y los buenos en el otro, aunque todos están simétricamente repartidos.

Honduras está en un difícil trance de la democracia que debe superar, ya que una cuadrilla de populistas está esperando para robarle su democracia. Pero Chávez y su comparsa ya saben que no podrán, al fin, prevalecer sobre los libres. Ni usando a la apaleada y poco arrepentida Cristina de la Argentina, para que viaje a Tegucigalpa protegiendo a Zelaya, se disiparán los vientos nuevos en América Latina, a los que tanto temen los partidarios del socialismo del siglo XXI.

Pero, por ahora, siguen abiertas las heridas hondureñas por las tropelías de Chávez, aplaudido por sus acólitos y empujado por el anciano dictador de la Perla del Caribe. Pero estos no podrán evitar que llegue el día en que deban pagar por su injerencia desembozada en todos los países latinoamericanos y, en este caso, de Honduras. En verdad, está claro que Chávez contribuyó a esta crisis nacida de la supuesta consulta: hizo llevar el material necesario para que se realice, hasta el aeropuerto de Tegucigalpa, en un avión militar venezolano. Todo en medio de sus amenazas cuarteleras: “no nos quedaremos de brazos cruzados…”. “…estoy poniendo en alerta a las fuerzas armadas venezolanas” y, si se posesiona un nuevo presidente hondureño, “lo vamos a derrocar”. Con estas demasías se va diluyendo la “santa” causa de los miembros de la ALBA, en la que el gobierno boliviano es miembro militante, con un presidente que desvaría acusando de todo a CNN, en un terreno que no conoce ni entiende.

Por supuesto que el alcance y la influencia de algunos tienen límites. Evo Morales puede chillar, pero sus aullidos son poco menos que inaudibles en el exterior. Sin embargo, este no es el caso del desorbitado presidente de Venezuela que, pese a la crisis, tiene a su disposición inmensos recursos del petróleo, que puede destinarlos a sus tropelías internacionales. Y lo hace exhibiendo su peor estilo de bravucón irresponsable. Es el típico personaje que pretende el título de demócrata, y que, una vez instalado en el poder, no vaciló en barrer con todas las garantías ciudadanas y las instituciones democráticas.

No se contribuye a la solución de la crisis hondureña, atizando el fogón de la discordia. Muchos han caído en esta trampa, y se lanzan a una batalla sectaria, digna de mejor destino. Otros, lo hacen conscientes de que tienen una misión que cumplir al servicio de la corriente creada en el Foro de San Pablo para dominar y tiranizar. Uno de éstos es el inefable José Miguel Insulza –el “pendejo”, en boca de Hugo Chávez- que declara que la OEA hará esto o esto otro, como falso representante de tantos países, y disimulando su papel de agente y soplón del chavismo.

No todo está perdido. El extremismo populista, de la mano del castrismo, ha empezado su declive; ya cuenta con reveses ostensibles: la reciente elección en Panamá y el gran tropezón del lamentable matrimonio en los comicios para renovar una parte del congreso de ese país. El actual drama de Honduras no será el triunfo de los desbocados populistas; será la antesala de su libertad amenazada.