Del poder y su resaca

image “Estos son tiempos difíciles e ingratos, sobre todo para las grandes mayorías bolivianas que a lo que más aspiran es a vivir en una sociedad fundada en la libertad y la justicia. ¿Tendremos acaso que aceptar la muerte de una para que viva la otra?”

Maggy Talavera – Semanario Uno

Dos hechos han marcado de manera significativa las dos últimas semanas en el país, ambos con un hilo conductor que nos lleva no apenas a las entrañas del poder que encarna hoy el MAS, sino al corazón de este cuerpo mayor que se llama Bolivia y del que todos somos partes vivas, aunque unas parezcan gozar de mejor salud que otras. Uno es el protagonizado por el ideólogo indigenista del MAS, Félix Patzi, y el otro por los asambleístas que aprobaron sin retaceos la llamada “Ley corta”, dándole plenos poderes al Presidente de Bolivia para intervenir en el Poder Judicial. Los dos hechos se han consumado, además, ante las más absoluta inercia de una oposición política acorralada por sus desaciertos tácticos y estratégicos y de una sociedad civil adormecida por los festejos carnavaleros.



¿Por qué estos dos hechos son tan significativos en la realidad nacional? Porque ambos confirman que el gobierno de Evo Morales, al igual que muchos otros regímenes democráticos pero autoritarios, continúa echando mano de recursos más tenaces que sutiles para la consecusión de su objetivo principal: el pleno control del poder total. En el caso de Patzi, dejando en evidencia que está dispuesto a pasar cuchillo para arrancar la cabeza de quien ose rebelarse contra el ahora llamado “líder espiritual” de los indígenas de Bolivia, así sea un aliado o ex aliado; mucho más aún si éste desnuda las profundas contradicciones del proyecto masista y las imposturas de sus portavoces. Y en el caso de la “Ley corta”, porque con el pretexto de cubrir las acefalías del Poder Judicial, el Gobierno controlará el único mecanismo legal y efectivo para administrar el bien el y el mal.

No es poca cosa, como se puede deducir al descubrir el transfondo de una disputa en la que la supuesta lucha por ese otro mundo posible cede su lugar para un juego de intereses que tiene que ver más con la economía que con la política. Un juego del que forman parte también muchos de los que se dicen defensores de la democracia y de la justicia, y que se asumen como oposición política frente al nuevo régimen autoritario, pero que en los hechos dan muestras de ser todo lo contrario: apenas peones funcionales al Gobierno, dispuestos a negociar libertades propias y ajenas, tal como lo han demostrado hasta el momento muchos de ellos. Algo semejante ya ocurrió hace un par de años, bajo este mismo régimen del MAS, cuando las demandas y mandatos soberanos de millones de bolivianos fueron transados a cambio de librar del control del Estado algunos capitales y a unas cuantas almas de caer en manos de la Justicia.

Estos son tiempos difíciles, no cabe duda. Difíciles e ingratos sobre todo para las grandes mayorías bolivianas que a lo que más aspiran es a vivir en una sociedad fundada en la libertad y en la justicia. ¿Tendremos acaso que aceptar la muerte de una para que la otra viva? Por supuesto que no. No se puede hablar de libertad si para alcanzarla se sacrifica la justicia, ni se puede hablar de justicia aceptando que para lograrla hay que coartar la libertad. Por eso, por encima de las dificultades que plantea esta coyuntura nacional, hay que alentar que desde la sociedad civil surjan respuestas rápidas y lúcidas para revertir este camino hacia el autoritarismo. Aprovechemos la resaca del poder. Abramos los ojos y, con calma pero con determinación, hagamos el cambio.


Sin vueltas

Definitivamente: algunas de las elites dirigenciales cruceñas no terminan de entender que Santa Cruz no es más el pueblito de hace cincuenta o treinta años. Persisten en su mirada chata de un departamento y de una ciudad que han sido capaces de crecer más allá de lo siquiera soñado, conteniendo en sus senos a la mayor diversidad de Bolivia. Lo decimos ahora a propósito de un tema que para muchos es banal, pero que desde nuestro punto de vista es tan significativo como otros que hacen a la política y a la economía cruceñas: el carnaval, qué más.

¿Qué tal que a los organizadores oficiales del carnaval cruceño se les ocurrió vetar la participación de grupos folclóricos en el corso principal, realizado el sábado 13 de febrero? Los argumentos expuestos para justificar ese absurdo, oleado y sacramentado por el Concejo Municipal, no son válidos y apenas sirven de pretexto para ocultar una ceguera que raya ya en lo absurdo en los tiempos que corren hoy: tiempos de inclusión, de equidad, de apertura, de justicia, habrá que recordarles a los señores y señoras del Concejo y a los mandamases de la Asociación Cruceña de Comparsas Carnavaleras.

El veto abusivo terminó fraccionando una vez más una manifestación cultural de las que ya fueron excluídas antes las ciudadales de la capital cruceña, donde se concentra la mayor parte de la población, además de los niños y de los inmigrantes que conservan sus propias manifestaciones carnavaleras. ¿Acaso están convencidos de que dividiendo seguirán reinando como obeso dios Momo en una fiesta popular que es de todos y no de unos en particular?

Después se quejan por la irrupción de fuerzas “avasalladoras” que dizque ponen en peligro la cultura y la “identidad cruceña”. Habrá que preguntarles, de yapa, si acaso entienden que es la “cultura” y la “identidad cruceña”, a quienes contiene y bajo qué formas. Esito sería por ahora.