Sandro: Un sutil juego de cariño y distancia marcaba el contacto con sus fans

La gente le dice adiós a Sandro en el Congreso. Maradona: «Lloré mucho cuando me enteré de la muerte de Sandro».

Ya pasaron casi 40 mil personas, en una procesión dominada por el dolor y las anécdotas del ídolo. A las 14, el cortejo fúnebre partirá hacia un cementerio privado de Longchamps.

imageEl adiós de la gente. Por Karina Deschamps, de Clarín.com



Más de 40 mil personas ya pasaron por el salón de los Pasos Perdidos, donde se realiza el velatorio de Sandro. Aunque en los rostros domina el dolor, las lágrimas se pierden en un desfile interminable de anécdotas. Una prueba más de las huellas que dejó el Gitano en el corazón de sus seguidores.

El ídolo es velado con el féretro abierto, pero su esposa, Olga Garaventa, pidió que no se tomaran imágenes. Con fotos del popular artista, camisetas con su cara y rosas rojas en mano, numerosas seguidoras, la mayoría «nenas» -como las llamaba el artista- desafiaron el pesado ritmo veraniego del centro porteño para despedirlo. Van entrando en grupos de 10 a la capilla ardiente.

Muchos tendrán oportunidad aún de despedirse en el Congreso, que, tras un cierre de algunas horas durante la madrugada, fue reabierto al público a las 6 y hasta las 14, cuando está previsto el traslado a un cementerio privado.

El cortejo tomará Combate de los Pozos, Belgrano y luego 9 de Julio, y será escoltado por la Policía Federal hasta el puente Pueyrredón, sobre el Riachuelo, que marca el límite de jurisdicción, donde tomará la posta una escolta de la Policía Bonaerense.

La caravana fúnebre irá por Pavón-Hipólito Yrigoyen y hará un alto frente a la casa del artista en Banfield, meca de sus «nenas» cada 19 de agosto para saludar a Sandro en su cumpleaños, que ahora, tras la noticia de su deceso, fue otro de los lugares donde se concentraron las manifestaciones de dolor.

Posteriormente, el cortejo se dirigirá al cementerio Gloriam, de Longchamps, en el partido de Almirante Brown.

Un sutil juego de cariño y distancia marcaba el contacto con sus fans

Un encuentro revelador con las admiradoras seducidas, a quienes convirtió en amigas.

Por: Matilde Sánchez

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SIN CONDICIONES. EL AMOR DE LAS FANS DE SANDRO POR SU IDOLO ES MUY ANTERIOR AL EXPRESADO AYER EN LAS LARGAS COLAS PARA ENTRAR AL CONGRESO.

Hablan de él como de un amigo. No hablan de Sandro sino de Roberto, lo hacen suyo, les pertenece con la intimidad de una obsesión amorosa acicateada por los impedimentos. El les ofrece una promesa de trance más sublime, desprovista de erotismo. Dicen que él se hizo merecedor de esa pasión: «Nos cumplió tantos más sueños de los que cada una de nosotras podía atreverse a soñar». Las seis mujeres promedian la cincuentena y no quieren ser retratadas; van vestidas con formalidad, dos de ellas de luto, y no tienen mucho en común con la loca que revolea una bombacha frente a un paredón de Banfield. Están sentadas en una confitería haciendo un alto en el calor para tomar gaseosas y comer tostados. Ya pasaron a visitarlo dos veces y piensan volver -van a nutrir la cola que desfila veloz a dos metros del muerto a quien, de manera unánime, nadie reconoce. No es él, es otro. A qué se reduce Sandro si en el lugar de esos labios, uno de los centros de su seducción, ponemos un tajo fino pegado con cemento.

Estela, Mari, dos Patricias, Elba y Susana solían encontrarse en los recitales y aseguran que fue Roberto quien las reunió. Nunca formaron un club, pero se hicieron amigas de una única causa. Se convirtió en una tradición que le dejaran cartas en la casa de Banfield, él tenía sus teléfonos y les respondía. Con algunas de ellas el contacto se prolongó durante veinte años.

Pero primero esta energía femenina tuvo que ser disciplinada. Sandro levantó los tabúes de su privacidad y, dentro de ese protocolo desparejo pero de ida y vuelta entre fan e ídolo, se prodigó con ellas y les correspondió en sus propios términos. Sin alimentar la manía, les permitió acceder, les ofreció una singularidad biográfica, una épica más allá de las decepciones, y ellas aceptaron lo que cayera de su mano. «Llegamos buscando a Sandro y nos encontramos con Roberto».

El método era así. Una de ellas podía recordarle a Sandro que se acercaba el cumpleaños de otra o las malas noticias de algún familiar. Sandro llegó a llamar al padre de Estela cuando se le diagnosticó un tumor, para convencerlo de que dejara el tabaco. «El me acompañó en el peor momento de mi vida», dice Elba, afectada de una operación que le dificultó el habla. «Sabía que yo estaba mal, me llamó dos veces antes de su trasplante», asegura Patricia. El era ubicuo y omnipresente, estaba en todo.

