La indígena que vio mas allá de las fanfarrias

“No importa que haya pobreza, lo que importa es que no se note” decía un cínico de esos que nunca faltan en el mundo de la política. Una postura muy frecuente en nuestros gobernantes que no cesan de entregar «obras» aquí y allá. Sin embargo esa fachada de sedes para las “organizaciones sociales”, vagonetas de lujo para los dirigentes y canchas de césped sintético no llega a ocultar una lacerante situación de pobreza, en el campo y la ciudad, que subsiste y en muchos casos se acrecienta en el país.

imagePobreza en un barrio de La Paz

Esta situación fue inmediatamente percibida por Lidia Pimienta, una dirigente indígena colombiana que llegó invitada para asistir a los actos conmemorativos del Bicentenario de la Revolución del 16 de Julio.



En declaraciones formuladas al gubernamental canal 7, la indígena colombiana se mostró positivamente impresionada por los diversos actos de civismo, pero expresó también su extrañeza por la existencia de un gran número de indigentes en la inmediaciones de la Plaza Murillo y de los lugares donde se realizaban los actos centrales.

Llamó su atención el elevado número de mendigos, en su mayor parte mujeres indígenas acompañadas de sus pequeños hijos, que se han volcado a las ciudades para subsistir gracias a una caridad que muchas veces se muestra esquiva.

Nadie le explicó a la campesina colombiana que el gobierno «indigenista» de Evo, al margen de empalagosos discursos no ha asumido medidas estructurales para la generación de empleos y la mejora real de las condiciones de vida de la población, conformándose con el asistencialismo populista de las dádivas y bonos.

Puso el dedo en la llaga esta dirigente y tal vez sin quererlo, en un par de palabras, desnudó toda la impostura de un régimen que hace una cosa y dice otra. La paradoja mostrada por cientos de mendigos y los lujosos vehículos de dirigentes y funcionarios del gobierno que «lucha por el cambio y por los pobres», no podía pasar desapercibida.

Lo triste es que las propias víctimas de esta situación no se dan cuenta de la manipulación política a la que son sometidos en cada  acto o ceremonia donde los pobres, los indígenas, no son más que material para ser mostrado en desfiles para impresionar a nacionales y extranjeros. Y, es evidente, que ante la cuestionable marginación del pasado, estas estrategias le funcionan bien al gobierno porque parecen llenar el espíritu y el estómago de sus seguidores hasta ahora.

Le sirven también al presidente para sus incoherentes discursos y para pedirles el voto con el cuento de que serán ellos- los indígenas y marginados- quienes, obviamente a través suyo y del MAS, se quedarán en el poder por  cincuenta años.  

Mientras tanto, los mendigos que llamaron la atención de la dirigente colombiana, que quizá pensó (siguiendo la propaganda externa) que estaban gobernando Bolivia junto a Evo, seguirán por las calles del país, pues sencillamente   no son parte de «organizaciones sociales» o sindicatos y por tanto no tienen mayor peso electoral.