Verdades no dichas

SUSANA Susana Seleme Antelo

El retorno de Luis Arce Gómez ha desgarrado el recuerdo de un tiempo que nunca debió ocurrir. Volvió a desgarrar la conciencia democrática de la sociedad boliviana, mientras desde el poder se la convoca y al mismo tiempo se la viola. En tanto, la juventud ignora quién fue ese personaje, ni que pasó el 17 de julio de 1980: golpe militar sanguinario y narcotraficante.

Ningún desgarro será comparable al de quienes no han cerrado su duelo porque sus muertos no tienen una digna sepultura, sufrimiento del que habla Freud en “Duelo y Melancolía”. El duelo de las familias de Marcelo Quiroga Santa Cruz, Carlos Flores Bedregal, Gualberto Vega y muchos otros, es un duelo abierto. Por ese doble y abominable crimen -haberlos matado y no entregar sus cuerpos- no pueden cerrar su duelo, y la melancolía seguirá lastimándoles el alma, como a los deudos de víctimas de otras dictaduras.



Hay otro duelo que aun nos duele: la masacre de ocho miembros de la Dirección Nacional Clandestina del MIR. Fueron asesinados un 15 de enero de 1981, en la calle Harrington, en La Paz, cuando organizaban la resistencia a la dictadura. Eran Jorge Baldivieso, Gonzalo Barrón, Artemio Camargo, Arcíl Menacho, José Luís Suárez Guzmán, Ricardo Navarro Mogro, José Luis Reyes y Ramiro Velasco. El autor de la masacre: Luis Arce Gómez, ministro del interior, militar y autor de la frase de que debíamos “andar con el testamento bajo el brazo”.

Sobrevivió la compañera Gloria Ardaya. No era su hora, dice, porque cuando oyó improperios y metralla, su instinto de sobrevivencia la llevó bajo una cama. Desde allí vio como acribillaban a sus compañeros. Tampoco fue la hora de otros miembros de aquella Dirección Clandestina del MIR, como Walter Delgadillo, Pedro Mariobo y Jorge Pinelo, hoy funcionarios del gobierno del MAS. Aquel fatídico 15 de enero también estaban convocados, pero no fueron. Por eso Gloria Ardaya dice que no es la única sobreviviente, para que sobre ella recaiga la carga mancillada de alguna especulación, que lastima la verdad que otros callan.

En “Carta a mi padre asesinado por Arce Gómez”, Elizabeth Reyes Limpias, hija de Pepe Reyes, le dice: “En momentos difíciles para nuestro país, pensé y sentí escalofríos ante la idea de un gobierno de facto… Pensé en aquéllos que viven en el pasado; y en los otros que creen que el país empieza con ellos. Aquellos que no respetan la independencia de poderes ya sea por corromperlos o los otros por destruirlos. Los que creen que el poder es para los de siempre y los otros que quieren el poder para siempre… Padre, con orgullo puedo decirte que después de 28 años de democracia hoy hay muchos más Pepes Reyes y muy pocos Arces Gómez… somos millones los demócratas.”

Gloria Ardaya también cree que hay Arces Gómez “grandes y chiquitos”. Me sumo y pienso en los fastuosos festejos del bicentenario del grito de Independencia en La Paz, frente al desdén político e histórico que le infligieron a Sucre, ciudad donde aquel grito se oyó por primera vez. Pero Sucre no es afín al gobierno soberbio e hipócrita del MAS, que usa ‘la verdad histórica’ como mejor le place. Pienso en quien quería mandar a un prefecto “a convivir con los gusanos”; en quien amenaza que serán “implacables” y “debemos acostumbrarnos a la presencia de militares”; en quien cree que llegaron al poder “para quedarse”, como decía, amenazaba y creía Arce Gómez. Las semejanzas no son pura coincidencia. Son verdades.