Dicen frases enigmáticas en las que se oyen ecos místicos, por un momento suenan a novicias o sectarias de una orden, impera cierta hipnosis. «Nos enseñó cómo teníamos que manejarnos con él». «Muy pronto aprendías que no debías forzar el encuentro sino seguirlo, estar a tiro para cuando te buscara para saludarte o conversar.» «Se daba perfecta cuenta de que vos le dedicabas tu vida y tu tiempo.»

Y si valía la pena aprender a esperarlo con ardiente melancolía, el ansiado momento debía documentarse. De pronto, en la mesa larga de ese café, el relato se interrumpe y cada una extrae de distintos lugares -el fondo de pantalla del celular, la billetera, el bolsillo de un bolso- el souvenir portátil de esta obsesión que desafía el tiempo; una foto de unos seis centímetros casi idéntica, un plano americano del ídolo en su esplendor cincuentón en un abrazo con cada una: fotos carnet de Sandro con sus famosas batas de seda («la bata era su uniforme»), Sandro con el llamado «saco fumoir», en smoking, con la camisa negra de pintitas blancas y los Rayban clipper que usó en la película Subí que te llevo.

A estas pequeñas muestras hay que agregar una masa de fotos que guardan en casa en portarretratos, en álbumes, colgadas de la pared. Cuando ellas le preguntaban qué quería de regalo para su cumpleaños, él les pedía cosas corrientes o vejestorios, un pantalón de jogging, unas zapatillas Sorpasso color azul por las que tuvieron que peregrinar. Tenía el gesto de condescender mostrándose sencillo. Por otra parte, en ese pacto él debía mantener un nudo atado con lo real, a fin de que la pasión no disparase en delirio. En el mismo acto de prodigarse, las mantenía a raya.

La incondicionalidad que Sandro supo desatar era inseparable del arrebato que promovía. En él, la voz, la anatomía y la estampa se alineaban para conformar un arquetipo de erotismo: el del muy hombre al que corresponde una muy mujer, con los sentidos recién desbocados. Su pelvis, la camisa abierta -lo recuerdo con veinte años, bailando en el techo de una lancha colectiva del Tigre¿ ponían en escena una carnalidad que las letras de las canciones muchas veces velaban con metáforas de la fauna y la flora. Sandro -¡deberían haberle puesto ese nombre a un anticonceptivo!- ampliaba los límites heterosexuales pero nunca era aterrador; ofrecía un relato de destino romántico en el que el secreto alimentaba la intensidad del contacto íntimo.

Es llamativo hasta qué punto esta obsesión convivió con vidas corrientes y familias de lo más convencionales. Quizás ese fuera su régimen natural; la frecuentación del ídolo parece haber compensado con colores imaginarios una realidad que a menudo las premió con estrecheces, kilos de más o postergaciones. El marido de Patricia siempre respetó el capricho de su mujer -la afición, como se dice en España del amor a las corridas de toros-; la acompañó a recitales y aceptó dejarla sola si Sandro la autorizaba a visitarlo brevemente en el camarín. Para Mari la afición fue consecuencia de su matrimonio y más perdurable: su esposo era fanático del cantante, a quien imitaba.

Muchas de las mujeres con quien conversé destacan que Sandro tiene miles de fans varones, mucho más cohibidos que ellas. Para ellos fue el modelo viril y cultural de la primera juventud, imitaron sus vaqueros de rocanrolero, gastados a mano con horas de cepillo, sus giros de baile, la mirada y una retórica recia. Una vez adultos, se volvieron coleccionistas de discos, recortes y grabaciones radiales.

Se sabe, toda pasión es muy exigente. Estela confirma que lo siguió durante cuarenta shows siempre en primera fila: «Sandro me costó una fortuna». Pero ninguna se arrepiente de tal privilegio. Ahora Roberto se les ha revelado mortal. Podrán consagrarse al culto y perfeccionar aún más aquel contacto.

Maradona: «Lloré mucho cuando me enteré de la muerte de Sandro»

El entrenador de la Selección, Diego Maradona, aseguró que lloró «mucho» cuando se enteró de la muerte de Sandro y reconoció que le hubiese «encantado conocerlo» porque «fue el más grande».

«Fue distinto, fue único y lo seguiremos recordando como fue: como el más grande», evocó el ex futbolista, quien se comparó con el artista al señalar: «Le quisieron entrar como me entraron a mí en un montón de cosas, pero él se fue íntegro, sin que nadie le pudiera entrar en ese paredón de Banfield hasta ahí llegaron, él no los dejaba pasar e hizo muy bien».

En declaraciones a la prensa realizadas anoche y que fueron reproducidas por el canal Todo Noticias (TN), Maradona reveló: «Lloré mucho cuando me enteré» de la muerte de Sandro, porque «fue el único que nos dio una lección a todos, como artista, como persona».

«Me hubiese encantado conocerlo, tener una charla», reconoció el técnico, quien resaltó que Sandro, «en su vida y en su muerte, sigue intacto».

«Me quedé con las ganas de conocerlo y de tener una charla con él, saber por qué el paredón (en su casa de Banfield). No lo vi muchas veces de noche, esto se lo llevó él a la tumba y está bien que sea así», concluyó. Clarín.