Diversas causas dan lugar a la invasión progresiva de los parques naturales del país. Si se investiga la procedencia de los que llevan a cabo semejantes acciones, se establece inmediatamente que la mayor parte de ellos procede de la región cocalera del Chapare cochabambino.
Es que las tierras en las que producen coca excedentaria, que va a la elaboración de clorhidrato de cocaína en centenares de centenares de fábricas clandestinas, rebalsan hoy de pobladores quechuas y aimaras que bajaron del altiplano o se trasladaron de los valles a tan conflictivos lares, en busca de la subsistencia que ya no encontraban en sus terruños de origen. Con el transcurso del tiempo, Chapare resultó chico para la migración referida.
A fin de hacerse de su ‘cato’ de coca, muchos empezaron a desplazarse hacia zonas próximas a los parques naturales de Cochabamba y Santa Cruz, en los que ya existen sembradíos de coca.
Otra de las causas del mal que amenaza áreas tan cruciales para el equilibrio ecológico-ambiental no sólo de las regiones a las que pertenecen, sino para todo el país, es asociable a lo político-partidario. Convertido en principal base social y política del MAS, el movimiento cocalero de Cochabamba acumuló un poder que le permitió tan transgresora expansión. El actual Gobierno no hace mucho por contenerlo. Es que se halla plenamente consciente de los contratiempos políticos que le puede significar aplicar con dureza la respectiva normativa a los productores de una hoja que en gran porcentaje no va al consumo tradicional, sino al narcotráfico.
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A los factores señalados engancha lo suyo el aliento gubernamental a las migraciones más o menos masivas de “originarios” del occidente al oriente del país. Lo de Pando es un ejemplo muy claro al respecto. Miles de campesinos que son instalados en zonas de ese país dedicadas a la explotación maderera o de la castaña. No pocos regresan a sus lugares de origen, por sentirse abandonados, pero muchos permanecen aún, esperanzados de encontrar una salida a su difícil situación. Es demasiado grande el riesgo de que asocien la misma al cultivo de la coca. Al cabo, fueron llevados a lugares de tierras y clima propicios para hacer lo que sus “hermanos” hacen en Chapare.
Lo grave es que el asunto enciende la mecha de enfrentamientos entre invasores y pueblos indígenas de la selva dispuestos a no permitir que nadie avasalle sus territorios, conculcando sus derechos, como acaba de suceder en Isiboro Sécure, donde todavía no ha sido evacuado el clima de tensión. Son preocupantes, igualmente, los dañinos efectos que sobre la cuestión ecológico-ambiental puede provocar la cocalización de los parques naturales si el Gobierno de Evo Morales no contiene de forma enérgica los avasallamientos.
Aun cuando cocaleros y colonizadores no se dedicaran a plantar coca, sino a otros cultivos, tendríamos iguales consecuencias, puesto que deforestarían la selva, quemas de por medio, a fin de sembrar algo en tierras no aptas para el cultivo, a causa de su corto periodo de fertilidad. La extendida presencia de la ‘hoja milenaria’ en reservas naturales, como se ha podido evidenciar, despierta una más que justificada inquietud que no parece embargar a los mandantes de turno en el país.