¿Maleficio o ceguera?

Maggy Talavera

maggy Lo que está ocurriendo en Santa Cruz, Beni y Tarija ¿es sólo producto del maleficio de alguna fuerza extraña o responde nomás a la manifiesta incapacidad de sus elites cívicas, políticas y empresariales de leer y comprender qué es lo que sucede en el país? La pregunta es retórica, porque las evidencias de la segunda opción son tan contundentes y cotidianas, que no hay cómo disfrazarlas. Basta revisar las acciones –o la ausencia de ellas- decididas por esas dirigencias regionales en los últimos días a raíz de la ley corta sobre autonomía impuesta por el MAS, para confirmar lo dicho.

En vez de definir una línea discursiva sostenida en la defensa de la voluntad soberana y de la vigencia del estado de derecho, asumiéndolos como logros democráticos festivos e irrenunciables, esas voces opositoras siguen apostando por la confrontación, por las arengas de frases sin sentido que se transforman en insultos. En vez de definir acciones efectivas bajo el amparo de la Constitución, favorables a la puesta en vigencia de los gobiernos departamentales autónomos, optan por desgastadas y antipáticas medidas de hecho como las huelgas de hambre y los paros.



¿Creerán acaso que pueden lograr algo a través de la confrontación? ¿Acaso ignoran que lo único que consiguen con ello es ajustarse al juego que domina el Gobierno central? ¿O es que aún no se han dado cuenta a quién favorece ese escenario? Cuesta creer que así es, que esas elites regionales opositoras no padecen sólo de miopía, sino de ceguera. Y esta vez, no hay cómo achacarle el mal al oficialismo ni a maleficio alguno. La responsabilidad de tanto desacierto es exclusiva de esas mismas elites, carentes de ideas claras, de un auténtico compromiso con los ideales que aseguran abrazar y defender.

No hay otra manera de interpretar sus actuaciones. Fruncen el ceño y suben el tono de voz frente a los adherentes que convocan a las calles, pero doblan la cerviz y negocian sus intereses personalísimos con las autoridades a las que dicen confrontar. Reclaman el voto ciudadano y la movilización en defensa del veredicto popular, pero se acobardan al momento de decidir la vigencia y cumplimiento de ese mandato soberano. ¿Lo hacen bajo el influjo de un maleficio? Claro que no. ¿Actúan así pura y llanamente por incapacidad? No cabe duda que sí. ¿A quién favorece tanto desatino? Al Gobierno central y a su proyecto político de Poder total.

Por eso ahora no queda sino ratificar lo que se ha venido sosteniendo desde hace ya un par de años: una de las principales ventajas que tiene el Gobierno central y que le permite seguir avanzando en la consolidación de su proyecto hegemónico no está apenas en la fortaleza de su instrumento político, el MAS, sino en la existencia de una oposición dispersa no sólo físicamente, sino también mentalmente. Una dispersión que amenaza persistir muchos años más, socavando una de las pocas y últimas conquistas logradas en el país para avanzar en la consolidación democrática.

¿Habrá todavía tiempo para revertir este panorama tan desalentador que nos ofrecen por un lado el Gobierno central y el MAS, con su proyecto cada vez menos democrático; y, por otro lado, unos opositores faltos de carácter, ideas claras y compromiso auténtico con las libertades que pregonan? Alguien dijo que lo único que resta es que se rompa el maleficio. Vista la realidad, habrá que decir que lo que falta más bien es desterrar de la política a quienes padecen de miopía, ceguera… y estupidez.

Página Siete